Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


ANUNCIOS SOBRE EL VIH DEL CIENTIFICO ROBERT GALLO
Las nuevas formas de atacar el sida

Robert Gallo, uno de los descubridores del sida, expuso en Buenos Aires el estado de sus investigaciones contra la epidemia.


Por Pedro Lipcovich
t.gif (862 bytes)  El famoso científico Robert Gallo, uno de los descubridores del virus del sida, busca ahora nuevas formas para vencerlo. Ayer, en su visita a Buenos Aires, empezó por admitir que el panorama actual de la epidemia es “ominoso”: la vacuna está lejos todavía, y los actuales cócteles de medicamentos, aunque su efectividad está fuera de duda, son caros, difíciles de administrar y no están al alcance de los países más pobres. Por eso Gallo busca nuevas alternativas: las sustancias llamadas “betaquemoquinas”, que pueden obturar las puertitas por las que el virus entra en la célula; o bien, la vacuna terapéutica contra el “toxoide Tat”, que anula una de las principales armas del VIH. En el camino de estas investigaciones, Gallo encontró la maternina, una sustancia realmente maternal que, aún en la más temprana de las etapas de investigación, ya promete curar cánceres y reparar el sistema inmunitario.
“La epidemia de sida crece en la mayor parte del mundo. Las triterapias son lo más recomendable pero no eliminan el virus, tienen toxicidad y problemas de cumplimiento, ya que exigen hasta 40 pastillas por día -recordó Gallo–; son inaccesibles para los países más pobres, no sólo por su precio sino porque requieren seguimiento y evaluación permanente de cada caso.”
La gran solución sería la vacuna pero “hasta ahora sólo hay ‘vacunas candidatas’, que en el mejor de los casos sólo serían parcialmente eficaces. Con optimismo, y en no menos de siete u ocho años, se puede pensar en la combinación de varios tipos de vacunas, pero no hay certeza”.
Bajo este clima “ominoso”, Gallo procura desarrollar nuevos medicamentos. Una línea de investigación es la de las betaquemoquinas, que naturalmente produce el sistema inmunitario. Su interés está en que entran a las mismas células que infecta el VIH y lo hacen por la misma “puerta”, unos receptores en la superficie celular: “El receptor más importante se llama CCR-5”. Administrar suficiente cantidad de betaquemoquinas bloquea los receptores e impide así el acceso del VIH a la célula. Así, por ejemplo, “supositorios de betaquemoquina, administrados antes del acto sexual, podrían prevenir la infección”. Claro que sigue siendo mejor el preservativo, pero el golazo sería “obtener una molécula simple y barata que pueda inducir al organismo de los pacientes a producir quemoquinas”.
De hecho, comentó Gallo, hay personas que, por disposición genética, tienen naturalmente bloqueados los receptores de quemoquinas: “En casi el ciento por ciento de los casos, estas personas no se infectan aunque hayan estado expuestas al VIH”. Son muy pocas: “El uno por ciento de la población caucásica, blanca, y casi no los hay entre los negros o los de raza india”. El hecho es que “todos tenemos una resistencia innata a la infección por VIH, que depende de la relación entre la cantidad de virus infectante y la producción local de betaquemoquinas”.
Otra línea de investigación está todavía más avanzada. Han descubierto que el virus del sida, cuando infecta una célula, produce una sustancia llamada toxoide Tat, que, a distancia, daña a otras células todavía no infectadas. Para admitir la importancia de esta toxina basta un dato: en personas con VIH, las células inmunitarias de la sangre (linfocitos CD4) llegan a caer hasta el 70 por ciento, aunque sólo el 10 por ciento se hayan infectado: a las demás, las mató el toxoide Tat.
El grupo de Gallo desarrolló “una vacuna terapéutica contra el toxoide Tat, que está siendo ensayada sobre seres humanos en Bélgica, Italia, Francia e Israel, y dentro de pocos meses se probará sobre poblaciones grandes en Estados Unidos”. Este medicamento no reemplazaría del todo a las terapias actuales, pero permitiría sustituir uno de los tres remedios del cóctel por una sola aplicación, cuatro veces al año: cambiar siete pastillas diarias por una inyección trimestral no es poca cosa, y “por su menor precio y fácil administración, se adaptaría a las necesidades de los países más pobres”. La última línea de investigación de Robert Gallo “todavía no ha sido publicada en revistas científicas, los datos son muy preliminares”, pero tiene el encanto de un cuento de hadas. Es la maternina. Todo empezó con la pregunta de por qué los varones padecen con más frecuencia que las mujeres el sarcoma de Kaposi, forma de cáncer frecuente en enfermos de sida. Los investigadores hicieron un ensayo con ratitas de laboratorio pero, por error, se mezclaron los machos y las hembras, que, como suele suceder en estos casos, quedaron embarazadas. Gracias a ese error, supieron que lo que actuaba era una sustancia producida en los primeros meses de la gestación, la aislaron y la llamaron maternina: “No conocemos su función biológica, no conocemos su receptor, ni sabemos por qué nada menos que seis genes están destinados a codificarla”.
En ensayos de laboratorio, la maternina se mostró capaz de curar diversos tipos de tumores: “Provoca la apoptosis (el “suicidio” de la célula tumoral), dejando intactas las células sanas”, contó Gallo. Pero el efecto más importante de la maternina parece ser estimular el crecimiento de las células de la sangre: “Animales que habían perdido el 40 por ciento de su volumen sanguíneo recuperaron todos los valores normales en sólo una semana”. Faltan años para los primeros ensayos clínicos. Sólo queda esperar y admitir que, una cosa como la maternina, sólo mamá podía haberla generado.

 

PRINCIPAL