|
Por Eduardo Febbro Desde Millau El McDonalds de la localidad de Millau, en el Aveyron francés, jamás había estado tan vacío ni tan protegido. Adentro no hay un solo cliente, pero por fuera el local está custodiado por 15 vehículos de la Guardia de Infantería. En Millau nadie recuerda tampoco una movilización policial semejante, ni siquiera un alud tan impresionante de personas provenientes del mundo entero. En trenes especiales, autos, buses, no menos de 30 mil personas provenientes del mundo entero invadieron la pequeña localidad para asistir al juicio de uno de los personajes más emblemáticos de la galaxia que se opone a todo cuanto lleva la firma de EE.UU.: José Bové, el líder de la Confederación Campesina francesa. El y otros nueve correligionarios deben responder ante la Justicia por la destrucción del McDonalds, en agosto de 1999. El hecho hubiera pasado inadvertido, pero la personalidad de José Bové, su acérrima campaña contra la mala comida de EE.UU., su oposición a las subvenciones agrícolas, sus principios abiertamente tercermundistas y su cruzada contra los males de la mundialización hicieron de él un personaje emblemático entre las decenas de ONGs que comparten el mismo combate. José Bové no es un intelectual, ni siquiera un sindicalista, sino un campesino, un hombre de la tierra. Eso explica la curiosa atracción que ejerce en el seno de una sociedad donde los McDonalds han ido modificando las costumbres alimentarias. Antes de ser el emblema del terruño contra los Big Mac y los Cheesseburger, Bové salió en defensa de los intereses y los productos de su país. La destrucción del McDonalds se originó en una acción de 300 campesinos franceses que asaltaron el local en signo de protesta tras la decisión de EE.UU. de imponer un gravamen del ciento por ciento sobre las importaciones de roquefort, medida que, a su vez, era una respuesta de la administración estadounidense contra la prohibición de importar carne con hormonas made in USA adoptada por la UE. Bové asumió la responsabilidad del ataque y lo reivindicó como un acto simbólico contra la globalización y sus efectos perversos. Los acusados hablan de desmantelamiento simbólico del McDonalds, pero los propietarios del local insisten en los cargos de actos de delincuencia. Para desgracia de la cadena de alimentación norteamericana, Bové y la Confederación campesina se convirtieron en arquetipos de la cruzada antimundializadora. Ese es precisamente el argumento que esgrime la defensa: para ellos, el sabotaje del McDonalds es parte de la justa lucha contra la mundialización liberal. Presente en la cumbre de la OMC en Seattle, en el foro económico de Davos y en cuanta cumbre o reunión asoman los liberales del mundo, José Bové aglutinó una abrumadora tribuna de seguidores que pasan por alto las contradicciones de un movimiento que el matutino Libération define como franco-francés y nacionalista. Pero para el inicio del proceso, la modesta Millau se ha mundializado. La gente duerme en carpas, a cielo abierto, allí donde puede acampar. Vinieron de El Salvador, Brasil, la India, Argentina, Tailandia y del resto de Europa como testigos y apoyo ético. Una inmensa banderola del Comité Revolucionario Occitano con la inscripción El capital no se administra, se combate, recibe a los viajeros que luego son provistos de la camiseta oficial del evento, donde, de un lado, sobre el dibujo de una pestilente y voraz hamburguesa, puede leerse: Millau 2000, el mundo no es una mercadería, y, del otro: Yo tampoco. A la cita ni siquiera faltó el sociólogo Pierre Bourdieu. Vestido con el típico traje Mao, Bourdieu vio a José Bové atravesar Millau rumbo al Palacio de Justicia, sentado sobre un carro lleno de paja. Parael argentino Georges Barrero, miembro de la ONG Attac, con el juicio a José Bové, que se opone a las subvenciones agrícolas, se busca defender los derechos de los agricultores a través del mundo. Pero lo que más resalta del juicio no es tanto las posiciones de Bové sino el hecho de que, a través del espectáculo, se asiste a un tímido despertar de la sociedad civil. Ya condenado hace dos años por haber destruido un campo de maíz transgénico, Bové corre el riesgo de pasar cinco años en la cárcel.
|