Parecía inmortal y eterno por eso causó sorpresa y conmoción su muerte ocurrida ayer a los 77 años, de un paro cardíaco, en su casa de Roma. Protagonista clave del mejor teatro y cine de posguerra, �Il mattatore�, como gustaba llamarse,
impuso su personalidad avasallante en films memorables como �Il sorpasso� y
�Los monstruos�, pero siempre reservó su pasión para los escenarios.
Todo fue prolífico en
la vida de Vittorio Gassman: películas, mujeres y espectáculos teatrales. |
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Por Luciano Monteagudo
�Los directores de cine normalmente me inspiran horror, porque si tuvieran lo que hay que tener en el mundo del espectáculo �sangre, locura, furor� jamás se dedicarían a dirigir películas. ¿Quién me gusta? Fellini, Altman, Dino Risi y un poco Ettore Scola.� Estas palabras crueles sobre el cine eran frecuentes en Vittorio Gasmann. Contra toda apariencia, Gassman �que amaba a los clásicos, en los que se había formado desde sus comienzos en la Accademia Nazionale di Arte Drammatica� consideraba que el teatro era eterno, que se hacía inmortal en la memoria, a pesar de su fugacidad. Por el contrario, el cine �en el que se prodigó en más de 120 películas� le parecía efímero, que pasaba de moda, como una canción. Reconocía su falta de rigor a la hora de elegir proyectos y guiones, como si no le hubiera podido decir que no a ninguno. Su inmensa filmografía va de lo sublime a lo superficial, de la excelencia a la vulgaridad, sin términos medios, un poco como el cine italiano mismo, del cual él se convirtió en una de sus figuras más representativas, junto a Marcello Mastroianni, Alberto Sordi, Nino Manfredi y Ugo Tognazzi, sus célebres compañeros de ruta en la poderosa pantalla italiana de posguerra.
Para cuando el joven Vittorio debutó en un set, allá por 1946, con las ruinas de fascio aún humeantes, ya llevaba mucho teatro a sus espaldas. Tenía 23 años (había nacido el 1º de setiembre de 1922, en Génova) y su imponente tipo físico, su estampa deportiva y su inocultable arrogancia lo tipificaron en ese primer comienzo como galán joven e impetuoso, en comedias y melodramas, de los cuales el más recordado de aquel entonces sigue siendo Arroz amargo (1948), de Giuseppe De Santis, que lanzó a la fama a la escultural Silvana Mangano. Su paso por Hollywood, adonde llegó hacia 1953, de la mano de su flamante esposa Shelley Winters, fue breve, prolífico (todo fue prolífico en la vida de Gassman: películas, mujeres, espectáculos teatrales) pero escasamente memorable. Alguien podrá citar algún thriller clase �B� de Joseph H. Lewis (Cry of the Hunted) o su participación en vodeviles camp de la MGM, como México de mis amores, pero ninguno de estos recuerdos le hacen un favor. A su regreso a Roma, en 1956, se dio el gusto en cambio de dirigir su primer film, para su exclusivo lucimiento como actor: fue Genio y figura, también conocido como Kean, sobre el texto de Alejandro Dumas, revisado por Sartre.
Se diría que el apogeo de Gassman en el cine coincide �no casualmente� con el esplendor de la commedia all�italiana, uno de cuyos primeros mojones es el clásico Los desconocidos de siempre (1958), esa canción de gesta del mundo subproletario, en la que el director Mario Monicelli reunió sabiamente al veterano capocomico Totó con los incipientes Gassman y Mastroianni, trazando un puente inmejorable entre la tradición y la modernidad. Al año siguiente, Monicelli volvería a convocar a Gassman para otro de sus clásicos, La gran guerra y Dino Risi haría especialmente para él la película con la que Vittorio se ganaría para siempre su inseparable sobrenombre: Il mattatore.
Fue Risi, nuevamente, quien lo llevó a su apogeo en la legendaria Il sorpasso (1962). Allí aparecía Gassman como el arquetipo del italiano apuesto, mujeriego, vividor, amante de la velocidad, que trepado arriba de su convertible spider parecía llevarse el mundo por delante, atronando con su bocina y sus carcajadas burlonas. Pero más allá de la superficie humorística, era evidente en el film todo un perfil crítico, en el que Gassman y Risi revelaban, debajo de ese tipo simpático y entrador, a un animal desagradable, dañino. Allí estaba ya el huevo de la serpiente de Los monstruos (1964), la inefable colección de hipócritas, cretinos y farsantes que se convirtió en la apoteosis de la comedia satírica italiana. Cada espectador tiene para sí el recuerdo de uno u otro episodio, a cuál más feroz, pero seguramente nadie podrá olvidar elterrible sketch final, con Gassman y Tognazzi (los dos grandes bufos de la película) como esos patéticos ex boxeadores que vuelven al ring, a pesar de estar ya idiotizados por los golpes.
De ese período de magnificencia, que impuso comercialmente al cine italiano en buena parte del mundo, es también otro de sus títulos más recordados, La armada Brancaleone (1965), la historia de ese caballero desgraciado y su triste Corte de los Milagros. Inepto para las artes de la caballería, el bastardo Brancaleone pretendía �en las fronteras del primer milenio� ennoblecer su destino con la posesión de un feudo que no era otra cosa que un peñón miserable. Esta odisea inútil, absurda era �y aún lo es� terriblemente divertida, un poco a la manera de Don Quijote, en la medida en que Brancaleone venía a confirmar que nada hay más cómico que un desesperado. Por aquel entonces fue convocado también por el joven Ettore Scola, para protagonizar la picaresca Parliamo di donne (1964), una asociación que se extendería por más treinta años, con títulos tan populares como Nos habíamos amado tanto (1974), Los nuevos monstruos (1977), La terraza (1980), La familia (1987) y la reciente La cena (1998), cuyo estreno está aún pendiente en Argentina.
Nunca dejó de filmar para Risi �con una culminación de histrionismo en el ciego impenitente de Perfume de mujer (1974)� pero también supo entregar capolavori para Luigi Magni (El amor y la furia, 1972), Valerio Zurlini (El desierto de los tártaros, 1976) y el belga André Delvaux (La confesión anónima, 1983). Pese a la admiración que Gassman sentía por Pasolini, el director de Accatone nunca lo convocó, pero eso no impidió que el actor tomara para sí una de las obras menos conocidas del poeta, Affabulazione, y la llevara al cine como realizador y protagonista, bajo el título de L�altro enigma (1986).
El norteamericano Robert Altman, siempre un outsider de Hollywood, lo incluyó en el elenco de Un matrimonio (1978) y volvió a contar con él en Quinteto (1979), pero para entonces la única pasión de Gassman era, como siempre lo había sido, el teatro. �Es como amar a mil personas a la vez�, reconoció una vez. �El teatro es donde es más difícil morir�. Quizá tenía razón, porque a diferencia del cine, que permite la revisión crítica, sobre un escenario -.y Gassman dejó una huella indeleble en los de Buenos Aires� los mejores recuerdos se convierten en eterna leyenda.
opinion
Por José Pablo Feinmann |
Modestamente
El tipo está bailando con una hermosa mujer �una de esas italianas infartantes que nos enseñaron a diferenciar entre el ardor y la opulencia de la mujer latina y el diseño Max de las estrellas de Hollywood�, el tipo la estrecha sin pudor, ella feliz, y de pronto él le muerde una oreja. Ella lanza un aullidito y él sonríe, la mira y dice: �Modestamente�. La película la había dirigido Dino Risi y se llamaba Il Sorpasso. El tipo era Vittorio Gassman, a quien todos los argentinos envidiaban porque no le faltaba nada: pinta, talento, desenfado. El modestamente se hizo famoso. No hubo quien no soñara morderle una oreja a una mina y decirle �modestamente�. No hubo quien no soñara ser Gassman.
A mí me había deslumbrado antes. Antes ya había soñado ser Gassman, pero bajo otra modalidad. La película se llamaba Rapsodia y Gassman, que interpretaba al violinista Paul Bronté, enamoraba a Elizabeth Taylor. Yo era muy pibe y ver a ese violinista eximio, desbordante de talento que, además, tenía la pinta de Gassman y tenía a la Taylor a sus pies me volaba la cabeza. Gassman desdeñó siempre Rapsodia (la desdeñaba desde Shakespeare, desde donde, en verdad, desdeñaba todo lo que hacía el cine), pero Rapsodia era inolvidable, la perfección del kitsch, el concierto de violín de Tchaicovsky por David Oistrach y el Nº 2 de Rachmaniv (¿qué otro si no?) por Claudio Arrau, y la Taylor con los labios rojos y los ojos verdes, enamorada de Gassman hasta la perdición. Al final se quedaba con el pianista, pero uno sabía que el tipo que realmente le había movido el piso, la había enloquecido, modestamente, había sido el violinista, es decir, Paul Bronté, es decir, Vittorio Gassman.
Es parte de nuestra vida y de nuestros sueños, como lo son los grandes del cine. Hizo Los desconocidos de siempre, La gran guerra (con Sordi) y Perfume de mujer. Hizo otra película entrañable para los argentinos, para todos aquellos que olvidaron (no quiero poner �traicionaron�) sus sueños y saben que nada los reemplazará. Sí, es Nos habíamos amado tanto. Gassman es el más argentino de los actores italianos. Un poco porque, como todo italiano, tenía mucho de argentino. Y otro porque nosotros, como buenos argentinos, somos casi italianos y sobre todo, como buenos argentinos también, soñamos con la pinta imposible, con el talento desmedido, con la sonrisa ganadora y algo cínica de Vittorio Gassman. Sí él, que era él, se murió, ¿qué podemos esperar nosotros que, apenas, hemos intentado plagiarlo? |
En setiembre, estuvo en Buenos Aires
Addio, mattatore
Por Hilda Cabrera
Mirando a su interlocutor con curiosidad y con esa rara atención propia de quienes llevan sobre sí el tiempo vivido, Vittorio Gassman sabía atrapar al auditorio, dándole sentido a cada situación. Eso quedó claro la tormentosa mañana de setiembre del �99 en que un puñado de periodistas lo esperó en el VIP de Ezeiza. Aquél sería, ahora se sabe, su último viaje a la Argentina, país al que privilegiaba con sus periódicas visitas (fueron ocho), y a cuyo público decía amar profundamente. Había desafiado la fatiga, retando a su salud con un cigarrillo. Traía un espectáculo hecho a su medida, L�addio del mattatore, para presentarlo en el Festival Internacional de Buenos Aires. Amaba la ciudad, dijo esa mañana, por su ambigüedad. �No me asombraría ver pasar por la avenida Corrientes a uno de los tigres imaginados por Jorge Luis Borges�, dijo con sus gestos desmesurados.
Al día siguiente, en escena, se adueñó inmediatamente de un auditorio fervoroso y heterogéneo. Actuó y contó asuntos de su propia historia. Se atrevió incluso a dar una lección pública a un grupo de jóvenes. Le encantó dar claves sobre su oficio, bromeó, pero también produjo zozobra cuando se lo vio recurrir a un aspersor para respirar mejor. En un momento, tras anunciar que le habían prohibido fumar, le pidió un cigarrillo, que pitó gustoso en escena, al público, que deliraba. Un día después lo internaron, en medio de un susto generalizado, zafó. Ya no bromeó sobre su salud. Aunque famoso a través del cine, Gassman estuvo desde siempre intensamente ligado al teatro de su país. Ingresó en 1941 (a los 19 años) a la Academia de Arte Dramático de Roma, cuando la dirigía Silvio D�Amico, y en 1943 concretó su primer trabajo profesional en La enemiga, con Alda Borelli. Fue tempranamente protagonista de hitos del teatro europeo, entre ellos La máquina de escribir, de Jean Cocteau, dirigido por el gran Luchino Visconti, con quien trabajó entre 1945 y 1949, Un tranvía llamado Deseo, de Tennessee Williams, Oreste, de Alfieri, y Troilo y Cresida, de William Shakespeare. De las obras de este autor representó a menudo pasajes como solista. Un caso fue el fragmento de Hamlet, que protagonizó en inglés e italiano en su última visita a Buenos Aires.
Sus inicios como primer actor dentro de una compañía se remontan a 1945. Fue en la Compañía Adani-Calindri-Carraro, que ofrecía obras del nivel de María Estuardo, de Schiller, y Ma non e una cosa seria, de Pirandello. Tiempo después creó su propia agrupación (en 1950), debutando como director con Peer Gynt, de Henrik Ibsen. A partir de ese momento quedó ligado fuertemente a la escena, que no abandonó siquiera cuando se dedicó compulsivamente al cine. Alternaba, eso sí, el teatro con la escritura, incursionando en la poesía (Vocalizzi), el relato (Memorie del sottoscala, considerado por el actor �flecos de su memoria�, y la autobiografía, como Una grande avvenire dietro le spalle (�Un gran porvenir sobre la espalda�), una irónica mirada sobre su futuro.
Su debut en la escena argentina se produjo en 1951: lo ovacionaron en el Oreste, de Alfieri, puesto en el demolido Teatro Odeón. Cada retorno significaba un encuentro con los grandes autores italianos, básicamente con el poeta Dante Alighieri y su admirado Luigi Pirandello. En 1992 dio nuevas muestras de su carisma trayendo la espectacular Ulises y la ballena blanca, su versión de la novela Moby Dick, de Herman Melville, donde lo acompañaba su hijo Alessandro y la actriz Cipe Lincovsky, que, invitada a subir al escenario, tuvo a su cargo el sermón de Jonás. Allí agilizaba varios tramos de la novela intercalando poemas del inglés Alfred Tennyson, de Walt Whitman, Pessoa. Su personaje, el capitán Achab, era en definitiva un sobreviviente.
Del teatro decía que era ante todo un arte simbólico y transformador. En colaboración con el director Luigi Squarzina creó a finales de los �50 laCompañía del Teatro de Arte Italiano. Allí exhibió en 1952 un Hamlet, calificado de memorable por la crítica de su país. Realizó además una singular puesta de Kean, de Alejandro Dumas (donde también actuó), y adaptaciones de Edipo Rey, de Sófocles, y Questa sera si recita a soggetto (�Esta noche se improvisa�), de Pirandello. Su labor en este campo seguía siendo tan prolífica como la que desarrollaba en el cine. En la década del 60, liderando al Teatro Popular Italiano puso en escena bajo una carpa de circo el Adolchi, de Manzoni y, entre otras piezas, la Orestíada, de Esquilo (en la versión de Pasolini). Dirigido por Luca Ronconi protagoniza Ricardo III, en el Teatro Estable de Torino, y en esos mismos años se arriesgó con monólogos inspirados en textos de Dostoievski, Kafka, Beckett y Gregory Corso. Estos espectáculos serían más tarde la materia prima de otra aventura artística: la creación de recitales en los que, como en L�addio del mattatore, narraba sus experiencias de vida.
En 1979 fundó y dirigió en Florencia una escuela para actores, �La Bottega Teatrale�, y dos años después reinició sus giras con espectáculos basados en secuencias de Otelo y Macbeth. Salvo aquellos períodos en los que se mostró abiertamente temeroso de la vejez y la muerte, siempre dejaba claro que le quedaban fuerzas para dedicarse al teatro. Lo demostró en sus versiones de L�addio..., logrando siempre poner en marcha la imaginación del espectador, transmutándose en un pequeño giro del cuerpo o un matiz en la voz. Apurando esa capacidad suya de ponerle alas a lo �verídico�, tan propia de su arte y su carisma, como lo demostró en su versión de Informe para una academia, sobre el relato homónimo de Franz Kafka, y su infaltable y celebrado El hombre de la flor en la boca, de Pirandello.
opinion
Por China Zorrilla |
Era un hombre bellísimo
Sé que puedo ser una plaga recordando a Vittorio. Lo conocí en los años 50. Cuando vino a Montevideo, por primera vez lo instalaron en la Comedia Nacional, donde yo estaba trabajando. Me dijeron que mi camarín iba a ser utilizado por él, y quise verlo. Llamé a la puerta y me topé con un hombre cordial que vestía una enorme robe blanca. No podría explicar hoy lo bello que me pareció Gassman. De sus actuaciones, lo que más me impresionó fue la variedad de personajes que podía componer. Recuerdo su trabajo en el Oreste, de Alfieri, en comedias de Carlo Goldoni, donde componía figuras características, un poco a lo Gianni Lunadei. Era de una comicidad impresionante que contrastaba con su Kowalski de Un tranvía llamado Deseo. En aquella época, las compañías se quedaban en Montevideo quince días y presentaban cuatro o cinco títulos. La Comedia Nacional hacía de dueña de casa, y lo recibió por dos temporadas. Pude verlo en todas sus facetas. Después, en Buenos Aires, lo encontré en un proyecto de filmación y un festival de cine. Eso que uno piensa a veces ingenuamente de que caminando por París se puede encontrar con Depardieu, o recorriendo Madrid con Imanol Arias, a veces se da. Recuerdo que en 1990, cuando fui a Italia con Mario Benedetti y Daniel Viglietti, invitados al Mundial de Fútbol, al entrar al hotel me quedé pegada al televisor. Le estaban haciendo un reportaje a Gassman. Eso era justo lo que yo quería. Estaba muy gracioso contando que salía recién de una terrible depresión y que a pesar de eso se veía a sí mismo muy simpático. Me hizo una gracia loca. Después, cuando lo vi aquí en L�addio del mattatore me enojé. No podía creer que estuviera en escena fumando un cigarrillo detrás de otro y que hiciera chistes con eso. Sé que es un vicio terrible. Yo fui adicta durante mucho tiempo. Lo digo con vergüenza. Era una lástima. Tengo muchas anécdotas de Gassman. Recuerdo el mal momento que pasó en el Teatro Solís de Montevideo en la escena de violación de Un tranvía.... Fue el momento más difícil de su vida artística. Su Kowalski era tan sexy, tan violento... En el momento de mayor voltaje tenía que apagar la luz, pero la lámpara seguía encendida. Furioso, le pegó una trompada: rompió la bombita, dijo una barbaridad, y recién entonces oscureció. |
�Un actor
inmenso� |
�Era un actor inmenso, inmenso, inmenso y un hombre también del mismo tamaño. Su muerte cambió lo que para mí era un día ideal�. (Pedro Almodóvar)
�No puedo creerlo: parecía inmortal. Estoy... tan conmocionada por esta tristísima pérdida, es la desaparición del hombre-teatro de Italia y de un artista extraordinario. A mí, además, me faltará un gran amigo�. (Claudia Cardinale)
�Nos unía, todo el mundo lo sabe, una especial estima y amistad. Recuerdo con gran emoción el rodaje de La gran guerra. Interpretamos a dos pobres soldados de vigilancia que acaban convirtiéndose en héroes en una de las películas más importantes de la carrera de ambos, donde trabajamos muy bien, nos divertimos mucho y organizamos enormes comilonas. Siempre que nos encontrábamos, Vittorio me repetía que él, con mayor experiencia teatral, había aprendido mucho de mí en el cine�. (Alberto Sordi)
�Esta noticia me llena de desesperación, porque con él se pierde un grandísimo pedazo de Italia�. (Lina Wertmuller)
�Con Gassman desaparece uno de los pilares del teatro. Recuerdo la oración fúnebre de Marco Antonio en el Julio César, de Shakespeare: �Todavía le escribo cartas a Dios porque es incongruente que se muera, que no se nos dé otra vida (...). En esto, �el jefe� se ha equivocado�. Daba una imagen de hombre fuerte y seguro, pero en realidad era extremadamente frágil�. (Dario Fo)
�Era un hombre diferente de los demás, alguien extraordinario, cultivado, lleno de humanidad�. (Monica Vitti)
�Fue uno de los pocos representantes que quedaban del neorrealismo. A excepción de Alberto Sordi y Nino Manfredi, puede decirse que ya han desaparecido esos geniales comediantes, que nos dieron tanto. Los personajes queribles y entrañables que él sabía hacer tan bien forman parte de nuestra vida, de nuestras vivencias y nuestros recuerdos, y es como si se nos fuera alguien que nos pertenece. Por eso su muerte se siente mucho�. (Héctor Alterio)
�Siempre me sorprendió el fenómeno de su voz: tenía una dicción perfecta, que ya entraba en la categoría del instrumento musical. Era una persona de una presencia imponente. Fue el último de los capocómicos, esa figura tan particular de la escena italiana. (Ernestó Schoó) |
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