UN
CHISTE ARGENTINO
Por José
Pablo Feinmann
|
|
Hay un chiste y ningún
chiste es casual. Voy a narrar la versión que yo conozco, ya que
seguramente hay otras, aunque, no lo dudo, dirán lo mismo que la
mía. Porque, como dije, ningún chiste es casual y éste,
en cualquiera de sus versiones, refleja una cara verdadera de la sociedad
argentina. Y todos sabemos lo difícil que es, hoy, en el mundo
del vértigo informático, donde todo se sabe y, a la vez,
todo se ignora, atrapar una, al menos una, verdad.
El chiste, digamos, es así: una mujer de cuarenta años visita
al ginecólogo y le confiesa que es, aún, virgen. El ginecólogo
se sorprende y le pregunta cómo han sido las cosas para que tal
hecho (es decir, su virginidad) persista. ¿Nunca ha tenido un novio?
Sí, aclara la mujer, tuve tres amantes. Aumenta la sorpresa del
ginecólogo. ¿Cómo, si ha tenido tres amantes, es
todavía virgen? La mujer explica. Dice: Primero tuve un amante
que militaba en el Frepaso. Y era pura lengua. El ginecólogo
pregunta por los otros dos. La mujer dice: Mi segundo amante era
peronista. Y me rompió el culo. El ginecólogo pregunta
por el tercero. La mujer dice: Mi tercer amante era radical. Y cuando
estaba arriba no sabía qué hacer.
Sabemos que el Frepaso siempre se presentó (y fue visto así
por la sociedad) como el ala izquierda de la Alianza. De aquí que
la modalidad discursiva, anunciativa y polemista de la izquierda le sea
atribuida. También su escasa efectividad. La visión popular
que refleja el chiste dice: la izquierda siempre estará lejos del
poder. No sólo porque se atomiza (y esta atomización es
fruto de sus interminables debates internos, y todo debate implica la
palabra, el logos, y el logos implica la lengua), sino porque está
más cerca del pensamiento que de la acción, aun cuando se
la pase hablando de la praxis. Pero la izquierda habla de la praxis, no
la ejerce. De aquí la primacía en ella del nivel lingüístico.
Sí, abundando, leemos esta primacía como una primacía
potenciada por las influencias que el posesctructuralismo tuvo en los
últimos veinte años sobre la izquierda (el último
gran libro sobre Marx lo escribió Jacques Derrida, tal vez el filósofo
más destacado de eso que se llama el giro lingüístico)
será inevitable concluir que la incidencia de la palabra es cada
vez más fuerte. Mucho de los más refinados exégetas
de Marx lo han leído, no ya desde Althusser, ni hablar desde Lenin,
sino desde Lacan, lo que implica leerlo desde el lingüista suizo
Ferdinand de Saussure. Así las cosas, la izquierda sigue hablando.
O porque cree que el inconsciente está estructurado como
lenguaje o porque cree (aquí con un toque fanoniano) que
al discurso del opresor hay que oponer el discurso del oprimido. Mal podía
liberar de su virginidad a la dama del chiste. Es posible que la haya
hecho meditar sobre las más complejas cuestiones de este mundo,
pero eso fue todo. El vértigo del logos deslumbra; el giro lingüístico
accede a una visión poética (acaso retórica) del
mundo basada en Nietzsche y en el último Heidegger, pero les ha
añadido más palabras a las palabras. Por decirlo claramente:
la lingüística no erradica la virginidad.
El segundo amante de la dama del chiste fue un peronista. Aquí,
nuestra dama, tal vez algo directamente, tal vez contagiada por esa rusticidad
innata del peronismo, le dice al ginecólogo que este amante le
rompió elculo. No podía ser de otro modo. La
palabra traidor forma parte esencial de la identidad peronista. (Si es
que tal cosa existe, ya que los peronistas son tan desmedidos que hasta,
digamos, le han roto el culo a su propia identidad.) Los peronistas
no disienten, traicionan. Sobre la traición suele decirse: El
que avisa no es traidor. O sea, los traidores no avisan. No avisar es
atacar por la espalda. Atacar por la espalda es, si me permiten decirlo
así, culear. Pero esta modalidad del sexo (y esto es lo que la
sabiduría del chiste explicita) expresa una rusticidad inapelable.
En el sexo anal, el culo se rompe, el que penetra le rompe el culo al
penetrado. Si esto suena poco delicado, es porque es así como es.
Es rústico, primitivo, brutal. Pero se relaciona con la fuerza.
El chiste dice: los peronistas saben gobernar. Y no es casual que el chiste
haya surgido de la gestión Menem. Durante los días que corren
(en una reivindicación repentina y sorprendente) muchos dicen:
Menem gobernaba. No había huelgas, los militares no hacían
declaraciones, todos estaban en caja. Por supuesto, dicen, se afanó
todo. Pero los peronistas no gobiernan impunemente. Se adueñan
del país. Lo gobiernan como patrones viriles, enérgicos,
como, en suma, auténticos machos peronistas. Los peronistas no
se andan con vueltas. Ya lo dijo el líder: Mejor que decir
es hacer, mejor que prometer es realizar. (Obsérvese, de
paso, que Perón no sólo había inventado la tercera
posición, sino que además ya refutaba las filosofías
del giro lingüístico.) En suma, la izquierda dice, el peronismo
hace. Y la acción es casi siempre directa, no vacila,
no se sofoca en palabras. De aquí su rusticidad. Su dureza. Los
peronistas tienen malos modales. Se suele decirles negros
o, más exactamente, gronchos, que es la modalidad rústica,
primitiva, pedestre, en fin, ordinaria de lo negro. La dama
del chiste es arrasada por su amante peronista. Su amante peronista la
maltrata, la embiste por la espalda, le rompe, sí, el culo, pero
no le quita la virginidad. Será porque los peronistas detestan
la virginidad o hipótesis muy probable necesitan que
la dama siga virgen, inocente, crédula, ingenua, para seguir rompiéndole
lo que siempre le rompen.
El tercer amante respeta a la dama. Quiere hacerle el amor, quiere liberarla
de su virginidad, quiere ser un amante exquisito y no un bruto o un charlatán.
Pero no sabe cómo. Cuando está sobre ella, cuando llega
arriba, cuando ha logrado estar ahí por haber seducido a la dama,
por haberle despertado sus mejores esperanzas... no hace nada. O trata
de hacer lo que ya hizo el bruto, pero mal; porque no es el bruto, porque
su conciencia lo atormenta y porque la conciencia es mala consejera para
el sexo. Donde, se sabe, el que piensa pierde.
Interesa señalar que el tercer amante hizo algunas señales
voluntaristas. No en vano su asesor de imagen, es decir, el
hijo del Presidente, se ofreció a sostener un fogoso y publicitado
romance con una star del pop latino, emitiendo claramente a la sociedad
un mensaje que, conjeturo, podría leerse así: Esta
vez vamos a gobernar. Vamos a saber muy bien lo que hay que hacer cuando
se está arriba. Aquí estoy yo y los que son como yo. Con
nosotros, no hay virginidad que dure. Pero no. Hace tiempo que no
se lo ve por el país a este joven ardoroso y todo queda en manos
de su padre, hombre ligado al catolicismo y a esta obstinación,
tan católica por cierto, por respetar, por honrar incluso, las
virginidades. También el vicepresidente (que venía del tronco
grosero del peronismo, esos imbatibles rompedores de culos) ha cedido
en sus hábitos populistas. Ya no viaja en subte al Congreso. Ya
no mantiene con la gente esa cercanía que solía mantener.
Y para librar a la dama de su virginidad hay que estar cerca, no lejos.
Menos aún lejos y angustiado.
Se plantea, así, el problema de la gobernabilidad. Todos hablan
hoy de la gobernabilidad. Y lo dicen porque la dama del chiste lo ha dicho:
los radicales una vez arriba, no saben qué hacer. Esto, en verdad,
viene de lejos. Hay otro chiste, otro venerable y sabio chiste, anterior
al que hemos analizado en estas breves líneas, que dice así:
Los radicales soncomo los caballos de plaza; no van a ninguna parte,
pero no te cagan. Curiosamente, los radicales (que se han comido
a los lingüistas del Frepaso, ya que eso, el internismo, lo hacen
bien) se presentan hoy con un sesgo amenazador. Ya no son como los caballos
de plaza. No saben, como siempre, a dónde ir, pero están
aprendiendo, aceleradamente (léase impuestazos, ajustes, aflojadas
ante el Fondo y el establishment), a cagarnos. Y esto lamentablemente
ni siquiera es un chiste, sino el viejo, renovado, recurrente rostro del
desencanto argentino.
REP
|