Por Cristian Alarcón
Nunca habían sido tan intimidantes los sonidos de la noche en esas quintas alejadas de la luz y los vecinos, en la zona de Escobar. Al punto de que ahora �turnándose los más jóvenes para hacer guardias por si los encapuchados vuelven�, apenas los perros ladran, los niños, las mujeres, los abuelos saltan de la cama así como están y corren hacia las plantaciones para dejar atrás las paredes del rancho en que podrían quedar atrapados. El miedo en la comunidad boliviana del norte del Gran Buenos Aires crece al paso de la barbarie, que incluye violaciones a mujeres y chicos, calladas bajo el peso de la vergüenza. Y se extiende mucho más allá de la desvalida existencia de los quinteros que a nadie pueden gritarle por ayuda cuando llegan �los chorros�. �No solamente ocurre en las quintas �cuenta Nelly Serrudo, una mujer boliviana madre de cinco hijos�, los del barrio también convivimos con esto. Acostumbrados ya a que nos insulten y nos roben, los paisanos entregan todo. �Llévense la campera, la plata pero no me lastimen�, dicen. Preferimos eso porque ya sabemos que estamos solos.� El miedo a la xenofobia y el racismo no puede ser más patético que en su hijo menor, ese niño de ojos negros que ya no vuelve a la escuela, aterrorizado porque sufrió cuatro ataques de jóvenes que, después de golpearlo y gritarle �bolita sucio�, se llevaron sus monedas, después su mochila, al final su bicicleta.
El barrio Lambertucci comienza, al entrar por una única calle asfaltada que lo atraviesa, como un grupo de casas con antejardines profesionales. A medida que se avanza va pareciéndose más a cualquier barrio pobre del conurbano. Hacia el fondo, las casas de material son más ralas; el barro de las calles tiene huellas como de rallies, y los chicos juegan en las esquinas con perros de pelajes enfermos. Es la zona con mayor concentración de familias bolivianas del partido de Escobar y epicentro del mercado frutihortícola que los propios quinteros bolivianos crearon allí donde comienzan los sembrados. En la casa de Nelly Serrudo parece continuar la geografía del mercado: todo es cajones, bolsas y restos de verdura. La familia entera, Nelly, su marido Carlos Morales y sus cinco hijos trabajan envasando toda la noche para vender a los verduleros de madrugada. Hace doce años que vinieron de Vitichi, un pueblo cercano a Potosí, donde el marido no soportó que los ingresos del hogar vinieran de ella, que había empezado a ser maestra, y prefirieron como rumbo la Argentina, el país donde los árboles daban dinero.
De sol a sol
Los Morales Serrudo pasaron por el camino que la mayoría de los inmigrantes hacen al llegar a la zona. Tres días durmiendo en la estación para después subirse a un tractor e ir hasta una quinta a la que no llegan los autos. Siete meses pasaron �sometidos ahí adentro�. �A la mañana no esperan salir el sol, hay que ir ya cuando clarea y hay que volver de noche. Cuando no se ve nada, agarras tus cosas, tus bebés y vuelves. Y como estás tan agotado de cansancio, no piensas ni en la carne, en la comida rica, nada. Mate, si hay pan duro, pan, verdura y te duermes para empezar otra vez.� Nelly soportó una temporada, hasta que fue una de las primeras mujeres bolivianas que se paseó con su canasta ofreciendo productos frescos. Los quinteros asaltados y torturados en los últimos tres meses en Pilar, Campana, Exaltación de la Cruz, San Andrés de Giles Escobar suelen hacer esa vida y juntar el dinero que ganan, según lo que produzcan a destajo, para un regreso triunfal a su tierra, �donde la plata se multiplica�. La capitalización es lenta porque la paga suele ser poca: �Una familia de seis puede sacar 60 pesos por semana�.
Los Choque son otra familia numerosa. Fidencio, el hombre al que la noche del 23 diez encapuchados quemaron con una plancha, colgaron de los testículos y le aplicaron corriente eléctrica, vive hace casi 20 años en la Argentina. Su mujer, Basilia Gareca, es argentina. La mayoría de sus hijos también. Pero nada de eso importa ante los ojos del odio racial y xenófobo. �Allá en el norte todos somos negros y no hay diferencia �dice Arturo Sotar, el padre de los nietos de don Fidencio que juegan con un bici y se dicen che el uno al otro�. Acá cambia. Por más que seas jujeño o salteño, sos negro y entonces ya te dicen boliviano.� En el gentilicio mismo parece estar el insulto, hay poco trecho de boliviano a �bolita�.
Nelly Serrudo explica que �a eso se ha acostumbrado uno. Si va al hospital o al municipio, sale la empleada y: �A ver la boliviana, que pase�. No es �pase señora, o �che pasá� o algo así, sino siempre la boliviana�.
Aunque aseguran que �la mayor parte de la gente decente nos trata bien�, los Choque conocen desde mucho tiempo atrás las agresiones. Para Arturo son �los argentinos de las villas que nos odian�. Para Alejandro Choque, el hijo de 16 años de Fidencio y Basilia, es más que ser extranjero, aunque no lo sea: es el odio a un rostro, unas facciones, un color de piel. El ya dejó la escuela, pero no tiene buenos recuerdos de sus ocho años de primaria. �Antes me sacaban la plata, me pegaban, me decían boliviano. La maestra no les decía nada. Yo les contaba a mis padres y hablaron con ellos, se calmó por un tiempo y después otra vez. Eran chicos argentinos, de mi propio curso, nada más que ya habían repetido como dos o tres veces. Conmigo al final ya se calmaron, pero a mis otros amigos bolivianos les hacían peor que a mí. Ellos tienen la piel más oscura. Eran más morochos y los golpeaban cada vez.�
�¿Por qué hacían eso?
�Eso es porque no nos quieren a los bolivianos acá. Debe ser por las personas que no pueden hablar bien, porque hay algunos que no se pueden explicar. Dicen palabras que ya otro no entiende, debe ser por eso.
Infierno Lambertucci
A la vuelta de los Morales una mujer lava en un fuentón. Un hombre le ceba mate. Ella se acerca secándose las manos en la falda. �Se asombran de las quintas, pero acá es tanto peor. A la casa de los paisanos los chorros entran cuando quieren. No hay uno que no haya entregado algo para que no le peguen�, dice. Su cebador es testigo de la golpiza que un domingo atrás, a unas cuadras, y en pleno día, sufrió otro paisano. �Cinco puntos en la cabeza le dieron porque se resistió.� Los domingos en el barrio Lambertucci son infernales para las familias bolivianas. La birra, el tetra, el fútbol, el humor desaforado de los muchachos en pleno ocio los pone más violentos. Los paisanos conocen a sus hostigadores. �Pero ellos mismos dicen que son amigos de la policía, de las máximas autoridades. Ayer un paisano contaba que el domingo en la calle no sólo le quitaron lo que tenía sino que, mientras le cacheteaban, le decían: �Ahora andá a la policía a ver qué hace�.�
Se comprende entonces el pánico de ese niño, el menor de los Morales, que ya no quiere volver a la escuela. �Ellos eran muchos y me agarraron a las cuatro de la tarde con navajas y me llevaron la bicicleta�, dice con un hilo de voz temerosa. Su hermana de 17 años entra en la cocina para decir que ya no le parece nada que le digan boliviana sucia, como tampoco que le hayan robado su mochila nueva a punta de trincheta. �No era nada eso comparado a lo que ahora hacen con torturas y las violaciones de las mujeres que no denuncian porque tienen vergüenza�, dice su madre. Los asesores jurídicos del Inadi confirmaron a Página/12 las violaciones a dos niños durante los asaltos del mes de mayo �que dejan claro que se trata de actos de discriminación, donde no hay culpa en el agresor, sino la ratificación de que el otro es un objeto�. Semejante nivel de violencia no sólo genera miedo. La mujer que inició el reclamo abierto de los bolivianos de Escobar esta semana fue Basilia Gareca de Choque, que desde el mercado y por radio les dijo a los encapuchados que si se atreven a volver les va a bajar la cabeza a tiros. Los paisanos también conocen la historia de los quinteros que �agarraron a un chorro y le dieron tanto palo que lo mandaron al hospital�, con lo que el que terminó preso fue el dueño de casa. La barbarie de los encapuchados comienza a cosechar respuestas de las víctimas de ese pueblo manso.
opinion
Por Sergio Widder * |
La invasión silenciosa
Así tituló su tapa la revista La Primera el pasado 4 de abril. Allí se decía que �los extranjeros ilegales les quitan el trabajo a los argentinos, delinquen para no ser deportados, utilizan los hospitales y las escuelas públicas, no pagan impuestos, mientras que los políticos miran para otro lado�. Más allá de la perversidad y la falacia tanto del planteo como de los datos que presenta la nota, probablemente lo más preocupante sea la indiferencia no sólo de la clase política, sino también de gran parte de la sociedad argentina frente al avance de la intolerancia.
Durante las últimas semanas nos hemos enterado de los ataques contra quinteros bolivianos de la zona de Escobar, en los que fue protagonista la violencia xenófoba.
El Inadi reaccionó, tal vez tarde, luego de que estos ataques se reiteraran. Ahora se supone que hay una investigación en curso, y no se descarta que entre los integrantes de esta banda de delincuentes se cuente algún integrante de fuerzas de seguridad. No sabemos si esta vez se investigará en serio o �hasta las últimas consecuencias�. No tenemos dudas de que, más allá de la aplicación de las sanciones penales que corresponden a los delitos cometidos, debe tomarse en cuenta el agravante previsto por la Ley Antidiscriminatoria, que eleva el monto de las condenas cuando el crimen está inspirado en motivos raciales, religiosos, etc., a menos que se aplique el criterio seguido por la Cámara de Casación en la causa de los skinheads que golpearon a Claudio Salgueiro mientras le gritaban judío de mierda: para ese tribunal, se trató de un �grito de guerra� que no podía interpretarse como una expresión racista.
Curiosa paradoja, nos sorprenden la violencia y la brutalidad aplicada contra los quinteros bolivianos; no así la hipótesis de que algún miembro de una fuerza de seguridad pueda tener algo que ver con todo este asunto.
Cuando La Primera publicó aquella nota, le enviamos a su director y al editor una carta donde le dijimos que su prédica perfectamente podía calificarse como �haiderismo� aplicado a América latina. Recordamos qué ola de indignación despertó en todo el mundo, incluida la Argentina, la llegada del partido de Joerg Haider al poder en Austria. Ahora, no ocurre lo mismo con hechos que no tienen lugar a miles de kilómetros de distancia, sino apenas a una hora de autopista desde el centro de Buenos Aires.
Las palabras son un arma muy poderosa. No podemos subestimarlas. Tenemos que comprender que una palabra demagógica puede ser el detonante de hechos que luego se lamentan. Por eso no debemos minimizar las expresiones racistas: pueden ser el preludio de una violencia mayor. La invasión silenciosa avanza, pero no es la que proclama La Primera: es la invasión de la intolerancia y la indiferencia. Si no hacemos algo para revertirla ahora, mañana puede ser tarde.
* Representante para América latina del Centro Simon Wiesenthal. |
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