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�LA ESCUELA DE LA CARNE�, un film notable, CON ISABELLE HUPPERT
Historia de una pasión condenada

Oriente y occidente: mientras el director francés Benoit Jacquot lleva una novela del japonés Yukio Mishima al París de hoy, Wayne Wang vuelve a su ciudad natal y logra que �Chinese Box� exprese las tensiones de Hong Kong en el momento de su transición política.

La mirada gélida de Isabelle Huppert se convierte en el eje hipnótico del film 
de Jacquot.


Por Luciano Monteagudo

t.gif (862 bytes) Hay una violencia latente, casi abstracta en el duelo que enfrenta a la pareja protagónica de La escuela de la carne, el film de Benoit Jacquot, inspirado en una novela del controvertido autor japonés Yukio Mishima. Ese reto que se establece tácitamente entre Dominique (Isabelle Huppert) y Quentin (Vincent Martinez) comienza como en un western, cuando ella, una noche cualquiera, entra empujada por una amiga a un bar gay y se tropieza de pronto con la mirada desafiante de él. A partir de ese primer encuentro, nace una extraña pasión, que irá poniendo en cuestión las relaciones de poder, de clase, de sexo. 
Ella es diseñadora de modas, lleva una vida independiente, solitaria y económicamente holgada. Se nota que es una mujer fuerte, libre, acostumbrada a tomar decisiones. El es bastante más joven pero, como dice en algún momento, �ya he vivido demasiado�. La película tiene el rigor de no explicar nunca las decisiones de los personajes, pero es el mismo Quentin quien no tiene inconveniente en revelar que se dedica a la prostitución. Con hombres o mujeres, le da igual. �Así que ahora te vas de putas�, le recrimina su amiga a Dominique. Y ella le contesta: �Sí, pero yo soy el hombre, y ella la mujer�.
Esa inversión de todo orden que propone La escuela de la carne enfrenta a los dos mundos de ambos personajes, aparentemente irreconciliables, pero que tienen una zona en común. El universo diurno, acomodado, burgués de Dominique no se ve necesariamente amenazado por la irrupción de la nocturnidad de Quentin. El de él podrá suponerse un mundo marginal, subrepticio, pero al mismo tiempo no deja de ser transparente: detrás de su rencor, de su evidente resentimiento hay una necesidad de reconocimiento, de ascenso social. �¿Por qué yo no habría de tener una vida normal?�, le pregunta a Dominique, casi como una súplica. Ella, en cambio, en la magnífica interpretación de la Huppert, siempre parece esconder algún misterio, como si detrás de esa mirada gélida que se convierte en el eje hipnótico del film hubiera todo un abismo por descubrir. 
Lo notable del film de Jacquot (el primero que se conoce en Argentina de este prolífico director francés) es la sutileza de la puesta en escena, su ascetismo, su madurez, su discreción. La película casi no necesita de desnudos para crear una atmósfera cargada de erotismo, más sensual por lo que omite que por lo que expone. La primera decisión del realizador parece haber sido la de evitar, uno a uno, los lugares comunes, alejarse de los convencionalismos. Hay una pasión, sí, entre Dominique y Quentin, pero es siempre una pasión fría, seca, dura, exenta de todo sentimentalismo. Los personajes se atraen, se rechazan, se hieren, pero no hay música de fondo para resaltar nada; apenas en los títulos finales el desgarrador lamento flamenco de �Te fuiste de mi vera�. El montaje siempre procede por sustracción, nunca por acumulación. No faltan, sin embargo, personajes secundarios de interés, como la travesti que por despecho traiciona a Quentin (una arriesgada composición de Vincent Lindon), o el prominente abogado con el que debe competir Dominique por los favores de su amante, una figura que parece casi su doble. Es este abogado (interpretado por Francois Berleand, el amante sádico de Romance X, de Catherine Breillat)quien le dice a Dominique, con sabia tristeza: �A nosotros, nos arruina el dinero�. 

 


 

Una ciudad hecha de cajas chinas

Cambio: El film es una declaración de amor a Hong Kong, concretada en el mismo momento en que se arriaba la bandera británica para alzar la china.

Gong Li y Jeremy Irons en medio de la turbulencia política.
El es un periodista europeo perdido en una cultura ajena.

Por L.M.

Corren los últimos días de junio de 1997. Después de haber sido durante más de un siglo el más poderoso enclave colonial occidental en Asia, Hong Kong está por arriar la bandera británica y pasar a manos de la República Popular China. La ciudad está convulsionada. Todo es incertidumbre. Nadie sabe qué sucederá realmente con la transición, que tiene de un lado al capitalismo más salvaje y del otro al comunismo más ortodoxo. En ese contexto, un periodista británico (Jeremy Irons) parece encarnar la crisis de ese momento, que es a la vez de agonía y de esperanza. A eso apunta Chinese Box, a pulsar aquellas cuerdas que tienen que ver con el choque de culturas y con los conflictos de identidad personal y social. Su director, Wayne Wang, venía de hacer Cigarros y Blue in the Face, el celebrado díptico que compuso junto al novelista Paul Auster, y con Chinese Box decidió escribir una suerte de carta de amor a su ciudad natal en el mismo momento en que cambiaba de manos y dejaba de ser una isla británica para volver a incorporarse al inmenso continente chino.
Así como en sus dos films anteriores Wang trabajó indisolublemente ligado a Auster, aquí en Chinese Box contó primero con la colaboración de Paul Theroux, el autor de Chicago Loop y La costa Mosquito, que luego se retiró del proyecto y publicó, casi simultáneamente con el estreno del film en el Festival de Toronto 1997, la novela Kowloon Tong, también la historia de un inglés en Hong Kong escindido por el cambio de guardia. La forma definitiva del guión le corresponde sin embargo a Jean-Claude Carrière, quien fuera el más estrecho colaborador de Luis Buñuel. De hecho, según confesó el propio Wang, una de las historias centrales del Chinese Box �que como Cigarros contiene varios relatos superpuestos, a la manera precisamente de las cajas chinas� parte de una anécdota que contó Buñuel en sus memorias, cuando recuerda que durante un rodaje cortejaba con extrema discreción a una joven actriz sin saber que ella ya se había acostado con todo el equipo. Algo de eso sucede con el protagonista de Chinese Box, este periodista inglés enamorado de una mujer china, de la que ignora todo de su oscuro, indecible pasado. Ese periodista recuerda un poco a los personajes de Grahame Greene, un europeo perdido en una cultura que le es ajena, un hombre comprometido sentimentalmente con un país que no es el suyo, en una instancia decisiva de su vida política. Nadie mejor que Irons para asumir ese personaje, con esa presencia tan ambigua que aporta el protagonista de Pacto de amor y M. Butterfly, un actor capaz de transmitir con su figura displicente la elegante decadencia de aquello que alguna vez fue un imperio.
En el personaje de la mujer china, que parece encarnar el destino de toda una ciudad �una ciudad también con un pasado pecaminoso, sombrío, del que nadie quiere hablar� Wang contó con Gong Li, la actriz-fetiche de Zhang Yimou, que aquí se mira (y no lo hace mal) en el espejo de Marlene Dietrich. No son los únicos agonistas del film. Por allí está Maggie Cheung, máxima estrella del cine de Hong Kong, con un personaje querepresenta un futuro posible para una ciudad de sobrevivientes. Y también ronda Rubén Blades, como un fotógrafo nómade, perfectamente prescindible para la trama.
La carga simbólica que lleva cada uno de estos personajes por momentos parece excesiva, pero aún así lo que impresiona de la película de Wang es su capacidad para tomarle el pulso a una ciudad en una coyuntura tan particular, en una transición histórica cuyas consecuencias no pueden dejar de afectar las relaciones personales. Filmada casi íntegramente cámara en mano por Vilko Filac �el director de fotografía de Underground y Tiempo de gitanos, de Kusturica� Chinese box tiene una urgencia acorde con su tema, el de toda una ciudad en transito, en movimiento continuo hacia un futuro incierto, aún hoy impredecible. 

 


 

�DESTINO FINAL�, DE JAMES WONG
La muerte no perdona

Por Martín Pérez

Alex Browning es un chico normal. Es, digamos, de la clase de chicos normales capaz de ir de viaje de egresados a París con sus compañeros de secundario. Y su normalidad también incluye tenerle algo de aprehensión a los viajes en avión. O un poco más que eso. Por eso es que el día de la partida, su mente parece no dejar de tomar nota de todos los malos presagios que se cruzan en su camino. El hare krishna que dice �la muerte no es el final�; la foto del accidente de Diana que aparece en su guía de París o el detalle de que la fecha de su cumpleaños coincide con la hora de partida del vuelo. Pero recién cuando la música funcional del aeropuerto deja escuchar un tema de John Denver �un músico country fallecido en un accidente de aviación� es que la cosa parece ir en serio. Con dos especialistas en temas sobrenaturales como Glen Morgan y James Wong al mando �guionista y director respectivamente de �X Files� y �Millenium�, las series de Chris Carter�, Destino final es un film que, al igual que esas series, promete más que lo que cumple. O, al menos, comienza prometiéndolo todo, y después sólo termina trabajando un solo rubro. Sádico, imaginativo y juguetón, el film cuenta la historia de cómo Alex Browning (interpretado por un proto-Tim Robbins llamado Devon Sawa) escapa de su destino final al ser echado del vuelo que lleva a sus compañeros a París justo antes de su despegue. Con él son expulsados algunos compañeros y una maestra, que no dejarán de observarlo con cierta inquietud hasta que el destino vuelva a buscarlos. Y ése es el interesante reto del film de Wong: construir un film con el peor antagonista de todos, porque de él no hay escape y porque lo que hace no lo hace por maldad. Simplemente porque así está escrito. De esta manera, en Destino final de un lado está Alex y sus amigos (entre los que hay una joven algo darkie que decide amarlo, y un amigo que decide odiarlo) y del otro una fuerza invisible �¿llamada guión?� que se tomará su tiempo para ultimarlos a todos. O, al menos, hacer lo que está escrito que haga. 
Pletórica en muertes perversas y complejamente elaboradas, Destino final es un film que rápidamente termina quedándose sin aire ni personalidad. Demasiado preocupado por los detalles de cada una de sus muertes �las hay graciosas, trágicas e incluso sorpresivas, siempre truculentas� el film de Wong y Morgan deja rápidamente sus ambiciones para pasar a ser tan previsible como esa otra muerte que ha de llegar, tarde o temprano. 
Tan estancado está en esos crímenes del destino, que olvida a sus muchos personajes para avanzar sólo a partir de abundantes explicaciones en voz alta, algo aún más criticable en un film tan preocupado por lo visual. Pero que no termina dejando ninguna escena memorable, salvo ese momento en el que Alex y su amiguita se cuelan en la morgue y escuchan a un misterioso forense explicar por primera vez de qué se trata su historia. �Han escapado del primer sádico esquema de la muerte para llevarlos a su tumba. Ahora deben descubrir el próximo�, dice el especialista. Que se despide con un inquietante �Nos vemos pronto�.

 

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