Por Irina Hauser
Si usted aspira a
ser un James Bond del subdesarrollo, y por alguna de esas casualidades
ya se lo contó a sus familiares o amigos, tendrá que inventar
cualquier argumento verosímil para desmentirlo. Eso es lo que exige
la ley secreta para la Dirección de Inteligencia de la Policía
Federal, a la que tuvo acceso Página/12, a todas las personas que
quieran convertirse en agentes encubiertos de sus filas. De lo contrario,
a buscarse otro trabajo. Eso sí, mientras estas leyes y decretos
reservados sigan vigentes, la ciudadanía tendrá que atenerse
a que la policía haga tareas de espionaje político.
Los conceptos claves del manual del buen espía que rigen hoy en
día, tal como dejó sentado la propia Federal ante la Justicia,
se desprenden de normas dictadas por gobiernos golpistas. El decreto ley
2322/67, que lleva la firma del dictador Juan Carlos Onganía, es
el documento donde figura la mayor variedad de consejos sobre cómo
un superagente debe ejercer el arte del disimulo. Y de la investigación,
claro.
Por empezar, el cargo en el Cuerpo de Informaciones es secreto,
dice el texto. El personal en ningún caso y por ningún
concepto, salvo expresa autorización superior, podrá identificarse
como tal. Existen sugerencias precisas para que a nadie se le vaya
a escapar ni una palabra de más, ni siquiera la persona que más
confianza le tenga en este mundo: Si por una circunstancia propia
de su vida de relación ciudadana, se viera en la necesidad de justificar
o manifestar su profesión o empleo, deberá invocar el que
mejor pueda desempeñar en otro orden, de acuerdo a su capacidad
y condición sin revelar su condición profesional.
El ingreso al Cuerpo de Informaciones, en razón de su secreto,
debe ser rodeado de las mayores precauciones a fin de evitar trascendencias
que puedan vulnerar dicho concepto, reza el decreto. Tan es así
que el funcionario policial que se interese por el ingreso de determinada
persona puede hacerlo sin necesidad de que el aspirante se presente
personalmente. En este punto también encajan aquellas recomendaciones,
presentes en el artículo 25 del decreto reglamentario, sobre cómo
actuar ante los parientes o conocidos: El aspirante será
convenientemente instruido del secreto del Cuerpo, a fin de que evite
todo comentario a su posible incorporación. Si con anterioridad
lo hubiere hecho con familiares u otras personas, se le indicará
manifestar a las mismas el desestimiento de tales propósitos.
Y por si el espía en potencia está pensando en alguna triquiñuela
desleal, le advierten: Todo comentario sobre su posible incorporación
será considerado causa de ineptitud archivándose la tramitación.
El que quiera ser un agente 007 de esta porción del Tercer Mundo
tendrá que demostrar que sabe usar una computadora dignamente (en
décadas pasadas le pedían que demostrara su capacidad de
escribir a máquina 30 palabras por minuto), deberá pasar
un examen médico y tendrá que evidenciar conocimientos sobre
cultura general en un nivel equivalente al de secundario
completo. También tendrá que hacer el curso correspondiente
para cada uno de los diferentes rangos. La edad mínima requerida,
para las jerarquías menores, es de 20 años.
Una vez que el postulante se demuestre probo tendrá, por ejemplo,
el derecho de usar armamento para el cumplimiento de determinadas
misiones. También puede, si quiere y le sirve de algo, buscarse
un empleo en la administración pública nacional, provincial
o municipal, o en el sector privado. Eso no es incompatible
con su cargo de meterete profesional. Incluso cabe que se autobautice
con el alias que le parezca más lindo o conveniente y para los
trámites internos gozará de algún código confidencial.
Entre sus obligaciones, cuenta la de avisar si alguno de sus pares incurrió
en alguna infracción. Si planea casarse, deberá anoticiar
a sussuperiores para que otros agentes elaboren un informe sobre su futuro
cónyuge. Lo que tiene muy prohibido es la participación
en actividades de los partidos políticos, salvo las que interesen
a la misión del Cuerpo.
Pero tiene otros privilegios todavía más tentadores. Aunque
un juez lo requiera, no es para nada obligatorio que su identidad y su
función queden al descubierto. Eso es lo que dice, en lenguaje
más técnico, el artículo 12 del decreto ley de Onganía:
ante requerimientos judiciales o de otras autoridades, el Jefe de
la Policía Federal estará a autorizado a no revelar la existencia
del personal del Cuerpo de Informaciones. El texto también
contempla que el personal que en función del servicio y en
cualquier emergencia tenga que declarar ante la Justicia u otras
autoridades será instruido en cuanto a la forma que debe
presentarse. Léase: sus superiores seguramente le darán
el libreto.
Desde ya, el Pequeño Bond Ilustrado prevé castigos para
el ejército de detectives de la Federal en una infinidad de cuestiones
que abarcan, entre otras, la infidencia, la negligencia, la revelación
de su actividad policial, la insubordinación, la embriaguez, las
pruebas de debilidad moral en actos de servicio, la impuntualidad
en sus informes y la omisión o retardo en el aviso de su cambio
de domicilio (tiene un plazo de 24 horas desde que lo efectuó).
Las penas pueden ser apercibimientos, arrestos, suspensiones, cesantías
y exoneraciones.
Acerca del
alcance de las facultades de los espías que revistan en la Policía
Federal, las leyes y decretos en cuestión no dicen demasiado. Sin
embargo, una presentación que los representantes actuales de la
fuerza y el propio Ministerio del Interior hicieron el mes pasado ante
el juez Martín Silva Garretón asegura que pueden hacer espionaje
político. El magistrado actualmente analiza la infiltración
de una informante en el partido Nueva Dirigencia y la constitucionalidad
o inconstitucionalidad de las normas secretas vigentes. El documento de
la Federal, que fue adelantado por Página/12, asegura que sus agentes
pueden realizar tareas de búsqueda de información
sobre las actividades y propósitos de personas, grupos, entidades
y organizaciones con actuación en el ámbito político,
a pesar de que eso viole las garantías constitucionales de privacidad
y libertad de ideas y atente contra una disposición de 1993 que
prohibió la reunión de información y las tareas de
inteligencia sobre organizaciones políticas, sindicales, juveniles,
docentes, estudiantiles, religiosas o asistenciales.
LA
JUSTICIA EXAMINA LA LEGALIDAD DEL ESPIONAJE
Un caso para sentar reglas
Por
I.H.
Esto es algo complicado,
es la primera vez que la Justicia discute el funcionamiento del servicio
de inteligencia de la policía, comentaban los apoderados
de la Federal en Tribunales. Fue el viernes 16 de junio, cuando cuatro
policías que tuvieron cargos jerárquicos en la Dirección
de Inteligencia de la fuerza fueron a declarar en el juzgado de Martín
Silva Garretón. El magistrado los citó como parte de la
investigación sobre la supuesta infiltración de un espía
policial dentro de Nueva Dirigencia, el partido que conduce Gustavo Beliz.
A esta altura, ya tendría suficientes elementos para constatar
la existencia de un control inconstitucional policial sobre la actividad
política.
Más allá del caso puntual de Nueva Dirigencia, Silva Garretón
analiza, según informaron allegados a la pesquisa, la legitimidad
de las leyes y decretos secretos que regulan la actividad de los agentes
encubiertos de la Policía Federal y en las que se habrían
inspirado los federales para hacer espionaje político. Página/12
quiso comunicarse con el juez, pero no hubo respuesta. De todos modos,
otros voceros aseguran que estaría evaluando la inconstitucionalidad
de esas normas.
Durante los últimos gobiernos democráticos siempre hubo
legisladores que cuestionaron esas normas por atentar contra la libertad
de las personas y haber sido un instrumento de los gobiernos autoritarios.
En ese sentido, el abogado de Nueva Dirigencia, Abel Fleitas, solicitará
que el juez declare la inconstitucionalidad de las leyes secretas y que
ordene el desmantelamiento del sistema de espionaje tal como funciona
hoy en día. Toda esta historia alcanzó un voltaje elevado
después de que Beliz presentara un pedido de habeas data y un recurso
de amparo cuando se supo que Mónica Amoroso, que era la pareja
y jefa de despacho del legislador Miguel Doy (mano derecha de Beliz),
es espía de la Federal desde 1983. Los azules no sólo lo
admitieron sino que explicaron en un escrito presentado a la Justicia
que la Legislatura estaba en su órbita de trabajo, aunque aclararon
que nadie la mandó a infiltrarse. Al partido había ingresado
en 1994 y con Doy que aseguró a este diario que nunca tuvo
ni un solo indicio de la doble vida de su mujer compartía
techo desde 1997.
En el mismo documento elevado al juez, la Federal y el Ministerio del
Interior, justifican mediante citas de normas secretas y evaluaciones
propias que la policía puede espiar a partidos políticos,
algo que, sin embargo, está prohibido por la Constitución
Nacional. Otro punto llamativo fue que, cuando se desató el escándalo,
ni el ministro del Interior, Federico Storani, ni el jefe de Policía,
Rubén Santos, dieron una explicación.
Con este panorama, el juez pidió toda la documentación legal
que regula las tareas de los agentes encubiertos y citó a declarar
a policías que tuvieron cargos jerárquicos en el área
de Asuntos Nacionales, el sector encargado del ámbito político
y al que reportaba Amoroso.
Hasta ahora declararon Rogelio Mallebrera, Horacio Alberto Michelena,
Ernesto Edgardo Volturo y Salvador Spero. Todos, medidos en sus definiciones
y al parecer bien entrenados, reconocieron a la mujer como espía
de la fuerza asignada a la órbita de la Legislatura porteña
y coincidieron en explicar que su función se limita a recolectar
información sobre potenciales situaciones (por ejemplo, manifestaciones)
que pudieran alterar el orden constitucional. Negaron que haya espías
en otros partidos políticos. Y detallaron que Amoroso pasaba sus
informes generalmente por teléfono (alguien luego los transcribía),
y muy excepcionalmente en persona.
Beliz y Doy también radicaron una denuncia en el juzgado federal
de Jorge Urso, y que también es analizada por los fiscales Oscar
Amirante y Guillermo Marijuán. En este expediente, junto a Amoroso
están cuestionados Storani, Santos y el secretario de Seguridad
Interior, Enrique Mathov, además de toda la cadena de mandos policiales
correspondientes. Por lo pronto, la investigación que está
en manos del fuero contencioso administrativo parece estar en su recta
final y podría tener implicancias que trascienden el caso específico
de la agente Amoroso.
En
estilo autoritario
El texto original de la Ley Orgánica secreta que señala
los derechos y obligaciones de los agentes encubiertos de la Policía
Federal data de febrero de 1958 y lleva la firma del entonces presidente
provisional, el general golpista Pedro Eugenio Aramburu. Fue, precisamente,
durante aquella gestión que miembros de la policía
(bonaerense en este caso), que estaba intervenida por los militares,
fusilaron a los seguidores de Juan José Valle, un general
peronista que se alzó contra Aramburu. Aquella historia,
la preparación clandestina del levantamiento, los secuestros
y los fusilamientos fueron reflejados por Rodolfo Walsh en el libro
Operación Masacre. La ley de 1958 sufrió modificaciones.
Lo que queda claro es que las dos más importantes, hechas
por decreto, fueron concretadas en otros gobiernos inconstitucionales:
una se remonta a 1963 y lleva la firma de José María
Guido; la otra es de 1967, con la rúbrica del dictador Juan
Carlos Onganía. Otros cambios menos significativos, con la
salvedad de una norma antidiscriminatoria que amplía las
posibilidades de carrera del personal femenino de inteligencia,
datan de 1995, 1996 y 1997.
Autores: dictadores Aramburu y Onganía.
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Un pacto
para las campañas cortas, baratas y limpias
Carlos �Chacho� Alvarez y Federico Storani negocian
con Reutemann y Corach un proyecto de reforma de la ley de campañas
que blanquee los gastos y ponga un límite a la propaganda política.
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El
proyecto contempla campañas de tres meses e internas abiertas
obligatorias para todos los partidos.
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Por
Raúl Kollmann
La campaña electoral sólo
durará tres meses, es decir que estará prohibido hacer publicidad
pidiendo el voto a más de 90 días de una elección
presidencial. Todos los partidos estarán obligados a realizar una
interna abierta para elegir a su candidato, de manera que la decisión
ya no será tomada únicamente por un congreso o un grupo
de dirigentes de la fuerza política. Las facturas por los gastos
de campaña no se presentarán después de la elección
sino que será obligación rendir cuentas durante la campaña,
en un proceso en el que participarán la DGI y la Sindicatura de
Empresas Públicas. Estos son algunos de los puntos clave del proyecto
de reforma electoral que el Ministerio del Interior, en acuerdo con buena
parte del justicialismo, enviará dentro de pocas semanas al Congreso.
El vicepresidente Carlos Chacho Alvarez y el ministro del
Interior, Federico Storani, vienen negociando los aspectos centrales de
la reforma con el gobernador santafesino, Carlos Reutemann, y el ex titular
de la cartera política y actual senador Carlos Corach. La idea
es que antes de enviar el proyecto al Senado se realicen reuniones con
el vicegobernador bonaerense, Felipe Solá, y con distintos integrantes
del Senado. En principio, la estrategia es llegar al Congreso con una
propuesta que tenga amplio consenso inicial.
Una de las claves del sistema electoral es la cuestión del financiamiento
de las campañas o, como se dice en el ambiente político,
el alto costo de las carreras presidenciales. Desde ese punto de vista,
una primera medida es recortar los tiempos de la campaña electoral,
una modalidad que ya existe en otros países. España es un
ejemplo. En concreto, la idea es reducir a tres meses incluso podría
quedar en dos el período en el que los candidatos pueden
hacer publicidad pidiendo el voto a los ciudadanos. Esto significa que
no se podrían hacer avisos en los que se diga concretamente Vote
a Fulano.
Es cierto que hay una forma de burlar la norma que es hacer publicidades
institucionales, resaltando las cualidades de un candidato o un partido,
pero sin pedir el voto. Esto podría hacerse, aunque los publicistas
reconocen que es menos efectivo. De todas maneras, se está estudiando
una idea que sería aún más restrictiva: directamente
no se podría hacer ningún tipo de publicidad televisiva
fuera de los 90 días anteriores a la elección. Esto tiene
que ver con que gran parte de los costos de una campaña están
en los avisos de televisión.
En la reforma que se está consensuando hay otro tema referido a
la TV. En las últimas campañas por ejemplo la de jefe
de Gobierno porteño los partidos declararon inversiones en
televisión muy inferiores a las que computó Poder Ciudadano.
Las fuerzas políticas argumentan que consiguieron muy buenos precios,
pero ello es más que dudoso. Para evitar estas controversias se
baraja establecer un precio-testigo que regirá para todos los partidos
o un tope de segundos permitidos de publicidad.
El otro punto vinculado con el dinero político es el control de
las campañas. Hasta ahora, cada partido tenía que entregar
una contabilidad una vez realizada la elección. La idea que están
conversando el Ministerio del Interior y el justicialismo es que el control
sea durante la elección. Cada partido irá entregando facturas
de sus gastos y se hará una verificación inmediata a través
de la DGI y la Sigen.
Desde el punto de vista del ciudadano, uno de los puntos fundamentales
de la reforma está referida a las internas abiertas. Ese método
será obligatorio para elegir los candidatos presidenciales: cada
partido tendrá que organizar una elección en la que participarán
los afiliados a esa fuerza política y los ciudadanos independientes,
es decir que no estén afiliados a ningún partido. La modificación
tiene que ver con el peso delos aparatos políticos. Obligando a
una elección más abierta, se piensa que los candidatos tendrán
más consenso y serán en menor medida un producto exclusivo
de una cerrada conducción partidaria o de un congreso en el que
participan pocos afiliados. En las elecciones legislativas, como la del
año próximo, las fuerzas políticas no estarán
obligadas a realizar internas abiertas: la obligatoriedad rige únicamente
para las candidaturas presidenciales.
Aunque el Gobierno quiere enviar el proyecto al Congreso dentro de pocas
semanas, hay puntos que todavía se están conversando con
el justicialismo. Uno de los fundamentales es el de las listas sábanas.
El oficialismo y la principal oposición todavía no tienen
acuerdo sobre ese punto.
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