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OPINION

Monopolios en peligro

Por Alfredo Grieco y Bavio

El régimen más viejo del mundo, que el escritor Mario Vargas Llosa llamó “la dictadura perfecta” y el historiador Enrique Krauze “la presidencia imperial”, cumplió en México 71 años en el goce de un poder ininterrumpido. Heredero de la Revolución Mexicana de 1910 que derrocó al dictador Porfirio Díaz, el PRI (Partido Revolucionario Institucional), espera vencer en las elecciones del 2 de abril. El presidente mexicano Ernesto Zedillo pudo jactarse de que la permanencia demuestra la “estabilidad y paz social” prometidas y conseguidas, pero para la oposición es la prueba del autoritarismo de un partido hegemónico que tiene los días contados. El PRI todavía tiene chances de ganar en este 2000, y de que México entre al siglo XXI de la mano paternalista de otro presidente priista. El PRI es un partido monopólico de una ductilidad comprobada. Así resistió todas las embestidas de una realidad que reclamaba una salida hacia un pluralismo democrático auténtico. En su comienzos, el PRI debía su legitimidad al éxito revolucionario, y era el partido de una izquierda anticlerical y nacionalista, que se enorgullecía de haber arrancado el petróleo de las manos extranjeras. Durante la Guerra Fría, se convirtió en un partido monopólico, como la democracia cristiana en Alemania o Italia, el Partido del Congreso en la India, o el Liberal Demócrata que ayer volvió a ganar las elecciones en Japón. Un partido que garantizaba, por los medios que fuera, una integración social basada en diversos desarrollismos y una barrera contra el comunismo. La explosión llegó con las revueltas obreras y estudiantiles de 1968 que culminaron en la matanza de Tlatelolco. Y después llegaron los años de la efímera bonanza petrolera, del endeudamiento, del Tratado de Libre Comercio con EE.UU. y Canadá, del efecto tequila, del levantamiento zapatista en Chiapas, de los delitos económicos y de las intrigas sangrientas de la presidencia de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). En cada callejón sin salida, y con todo el aparato estatal a su servicio, el PRI consiguió -gracias a una persuasión a veces violenta–, el voto de una población que solo en él veía al partido capaz de presentar una opción gobernable, con promesas de un progreso indefinido hacia un futuro mejor y mexicano. Muchos de los partidos monopólicos vivieron ya tras la Caída del Muro la transformación del sistema político en un bipartidismo a la anglosajona. Tal vez resulte menos atractivo que en México, como en la India, el segundo partido sea un opositor de derecha, y fundamentalista.

 

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