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Un policial negro, con todos los tics que Tarantino ya dejó atrás

�Juego de asesinos�, del debutante Saul Rubinek, recrea la atmósfera que caracterizó, alguna vez, al cine del director de �Pulp Fiction�, aunque ciertos excesos desdibujan el intento.

Por Horacio Bernades
t.gif (862 bytes)  Matones brutales anche risibles, cantidad de referencias al cine y la cultura pop, largas charlas banales, pero de pronto el brote de sangre, saltos en el tiempo, digresiones y caprichos varios y un tono entre cínico y juguetón. Todo eso definió, alguna vez, el cine de Quentin Tarantino. Tanto, que para aludir a ello se hizo necesario inventar una palabra: “tarantinismos”. Cosa curiosa, después incluso de que su propio inventor las abandonó para siempre (qué mejor prueba de ello que Jackie Brown, estrenada en Argentina como Triple traición y editada en video por Transeuropa), esas marcas de fábrica siguen aflorando en el cine de otros. Ya en la frontera entre el modo y el modismo, una buena cantidad de ellas aparecía en Go/Viviendo sin límites (editada hace unos meses por Gativideo) y prácticamente todas son constitutivas de Jerry & Tom, que hace unos días lanzó LK-Tel con un título bastante menos ingenioso: Juego de asesinos.
Presentada en los festivales de Sundance, Montreal y Toronto hace un par de años, y nunca estrenada comercialmente en Estados Unidos, Juego de asesinos es la opera prima de Saul Rubinek. Aunque el nombre diga poco, Rubinek, canadiense por adopción, es uno de esos actores secundarios que cualquier espectador asiduo se la pasa viendo en el cine. Regordete, de cabello rizado, generalmente con anteojos y de carácter poco confiable, posiblemente su papel más popular haya sido el de Los imperdonables, donde era el biógrafo pusilánime. Como suele ocurrir en las películas dirigidas por actores, Juego de asesinos cuenta con un poderoso cast de amigos, encabezado por Joe Mantegna, que además fue productor ejecutivo. Mantegna es Jerry, asesino de dos por cuatro que hace equipo con el joven y sobreexcitado Tom. A éste lo encarna el ascendente Sam Rockwell, que acaba de hacer de prisionero psicótico en Milagros inesperados.
Tal vez por manejarse dentro de pequeños círculos suelen encargarles que se hagan cargo de conocidos, parientes y amigos. Lo cual acentúa la negrura, claro. El elenco de Juego de asesinos se completa con un verdadero seleccionado de secundarios, que incluye a William H. Macy, Maury Chaykin y Ted Danson. El propio Rubinek se reservó un breve cameo, como una de las víctimas de Jerry & Tom. Pero el que vuelve a brillar en Juego de asesinos, como en cada película donde aparece, es el rotundo Charles Durning. Desde El golpe, Primera plana y Tarde de perros, este veterano con cuerpo de roca es una de las mandíbulas más apretadas (y una de las panzas más tirantes) de Hollywood. Durning es aquí un veterano asesino que, como algunos viejos pescadores, agranda sus hazañas y dice haberse cargado a todo cadáver famoso que ande por ahí, desde JFK hasta Elvis, pasando por la mismísima Marilyn. Terminará probando de su propio veneno. Como en las películas de Tarantino, las largas escenas de diálogos y el “color” de los personajes pedían actores a la altura, y Juego de asesinos cuenta con ellos. Lamentablemente, la mala calidad de la copia en video no permite apreciarlos en plenitud.
Como en Perros de la calle o Tiempos violentos, el film juega con la temporalidad. Arranca con una escena que queda colgando en pleno clímax, para rematarse recién al final. Entre una y otra, el relato retrocede diez años y luego sí, avanza, recorriendo esa década a grandes saltos. Siguiendo siempre el modelo Quentin, hay abundante espacio para toda clase de libertades narrativas. Basta que se nombre a JFK, Marilyn o Elvis para que la narración vaya en busca de ellos; no hay más que hacer una simple mención al paso para que sobrevenga un flashback en blanco y negro que juega con las formas de un noticiero de época y mezcla datos históricos con la más descabellada ficción. Guión y realización se entregan gozosamente a este jugueteo narrativo y saben transmitir ese placer al espectador. Lo que resulta mucho más forzado es el modo elegido por Rubinek para ligar las muy discontinuas secuencias. En lugar de recurrir acualquiera de los modos habituales (corte directo, fundido a negro, fundido encadenado), el realizador elige pasar de una secuencia a otra dentro del mismo plano, fusionando tiempos y espacios. Así, luego de cometido un asesinato, el chorro de sangre lleva, sin corte, a una escena que tiene lugar varios años más tarde, en un ámbito drásticamente distinto. Recurso que, al hacerse sistema, termina por resultar más un aparatoso tic que una muestra de ingenio. Este típico pecadillo de debutante empaña una película que, sin embargo, tiene lo suyo.

 

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