Por Pedro Lipcovich
El famoso científico Robert Gallo, uno de los descubridores
del virus del sida, busca ahora nuevas formas para vencerlo. Ayer, en
su visita a Buenos Aires, empezó por admitir que el panorama actual
de la epidemia es ominoso: la vacuna está lejos todavía,
y los actuales cócteles de medicamentos, aunque su efectividad
está fuera de duda, son caros, difíciles de administrar
y no están al alcance de los países más pobres. Por
eso Gallo busca nuevas alternativas: las sustancias llamadas betaquemoquinas,
que pueden obturar las puertitas por las que el virus entra en la célula;
o bien, la vacuna terapéutica contra el toxoide Tat,
que anula una de las principales armas del VIH. En el camino de estas
investigaciones, Gallo encontró la maternina, una sustancia realmente
maternal que, aún en la más temprana de las etapas de investigación,
ya promete curar cánceres y reparar el sistema inmunitario.
La epidemia de sida crece en la mayor parte del mundo. Las triterapias
son lo más recomendable pero no eliminan el virus, tienen toxicidad
y problemas de cumplimiento, ya que exigen hasta 40 pastillas por día
-recordó Gallo; son inaccesibles para los países más
pobres, no sólo por su precio sino porque requieren seguimiento
y evaluación permanente de cada caso.
La gran solución sería la vacuna pero hasta ahora
sólo hay vacunas candidatas, que en el mejor de los
casos sólo serían parcialmente eficaces. Con optimismo,
y en no menos de siete u ocho años, se puede pensar en la combinación
de varios tipos de vacunas, pero no hay certeza.
Bajo este clima ominoso, Gallo procura desarrollar nuevos
medicamentos. Una línea de investigación es la de las betaquemoquinas,
que naturalmente produce el sistema inmunitario. Su interés está
en que entran a las mismas células que infecta el VIH y lo hacen
por la misma puerta, unos receptores en la superficie celular:
El receptor más importante se llama CCR-5. Administrar
suficiente cantidad de betaquemoquinas bloquea los receptores e impide
así el acceso del VIH a la célula. Así, por ejemplo,
supositorios de betaquemoquina, administrados antes del acto sexual,
podrían prevenir la infección. Claro que sigue siendo
mejor el preservativo, pero el golazo sería obtener una molécula
simple y barata que pueda inducir al organismo de los pacientes a producir
quemoquinas.
De hecho, comentó Gallo, hay personas que, por disposición
genética, tienen naturalmente bloqueados los receptores de quemoquinas:
En casi el ciento por ciento de los casos, estas personas no se
infectan aunque hayan estado expuestas al VIH. Son muy pocas: El
uno por ciento de la población caucásica, blanca, y casi
no los hay entre los negros o los de raza india. El hecho es que
todos tenemos una resistencia innata a la infección por VIH,
que depende de la relación entre la cantidad de virus infectante
y la producción local de betaquemoquinas.
Otra línea de investigación está todavía más
avanzada. Han descubierto que el virus del sida, cuando infecta una célula,
produce una sustancia llamada toxoide Tat, que, a distancia, daña
a otras células todavía no infectadas. Para admitir la importancia
de esta toxina basta un dato: en personas con VIH, las células
inmunitarias de la sangre (linfocitos CD4) llegan a caer hasta el 70 por
ciento, aunque sólo el 10 por ciento se hayan infectado: a las
demás, las mató el toxoide Tat.
El grupo de Gallo desarrolló una vacuna terapéutica
contra el toxoide Tat, que está siendo ensayada sobre seres humanos
en Bélgica, Italia, Francia e Israel, y dentro de pocos meses se
probará sobre poblaciones grandes en Estados Unidos. Este
medicamento no reemplazaría del todo a las terapias actuales, pero
permitiría sustituir uno de los tres remedios del cóctel
por una sola aplicación, cuatro veces al año: cambiar siete
pastillas diarias por una inyección trimestral no es poca cosa,
y por su menor precio y fácil administración, se adaptaría
a las necesidades de los países más pobres. La última
línea de investigación de Robert Gallo todavía
no ha sido publicada en revistas científicas, los datos son muy
preliminares, pero tiene el encanto de un cuento de hadas. Es la
maternina. Todo empezó con la pregunta de por qué los varones
padecen con más frecuencia que las mujeres el sarcoma de Kaposi,
forma de cáncer frecuente en enfermos de sida. Los investigadores
hicieron un ensayo con ratitas de laboratorio pero, por error, se mezclaron
los machos y las hembras, que, como suele suceder en estos casos, quedaron
embarazadas. Gracias a ese error, supieron que lo que actuaba era una
sustancia producida en los primeros meses de la gestación, la aislaron
y la llamaron maternina: No conocemos su función biológica,
no conocemos su receptor, ni sabemos por qué nada menos que seis
genes están destinados a codificarla.
En ensayos de laboratorio, la maternina se mostró capaz de curar
diversos tipos de tumores: Provoca la apoptosis (el suicidio
de la célula tumoral), dejando intactas las células sanas,
contó Gallo. Pero el efecto más importante de la maternina
parece ser estimular el crecimiento de las células de la sangre:
Animales que habían perdido el 40 por ciento de su volumen
sanguíneo recuperaron todos los valores normales en sólo
una semana. Faltan años para los primeros ensayos clínicos.
Sólo queda esperar y admitir que, una cosa como la maternina, sólo
mamá podía haberla generado.
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