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MARCOS MEEROFF, MEDICO, ESPECIALISTA EN SALUD PUBLICA Y PREVENCION
�Las prepagas se van a quedar con todo�

Crítica: �Hay una medicina paternalista que sigue existiendo. Y algo peor: llamamos al enfermo por el número de la cama que tiene en el hospital�.

Desde la altura de sus 91 años, ya vio todo: la Reforma Universitaria, la medicina elitista que despreciaba al pobre, la revolución social del peronismo, los retroce-sos del autoritarismo, la lenta evolución de la conciencia de los mé-dicos. Lúcido, todavía capaz de indignarse, acaba de editar un libro claro y profundo donde sigue pensando en la salud de los argentinos y en los peligros que sigue corriendo por los vaivenes políticos.

Por Miguel Bonasso
t.gif (862 bytes)  ”Las obras sociales constituyeron un gran avance. Que hayan existido sinvergüenzas y corrupción no es razón para destruirlas. Si no, habrá un avance total de las prepagas y una medicina para ricos. A los pobres les quedará hacer cola en los hospitales”, advierte el gastroenterólogo Marcos Meeroff, un terco de 91 años, que lleva setenta luchando por una medicina social y por un país más justo y democrático. Siete décadas de diagnosticar la patología de la sociedad argentina, sin perder las esperanzas, que Meeroff ha volcado en un libro inteligente y muy atractivo a pesar de su título administrativo: “Medicina integral: salud para la comunidad”. Diagnóstico y propuesta de cura que el doctor Meeroff resumió con pasión en dos horas de entrevista.
–¿Qué entiende usted por medicina integral?
–Siguiendo la concepción de la física actual diríamos que cada persona es un complejo con características propias. Un todo con un aspecto somático (físico), un aspecto psíquico y un aspecto social y por consiguiente cultural. La medicina integral toma en cuenta esta complejidad. Es decir, el ser humano no solamente es visto como estructura física sino como persona, que siente, que piensa que tiene derechos. El ser humano que requiere atención médica no es un órgano enfermo que puede curarse desde una óptica parcializada, superespecializada y supertecnologizada que es lo que hace la biomedicina del órgano. Es una persona que debe ser atendida como persona, que tiene una relación dialéctica con el medio y la sociedad. Esta es la base científica de nuestra propuesta que no es original mía, por supuesto, pero a la cual he dedicado muchos años y muchos esfuerzos.
–Usted habla en su libro de superespecialización y de un fetichismo de la tecnología. ¿Qué está pasando, se acabaron los clínicos?
–En buena medida, sí. Por eso hay que recuperar una visión integral. Nosotros proponemos como base una ciencia única de la persona que suma biología con sociología, psicología, antropología.
–Me preguntaba mientras leía el libro, cómo se traduce esto en la práctica clínica. En la suya, por ejemplo.
–Mi preocupación por el paciente como persona data de cuando yo era estudiante todavía. Siempre cuento esta anécdota: un profesor docente libre, que me guiaba en los primeros pasos, me usaba como escribiente mientras revisaba a los enfermos para dejar constancia: la llamada historia clínica. Una vez examinó a un viejito como de setenta años, un hombre de campo muy humilde, que estaba hinchado, edematizado por una insuficiencia hepática. El profesor lo manoseaba y lo manoseaba y en cierto momento el viejito se larga a llorar. Entonces el profesor me dicta: “ponga: acceso de llanto inmotivado” (se ríe). Yo, que era un pendejo que recién empezaba (ni el abc sabía) le digo: “Doctor, ¿pero a usted le parece poco motivo para llorar que usted lo está apretando y apretando y que se va a morir, pobrecito, en el hospital?”. El profesor no se percataba de que no estaba tocando un hígado sino una persona. Después, cuando me recibí, estuve cuatro años en el campo haciendo medicina general. Era el único médico en un pueblito y esos cuatro años me dejaron una enseñanza que nunca pude olvidar: aprendí lo que es la responsabilidad de cuidar a una persona, lo que es manejarse solo y sin recursos técnicos. Y aprendí lo que, tal vez, es lo más importante: que el enfermo es un igual, con todos sus derechos.
–Claro, porque hay una autocracia de los médicos.
–Una manera paternalista que sigue existiendo. Y algo peor: entre nosotros llamamos al enfermo por el número de la cama que tiene en el hospital.
–Como en un campo de concentración. –Claro. Un colega que trabaja conmigo, que es un antropólogo extraordinario, Francisco Mario, dice que hasta el lenguaje de la medicina es militar: tenemos los cabos en las salas, tenemos secciones, tenemos órdenes que se cumplen como si fuera un batallón de un ejército. Una relación paternalista, autoritaria, como la de ciertos regímenes políticos.
–Mientras lo escuchaba pensaba en una curiosa paradoja: un gobierno populista y en buena medida paternalista como pudo ser el de Perón en los cuarenta, tuvo tal vez el mejor ministro de Salud Pública de la historia, que fue Ramón Carrillo.
–En parte es cierto. Y tiene su origen en lo siguiente: Perón tuvo que formar su partido, con gente que venía de todos lados. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. En la izquierda había un médico que se llamaba Lorenzo García que había estudiado en Suecia medicina sanitarista y medicina social. Y fue secretario de Carrillo. La casi totalidad de las ideas de Carrillo se las metió en la cabeza Lorenzo García, que conocía muy bien el tema. Carrillo era un santiagueño bonachón y un buen neurocirujano. Y aunque estaba alejado del aspecto social de la medicina, como era un hombre de campo criado en la humildad, comprendió lo que Lorenzo García preconizaba y tuvo una conducta correcta.
–Yo le preguntaba justamente eso, si la política sanitaria aplicada fue la correcta.
–Bueno, pasa con Carrillo lo que pasó con Perón y el Partido Socialista: aplicó muchas iniciativas que venían de la izquierda. Pero el cerebro fue este muchacho Lorenzo García, que era ya médico en Rosario cuando yo estaba en el campo, en el pueblito de Eusebia. En el año ‘35 hicimos el primer congreso de medicina gremial y social. Todavía hoy en día muchos postulados de aquel congreso siguen siendo anhelos a cumplir.
–Usted tiene setenta años de práctica médica. Son setenta años en los que la Argentina ha sufrido también variadas patologías de carácter social y político. ¿Cómo ha visto al país desde la medicina?
–Se puede hacer perfectamente un paralelo sociedad-medicina. En 1918, por ejemplo, el año de la Reforma Universitaria, la sociedad tenía pautas autoritarias, patriarcales y en la medicina imperaba la relación paternalista médico-paciente. Además era una medicina para ricos. La gente humilde iba al hospital, a hacer cola. Los médicos de cierta categoría solían publicar un aviso en los diarios: atiende gratuitamente de diez a once o de diez a doce los días martes.
–Una horita para atender a los pobres. O para ver casos. ¿Porque iban a eso, no?
–Eran depósitos de gente sin recursos. Aparentemente se le aseguraba al pobre la atención, caritativamente. En sintonía con lo que propugnaba la Iglesia: denle algo a los pobres antes de que les saquen todo por las malas. Las primeras mejoras médicas datan de los años cuarenta. Junto con las leyes sociales. En esa época aparecen también las primeras organizaciones médicas con fuerza. Hasta entonces la palabra sindicato estaba prohibida en medicina. Pero ese paternalismo que la Reforma Universitaria cuestionó en la vida académica empezó a declinar en la práctica médica.
–Es evidente que la Reforma Universitaria ejerció una gran influencia sobre usted, aunque por razones generacionales sólo alcanzó la segunda oleada.
–En el año ‘30 yo ya era un muchacho de 20, 21 años. Hasta que me recibí actué en la Federación Universitaria de Córdoba. En el año ‘30, ‘31, participé en un movimiento político por la fórmula (Lisandro) de la Torre-(Nicolás) Repetto. Yo estaba en Santa Fe con Luciano Molinas y entonces luchábamos contra el general (Agustín P.) Justo. La bandera erauniversidad libre, democrática, con fuerte base científica, sin restricciones en el ingreso, y gobernada por profesores y estudiantes.
–La reforma se adelantó 50 años al Mayo Francés.
–No quedó allí. Si uno lee de nuevo el Manifiesto “A los Hombres Libres de América” se habla del sueño bolivariano. Eramos latinoamericanistas. Así que mi ingreso en la medicina fue también mi ingreso en la política. Paralelamente a la lucha por la democracia, había una lucha por prestarle a la población la mejor medicina posible. En los 50 ya tuvimos otra agarradera para nuestra lucha: la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Especialmente el artículo 25. (Busca en su libro y lo lee): “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, igual que a su familia la salud y el bienestar y, en especial, la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, invalidez, viudez, vejez”. ¿Eh? ¿Qué me dice?
–Que en la Argentina actual no se respeta la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
–Así es. Incluso no hay comparación con lo que planteábamos en los años 30.
–Cuénteme de su militancia política.
–Yo era reformista, seguía el manifiesto del año ‘18. Pero en 1933, cuando me recibí, entré ya en una posición de más avanzada. Ingresé al Partido Comunista, donde no tuve funciones directivas. Cuando me trasladé a Buenos Aires, trabajé activamente por la legalización del PC y en 1945 .-cuando estaba Perón– fui a parar a un campo de concentración. Más tarde dejé de tener una identificación oficial con el Partido. Pero siempre he sido materialista dialéctico y marxista.
–¿A qué se refiere con campo de concentración?
–Estaba en la isla Martín García. En una base naval. Había contiguo un campo grande, alambrado, donde había camas. Eramos entre 120 y 150 detenidos. La mayoría de la izquierda. Cuando salí hice mi entrada en la docencia que siempre fue mi aspiración. Como en la Universidad me pusieron toda clase de trabas legales e ilegales, entonces yo inicié mi actividad científica en la Asociación Médica Argentina.
–¿Qué es la Asociación Médica Argentina?
–Es un centro que reúne a todas las especialidades médicas. En aquel entonces había una separación total entre ciencia y ejercicio de la profesión. Y los problemas gremiales y sociales estaban al margen de las sociedades médicas. Pero esta era una sociedad abierta a diferencia de la Academia Nacional de Medicina.
–¿Que era elitista?
–Al máximo. Y lo ha seguido siendo. Ahora se abrió un poco. Lo suficiente como para que yo pudiera dar una conferencia. Una sola vez, porque la segunda me dijeron que no podía porque había hablado mal de la Academia. En realidad no había hablado de la academia sino de la despenalización del aborto.
–¿Cómo siguió su carrera?
–En 1956 obtuve por concurso mi cargo de jefe de gastroenterología en el policlínico de Lanús, el famoso Evita, y empecé con la docencia libre en la Asociación Médica Argentina. La práctica me condujo a esa posición democrática, cuestionadora, de la manera como se cuida la salud de los argentinos. Porque el tipo de medicina que se hacía enfermaba a la sociedad en vez de curarla. En nuestro modo de ver, en cambio, debe ser una función social, una obligación del Estado y en ella deben colaborar todas las fuerzas comunitarias. Por eso debe ser prioritariamente preventiva. Aquí no hay medicina preventiva, se hace a regañadientes y en mínima escala. Implica tener centros comunitarios de atención de lapersona sana, para indicarle y educarla en las reglas de salud y a la persona enferma derivarla a los centros de atención.
–¿Cómo evolucionó la salud en las distintas etapas políticas? ¿Qué ocurrió en la etapa del estado de bienestar?
–Antes, como le dije, la atención de la salud no existía. Había poca masa obrera. La masa obrera adquiere conciencia y siempre hay que meterse con Perón .-quiérase o no– porque es esa población ganada por Perón la que impone una medicina distinta a la paternalista de las damas de beneficencia. Además hubieron muchos médicos, provenientes del anarquismo o del comunismo, que fueron creando conciencia. Y se consiguieron cosas. Por ejemplo: las obras sociales. Las obras sociales constituyen un progreso extraordinario. Que haya existido corrupción, que muchos hayan robado, no quiere decir que haya que dinamitarlas.
–Sin embargo el gobierno actual de la Alianza anunció que las va a desregular y muchos piensan que eso beneficiará a las prepagas.
–Si, las prepagas se van a apoderar de todo. Es la invasión del capital norteamericano en el cuidado de la salud. Ahora existen para un sector de la sociedad, luego van a imponer su ley a todos. Va a quedar una medicina para pobres y una medicina para ricos. Al principio mantendrán cierto nivel de prestación para legitimarse pero luego dejarán de brindar servicios esenciales a los que paguen menos. La desregulación implicará también que la clase trabajadora pierda el derecho de controlar esa atención. Es verdad que en muchos casos han sido aprovechadas por sinvergüenzas, que no han estado al servicio de los obreros sino de los patrones, pero eso no significa que haya que acabar con ellas. La solución es poner las obras sociales y el PAMI en manos de gente honesta, y hacerlas trabajar correctamente, porque el dinero de que se dispone es más que suficiente. Se calcula que la medicina estatal y social puede disponer de un promedio de sesenta pesos mensuales por persona, que multiplicado por el total de habitantes daría una cifra muy alta, que sobraría para prestar una buena atención. En cambio ahora anuncian que la medicina prepaga puede dar atención por veinte pesos por persona al mes. Lo cual es falso. Por 20 pesos no la van a dar. Una vez que las tengan en sus manos las van a ir aumentando. Quedará una medicina para ricos y otra para pobres.
–Entonces, ¿hay una involución?
–En ese terreno, sí. Porque la medicina actual es un negocio y queremos darle carácter de función social. Lo cual significa medicina igual para todos. Pero hay, sin embargo, avances en algunos terrenos. Por ejemplo: en algunos hospitales ya existen los centros comunitarios que hacen medicina preventiva. Hay cuatro hospitales en la Capital y habrá uno en cada provincia. La formación del médico ha mejorado mucho.
–¿Sí?, porque la impresión que uno tiene desde afuera es que la Universidad ha caído mucho.
–Está levantando. No se nota todavía, pero hay progresos. En la Facultad de Medicina va a regir el principio de que el estudiante puede entrar al hospital o a un centro de asistencia desde el día en que empieza a estudiar. Es decir que va a adquirir una formación práctica, más humanizada. Otra buena noticia: nosotros conseguimos firmar un convenio con la Universidad de La Plata para que se enseñen medicinas alternativas.
–¿Qué implica, para usted, el concepto de medicina alternativa?
–Las no reconocidas oficialmente. Yo puedo ser médico homeópata, porque me recibí como médico, pero no está reconocida la homeopatía. Que se hace se hace, porque ya no pueden resistir la presión, pero oficialmente el homeópata no existe. Para nosotros, en cambio, la medicina es un todo en general. Claro que no es fácil, porque como muchas alternativas están ilegalizadas hay gentes que han caído...
–En la brujería, digamos... –En la brujería y en la curandería. Hay un ejemplo sobre esto muy divertido. Un médico al que no le iba muy bien en un pueblo se va y se instala como homeópata en otro pueblo. Como a la gente le gusta la cosa medio misteriosa, clandestina, se llenaba de oro. Entonces el médico oficial de ese pueblo lo denuncia por ejercicio ilegal de la medicina. Cuando viene el comisario a allanarle el consultorio, el hombre saca el diploma de un cajón y se lo muestra: “Ya ve, me recibí de médico, pero por favor no se lo diga a nadie”.
–Su libro contiene una fuerte crítica a la medicina tecnologizada.
–En este terreno se puede hacer un parangón con lo que ocurre en otros terrenos sociales: el consumismo tecnológico es similar al consumismo que caracteriza al conjunto de la sociedad.
–Usted incluye en su trabajo una interesante profecía de Florencio Escardó: nos acercamos al médico fantasma, dirigido telemáticamente.
–Para nosotros Escardó es nuestro padre. Se destacó por tres grandes aportes: propició la medicina antropológica, de la persona; defendió la libertad de practicar medicinas alternativas y le otorgó una mayor importancia al factor psíquico. El médico fantasma del que hablaba ya existe. Ya existe la cirugía a distancia. Un señor manejando aparatos frente a un monitor indica las maniobras que tiene que hacer un médico que opera a 500 kilómetros. Al enfermo nadie lo ve.
–En su libro usted consigna estadísticas terribles en materia de salud, ¿cómo se compadecen esas estadísticas con su afirmación de que hay mejoras en algunos terrenos?
–Hay avances en algunos aspectos. La atención de la salud ha mejorado si se la compara con la existente 20 o 30 años atrás, pero evidentemente es insuficiente, porque se sumó la entrega de la salud a las empresas privatizadas. Si no fuera por el proyecto neoliberal todos estos descubrimientos y mejoras ya nos habrían llevado a la medicina que anhelamos los que constituimos “la izquierda en medicina”. Los que queremos darle a la población la medicina que necesita y reclama. Por eso nuestras organizaciones no están formadas solamente por médicos. Están formadas por antropólogos, sociólogos, psicólogos, enfermeros, técnicos. Y pretendemos que esta gente participe con los no profesionales en centros comunitarios. Es decir poner la salud en manos de la población directamente.
–Hay una cosa en el libro que me llama mucho la atención que es la perspectiva de un nuevo humanismo, una suerte de renacimiento, para trascender al hombre unidimensional.
–Hay un humanismo monista y un humanismo dualista. Filosóficamente yo soy monista. Hay seudomonistas que en realidad son dualistas, porque separan cuerpo y alma. Además están los humanistas inmovilistas que son los religiosos. Yo soy evolucionista. El humanismo evolucionista es el que describe Erich Fromm. Opuesto al humanismo inmovilista de los religiosos que impide actuar sobre los dos extremos de la vida, el origen y la terminación. Para ellos el aborto es un crimen y la eutanasia otro crimen. Es curioso, yo fundé la Sociedad Etica de Medina y tuve que dejarla porque defendí la despenalización del aborto. La Iglesia dice ahora que hay un capitalismo caníbal pero para ellos el aborto sigue siendo un crimen. Nosotros también queremos evitar el aborto, pero para eso hace falta educación sexual, programación familiar, venta libre de anticonceptivos y despenalización del aborto cuando se torne necesario.
–Me llamó la atención su tesis de que a veces la verdad puede ser devastadora.
–Claro, porque si aplicamos a la medicina el principio de relatividad, de incertidumbre que rige para otras ramas de la ciencia, cabe preguntarse: ¿debemos decirle la verdad al enfermo? Sobre todo sabiendo lo relativa que es esa verdad. Yo aprendí del marxismo que los valores sonrelativos. Lo único absoluto es la vida. El ser humano. El marxismo enseña el valor de lo cuantitativo. La suma de cantidad es cambio de calidad. Por eso la medicina hegemónica, que es la del órgano y la tecnolatría irá sumando modificaciones hasta evolucionar y convertirse en medicina social.
–Si partimos de la situación actual, ¿no es un exceso de optimismo?
–Le recuerdo lo que decía (Antonio) Gramsci: hay un pesimismo de la razón y un optimismo de la voluntad.

 

¿POR QUE EL DOCTOR MARCOS MEEROFF?

Un humanista que no es noticia

por M.B.
Entre otras cosas: porque no es noticia. Un gran médico, noble, decente y humanista, que propone una medicina social como alternativa al mercado de la medicina que hoy impera no es noticia en la lodosa Argentina del 2000. Aunque haya producido varios prodigios: ser médico durante setenta años (a los 91 va todos los días al consultorio y a su actividad docente en la Asociación Médica Argentina); escribir un libro de 479 páginas que se lee con enorme interés y facilidad (“Medicina integral-Salud para la comunidad”, Editorial Catálogos 1999) y mantenerse fiel al humanismo radical de Eric Fromm y a los postulados del materialismo dialéctico, que para más de un oportunista con menos años se derrumbaron con el Muro. El doctor Meeroff es, en apariencia, un anciano delgado, frágil, pero a poco de tratarlo se advierte que dispone de tres grandes privilegios vitales: una impresionante fuerza de carácter; una lucidez que desearían muchos hombres jóvenes y una curiosidad inextinguible por lo que lo rodea. Por el mundo actual, que conoce al dedillo y que podría inducirlo a ese pesimismo de la razón del que hablaba el gran marxista italiano Antonio Gramsci. Salvo que Meeroff, igual que su maestro Gramsci le contrapone el optimismo de la voluntad. Marcos Meeroff nació en Santa Fe el 21 de setiembre de 1909. Se recibió de médico el 21 de julio de 1933. Fue médico general y luego se especializó en gastroenterología. En 1984 obtuvo el máximo título docente que es el de “Maestro”. Ha escrito, solo o en colaboración, 18 libros que no le reportaron un centavo, como suele suceder. En el último intercaló una cita que lo define. Es de Albert Einstein y dice: “sólo una vida vivida para los demás vale la pena”.

 

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