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AFRICANOS DEL NORTE QUE HUYEN HACIA EUROPA
Hacia la tierra prometida

Decenas de adolescentes marroquíes huyen cada semana hacia Europa. Sin futuro en su país, terminan siendo víctimas de redes de prostitución, robos y venta de drogas en la calle.

Por Eduardo Febbro
Desde Casablanca

t.gif (862 bytes)  La imagen de la película Casablanca, con la voz de Ingrid Bergman diciendo “Play, Sam, play it again”, es hoy una sensación disuelta en el tiempo. Casablanca, la capital económica e industrial de Marruecos, es también un puerto de donde cada semana huyen clandestinamente decenas de adolescentes marroquíes con rumbo a alguna capital occidental. París, Milán, Roma, Barcelona, Rotterdam, Le Havre o Marsella son las escalas predilectas de centenas de chicos que emigran en busca de un presente mejor, pero terminan cayendo en las garras de la prostitución, el crimen o la droga. Sentados al borde del inmenso muro blanco que protege el acceso a los muelles del puerto de Casablanca, Mohamed, Alí y Medhi adivinan entre las sombras la silueta del barco que los llevará lejos de “este mundo donde sólo nos espera el hambre, la soledad y los trabajos sin recompensa”. Desde sus apenas 10 años, Medhi habla con la firmeza de un adulto mientras aspira a pleno pulmón las emanaciones de un tubo de goma de pegar superpotente. “Si me das plata o una visa para entrar en Francia te cuento lo que quieras”, dice, provocando las carcajadas de sus dos amigos de éxodo.
Abajo, al pie del muro, la garita del policía encargado de controlar la entrada al puerto está vacía. El agente fuma a la intemperie y cuando escucha la risa de los chicos les grita algo en árabe. Medhi traduce: “Dice que si hacemos tanto estruendo nos van a descubrir y que en vez de a Europa vamos a ir a parar al calabozo”. Entre los tres no suman más de 35 años, no tienen un peso en el bolsillo, están cubiertos por harapos y sólo uno lleva zapatos puestos. Las historias de Mohamed, Alí y Medhi se unen en un punto: las ganas de irse por cualquier medio de un padre violento, una familia numerosa donde la comida no alcanza para todos y un país que no puede brindar eso que las televisiones occidentales muestran todos los días. “Con tal de salir, no importa el lugar al que llegue el barco .cuenta Alí–. Mi sueño sería Barcelona o Marsella. En España tengo amigos y en Francia viven unos primos. Si llegamos, todo será diferente. Me dijeron que trabajando 5 años cualquiera se compra uno de esos autos con vidrios negros.” Mohamed está convencido de lo mismo y ya tiene un lugar elegido: “Yo quiero llegar a Turín. Ahí están unos amigos del barrio que se fueron como nosotros. Me dicen que el señor que los contrata les paga todos los días”. Los tres se conocieron hace menos de un año en la estación de Benjdia. Golpeados y hasta violados por sus padres o sus tíos, Mohamed, Ali y Medhi salieron de sus respectivas provincias con el mismo propósito: Casablanca y el puerto que los llevaría muy lejos.
Ese es el sueño. La realidad que los espera se asemeja a las sombras del puerto de Casablanca. Medhi acaba de saltar del muro. El Ferry que debe conducirlos a Marsella dentro de dos días entra en el puerto. Medhi confirma que es “el buen barco: ahora sólo hay que esperar que lleguen los autos y los camiones y jugarse por uno”. Según cuentan, los chicos conocen perfectamente el tráfico del puerto. Trabajan en brigadas de chicos de la calle que deambulan de día por los alrededores para conocer la proveniencia y el destino de los barcos. “Una vez arriba nos las arreglamos como podemos .explica Alí–. Los ferry son los mejores. Escondidos en los camiones, uno puede salir de noche a buscar algo de comida”. ¿Y si los descubren?. “Nos devuelven a tierra y probamos suerte con otro barco, más tarde, hasta que un día podemos huir.”
Ninguno de los tres cree en el futuro pero se saben de memoria el sistema europeo. Están al corriente de que ahora conviene viajar con papeles porque, si los detienen, no pueden ser legalmente expulsados hacia su país de origen. Medhi hasta conoce el artículo dos de la Convención Internacional sobre el Derecho de los Niños que establece que un menor esinexpulsable mientras su Estado de origen no lo reclame. Poseen una información impresionante sobre las condiciones de vida en Europa, las leyes, la economía informal, las mafias paralelas e incluso las condiciones para viajar clandestinamente y llegar con seguridad. Medhi explica que “aunque parezca peligroso, lo mejor son los camiones frigoríficos. Hace un poco de frío pero si te envolvés bien en un montón de plásticos el detector de calor de la aduana no te descubre y así tenés el viaje asegurado”.
La inmigración clandestina casablanquina es una de las bocas por donde salen a probar suerte miles de emigrantes marroquíes. Sólo que aquí, debido a las características de la ciudad, su riqueza industrial, sus playas y su puerto, los jóvenes de entre 9 y 14 años se concentran mucho más que en cualquier otro punto. El drama a que da lugar esa inmigración juvenil y salvaje es tal que la asociación Bayti (Mi casa) no da abasto. Dirigida por una pediatra de renombre internacional, Najat M’Jid, Bayti tiene como objetivo recoger esos miles de chicos de la calle y reintegrarlos a sus hogares. Para ello cuentan con una red internacional desplegada en varias ciudades de Europa y con un equipo local que recorre las calles y el puerto de Casablanca de día como de noche. La doctora Najat M’jid afirma que la situación familiar explica en mucho la dimensión de esa fuga masiva: “el entono familiar está totalmente desestructurado, el padre ya no tiene el mismo peso que antes. A menudo depende económicamente de la madre o del trabajo de sus hijos y ante esa humillación responde con la violencia o el alcohol. Antes, padres, abuelos e hijos vivían en el mismo espacio. Ahora ese modo de vida ha desaparecido, los núcleos familiares son inexistentes y los niños reciben de lleno la violencia de la sociedad. La única alternativa que conocen es partir, sobre todo a Europa. Es imposible hacerles creer que el futuro puede tener un sentido si se quedan en Marruecos”. Una cifra revela la amplitud de la hecatombe inmigratoria marroquí. En apenas cinco años y únicamente en la ciudad de Casablanca, Bayti recogió más de 5000 niños.
El problema central de ese éxodo es lo que Mohamed, Alí y Medhi no saben. Del otro lado, en ese occidente al que tanto anhelan, no les espera el trabajo ni la fortuna sino una suerte peor. “A los chicos que pasaron y se instalaron no les dicen toda la verdad. Hay un tabú enorme”, asegura la doctora M’jid. A menudo, descubiertos por la policía pero sin posibilidad legal de ser expulsados, los chicos transitan en ONGs como Tierra de Asilo o Jóvenes Errantes. “Es entonces cuando caen en las manos de la mafia europea -.cuenta M’jid–: prostitución, robo y la venta de droga en la calle. Si van presos es sólo por dos o tres meses, y no les importa porque con ese trabajo ilegal en seguida pueden mandar dinero a sus padres. Ellos no saben cómo lo ganan y muchas veces tampoco les importa”. Alí, Mohamed y Medhi confiesan que “algo de eso conocemos, pero qué más da. Acá sólo te podés morir de miseria. Allá vale la pena correr el riesgo”

 

 

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