Por Julio Nudler
Nacido en 1947, su infancia corrió en paralelo con esa búsqueda de superación acometida por el tango, que se distanciaba del amor por lo simple (tipo D�Agostino-Vargas) y se planteaba nuevas exigencias musicales y poéticas (Francini-Pontier, por caso). Cuando ese pibe llegó a la adolescencia, todo estaba hecho y en desbande, mientras un demonio llamado Piazzolla acaparaba casi todas las posibilidades de renovación. Si no era posible superar a Salgán ni a Pugliese, y si no se aceptaba imitar a Astor, ¿qué cosa de valor podía hacerse con un bandoneón desarrugándose sobre las rodillas? Estas disyuntivas parecen haber seguido persiguiendo hasta hoy a Julio Oscar Pane, un virtuoso de más relieve que difusión, poco conocido por el público, incluso dentro de lo poco conocidos que son los bandoneonistas en general. Por fortuna, ahora pueden apreciarse su sonido y sus arreglos en un CD lanzado por el sello Buenos Aires Música, una reparadora iniciativa cultural del municipio porteño.
Hijo y sobrino de bandoneonistas de ley, determinantes en su crianza musical y en su asomo al recóndito mundo de las orquestas típicas cuando quedaban algún café con palco y las actuaciones en vivo en los auditorios de las principales radios, Pane fue el último eslabón de una cultura centrada en el fueye, con su moral, su filosofía y su nostalgia. Tras atravesar un largo badén de casi dos décadas, se convirtió en uno de los principales maestros de la nueva generación de bandoneonistas, influyendo así en la perduración de aquel idioma único de rezongos, ronquidos, fraseos y variaciones que fueron inventando Arolas, Maffia, Laurenz, Ciriaco Ortiz, Troilo y tantos más. Admirador del talentoso Máximo Mori, Pane tuvo a su vez la fortuna de ser discípulo del gran Julio Ahumada.
Queriendo reproducir el esqueleto de la orquesta típica tradicional, constituyó hace ya veinte años su primer trío de bandoneón, piano y contrabajo. El testimonio discográfico original del conjunto abarca seis tangos grabados en Japón, con Jorge Daniel Rutman en piano y Horacio Cabarcos en contrabajo. Incluye �Ciudad triste� (Tarantino), �El remate� (Alberto Pugliese), �Divagación y tango� y �A las orquestas� (ambos de Pane), �El Marne� (Arolas) y �Soledad� (Gardel). En la nueva placa Nicolás Ledesma toma el sitio de Rutman y Enrique Guerra, el de Cabarcos.
El compacto comienza con �El andariego�, una de las pocas pero fundamentales composiciones de Alfredo Gobbi, donde ese violinista (y pianista) más intuitivo que académico, al que rindieron homenaje tanto Piazzolla como Eduardo Rovira, consigue capturar toda la esencia del tango. En la banda siguiente, con �Festival�, de Leopoldo Federico, Pane le ofrece su tributo a este excepcional bandoneonista, al que está ligado por temperamento, garra y técnica.
Aunque haya tenido la experiencia de integrar varias orquestas �las de Osvaldo Manzi, Miguel Caló, Armando Pontier, Horacio Salgán y la denominada Guardia Nueva del Tango, que dirigía Dante Yanel�, e integra la fila de bandoneones de la Orquesta del Tango de Buenos Aires, pesa sobre Pane la soledad del ejecutante en los tiempos en que los generosos conjuntos tradicionales se volvieron inviables. �A veces lo vivo como una cierta orfandad, porque la belleza de estar en una fila de fueyes es algo inconmensurable�, confiaba recientemente. Es esta añoranza la que aparece expresada en �A las orquestas�, el tango que ha vuelto a grabar en este CD y por partida doble: una vez con el trío, y otra agregando la guitarra de Cacho Tirao, mientras José Colángelo se sentaba al piano.
Este es el autor de �Sin pretensiones�, que el trío de Pane interpreta con el añadido de Gustavo Liamgot como silbador. La pieza, relativamente eficaz y pegadiza, muestra a un Colángelo que sintoniza en la demagógica onda Mores. Después de este desliz, Pane se interna en su propio �Interludio� para bandoneón solo, la zona más densa y sustancial de su disco. Luego ofrece una desigual versión para sexteto de �Responso�,probablemente la obra cumbre de Troilo, escrita como póstumo adiós a Homero Manzi. Se suman Pablo Mainetti en bandoneón, Ariel Espandrio en violín y Julián Vat en flauta baja. El trío cierra el disco con dos piezas deliciosas: el vals �Vieja casa�, de Edmundo Zaldívar hijo, y el clásico �Color de rosa�, de Pedro y Antonio Polito, que mereció, entre otras, inolvidables versiones de Piazzolla y de Troilo.
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