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OPINION

El cuento de siempre

Por Julio Nudler

Viene instalándose en las sedes del poder político lo que parece un ataque de convivencia “civilizada”.
En forma abrupta, para las miradas desprevenidas, Menem llama a De la Rúa y éste se encuentra con Duhalde, quien sale de la reunión afirmando que de la crisis se sale con el jefe de Estado a la cabeza “o no se sale”. Ruckauf acentúa su “sifernandismo” a cada paso. Jorge Yoma visita al Presidente y acuerdan congelar la disputa parlamentaria por los decretos de necesidad y urgencia. El ministro de Trabajo recibe instrucciones para profundizar contactos con la CGT de Daer & Cía. Los “gordos” organizan una comida con Carlos Corach, de trato permanente con Federico Storani. Y el ministro Lombardo acentúa sus negociaciones con los gremios por la desregulación de las obras sociales. Son nada más que algunos de los gestos que están al alcance de la percepción de cualquier lector atento a de los diarios.
¿Cuál es el interés conjunto que lleva a las cúpulas del bipartido oficial y a los sindicalistas del establishment a esta búsqueda de mancomu-nión, en la que pueden verse sumados la inquietud de los obispos y el fuerte respaldo que los banqueros acaban de dar al Gobierno? Puede haber varias respuestas de tipo sectorial: negocios personales, proyeccio-nes de imagen, objetivos de liderazgo. Pero en lo estructural se trata de cómo se las arregla el sistema para enfrentar, lo mejor parado posible, a una conflictividad social tan inorgánica como explosiva. Se nuclean en ese horizonte las crisis provinciales y regionales, los síntomas de violencia y las incipientes –pero progresivas– manifestaciones de rebeldía en la tropa propia.
Reaparece entonces con casi tanta fuerza como otrora (tramos puntuales de las gestiones de Alfonsín y Menem) la palabreja “gobernabilidad”. Un chantaje a los sectores más castigados por el ajuste eterno, con el fin de amortiguar la protesta y las luchas sociales tanto como la consolidación de nuevos referentes combativos, so pretexto de poner en riesgo la estabilidad democrática. Esta vez, sin embargo, el perro debería morderse su cola. Porque los “peligros” no tienen la entidad con que podía dotarse a la amenaza militar o a la hiperinflación. El único y verdadero riesgo es un cuestio-namiento sin retorno a lo que se llama “la clase política”, capaz de barrer a muchas de sus figuras. Es de eso y no de otra cosa que quieren prevenirse.
Algunos fuegos de artificio simulan lo contrario. Por ejemplo, los ataques de Carlos Alvarez, ex Chacho, a la corporación senatorial. O la intervención a alguna obra social de los aliados cegetistas. Cortinas de humo para ocultar el avance de acuerdos de fondo en torno de la “gobernabilidad”.
El ardid ya debería conocerse de memoria. Que no es una virtud de la que esta sociedad pueda jactarse.

 

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