Por José Andrés Rojo
Desde Madrid
�El carácter de mi dolencia me hace esperar una muerte súbita. Yo preferiría morir lentamente, con clara inteligencia y pudiendo hablar con mis amigos, aunque el morir así fuera mil veces más doloroso. El pensamiento de que la muerte me puede sorprender a cada instante me iguala al hombre más anciano.� No tuvo mucha suerte. Diez años después de esas palabras, en los primeros días de 1889, en la Piazza Carlo Alberto de Turín padeció un colapso y se le diagnosticó una parálisis progresiva. Hasta su muerte, el 25 de agosto de 1900, Nietzsche (Röcken, 1844) quedó aislado en su locura y la vida se le fue apagando en el silencio y la soledad, sin amigos con los que conversar y con la inteligencia devorada por las sombras de la demencia.
Durante todo el tiempo que le duró la cordura, Nietzsche fue un hombre excesivo. �Creo poder admitir en parte tu máxima de que lo verdadero está siempre del lado de lo más difícil�, le escribió a su hermana cuando tenía 21 años, pero no compartía con ella la idea de que lo más difícil se encontrara en aceptar la educación recibida, lo que �es tenido por verdadero en el círculo familiar�. Para Nietzsche era desde luego mucho más difícil �emprender nuevos caminos en lucha contra el hábito�. Y eso fue lo que hizo, y lo hizo de manera exagerada. Cuanto alterara el ritmo gris de las cosas lo recibía de manera apasionada.
Durante el servicio militar, y aunque orgulloso de sus destrezas en el manejo de los caballos, Nietzsche se cayó de uno de ellos y aquel golpe estuvo en el origen, mezclado con otras complicaciones de salud, de los dolores de cabeza que lo apartaron de su cátedra de Basilea y que lo llevaron a la clínica psiquiátrica de la Universidad de Jena el 17 de enero de 1889. Cabalgó con la desenvoltura de un maestro y lo tumbó un accidente. Hay un montón de episodios de su vida que parecen obedecer al mismo esquema. El entusiasmo inicial, la soltura y familiaridad, y luego la caída. Así su relación con Schopenhauer o con Wagner. Los defendió con vehemencia y, más tarde, como si tuviera que rendir cuentas con sus arrebatos, como si también hubieran terminado sus maestros por convertirse en caminos trillados, encontró argumentos para hacerlos trizas.
Su obra está también marcada por el exceso. En los manuales de filosofía, Nietzsche pasa por ser el filósofo de la voluntad de poder, de la muerte de Dios, del superhombre, del eterno retorno. Fueron algunas de sus preocupaciones y, alrededor de esos conceptos, se ha reducido la infinita variedad de cuestiones que jalonan sus escritos. Se lo ha cuestionado como filósofo, diciendo que cuanto hizo no fueron más que caprichos y máximas de un fino estilista. Tampoco se ha visto con buenos ojos, en una disciplina donde reina el culto por la seriedad y donde fascina la atracción por el sufrimiento, que uno de los motivos centrales de su filosofía fuera la alegría. A Nietzsche se lo acusó de misógino, de antisemita, de ser el ideólogo del nacionalsocialismo. Los filólogos echaron pestes de él. Y todo creyente abomina de sus dardos envenenados contra el cristianismo.
Sea como fuere, en el principio de todo lo que tenga que ver con Nietzsche está la música. No sólo por su temprana afición a componer o por el obsesivo afán de escuchar y penetrar en las partituras de los grandes compositores, ni tampoco cuenta especialmente su estrecha relación con Wagner, ni siquiera que fuera la música el motivo central de algunos de sus libros. Si el tema central de la filosofía de Nietzsche, tal como señala Clément Rosset, es la beatitud ��otros términos quizá serían pertinentes también: alegría de vivir, alborozo, júbilo, placer de existir, adhesión a la realidad y muchos otros más�, escribe Rosset�, lo esencial del efecto musical es que ilustra la capacidad de �decir sí al mundo�. Y es ese sí radical el que acaso resume mejor el talante deNietzsche. El que explica, también, que se rebelara contra todos los proyectos y todas las filosofías cuyo empeño no fuera otro que el de poner entre paréntesis la vida en favor de algo diferente.
El que filosofó a martillazos y acabó con toda la monserga heredada de los buenos hombres y el cristianismo: el caso Nietzsche. Reconoció su singular olfato al darse cuenta de que había una gran trampa en las filosofías que predicaban la aceptación de ser un condenado que se salvaría más tarde. �¿Qué es lo más humano? Evitar que alguien pase vergüenza�, escribió en Más allá del bien y del mal. Nada hay por lo que se deba pasar vergüenza y, sobre todo, no existe nadie que pueda arrogarse la facultad de provocar la vergüenza ajena. Ahí está el sentido de la muerte de Dios. Y ahí está toda la humanidad de Nietzsche. En haber apuntado la tremenda falsedad de las filosofías que pretenden enseñarnos a vivir. Y a subrayar que, en esa guerra, estamos definitivamente solos.
Detalles de una obra impar
La alegría frente al resentimiento, la celebración del mundo frente a cuantos reniegan de él buscando estrategias para mejorarlo. Esas son algunas de las claves de la obra de Nietzsche. Una obra en cierto sentido caótica, pero guiada por un hilo entendible sólo a partir de su particular historia. Antes de abandonar su cátedra en Basilea, Nietzsche había publicado ya El nacimiento de la tragedia, las consideraciones intempestivas y Humano, demasiado humano. Pero luego, liberado ya de sus largos compromisos docentes, el filósofo se volcó a la escritura y entonces fueron apareciendo, sucesivamente, Aurora, La gaya ciencia y los tres libros que le han dado más fama y que han sido objeto de mayores debates académicos: Así habló Zaratustra, Más allá del bien y del mal y La genealogía de la moral. El año anterior a la crisis que lo enterró en la locura, Nietzsche se sumergió en una frenética actividad. Entre mayo y diciembre de 1888, y acaso previendo sus males futuros, escribió El caso Wagner, Crepúsculo de los ídolos, El Anticristo, Ecce Homo y Nietzsche contra Wagner; además de terminar los Ditirambos de Dioniso. No son libros especialmente voluminosos, pero coinciden, todos ellos, con los momentos más frágiles de su salud. |
A PROPOSITO DE UN FILOSOFO MAL INTERPRETADO
Más allá del bien y del mal
Por Guillermo Saccomanno
En setiembre de 1879, Friedrich Nietzsche está en Saint Moritz. Viajero infatigable, el escritor busca continuamente paisajes. No lo hace sólo como víctima de la inquietud. Si Nietzsche necesita la proximidad de la naturaleza se debe también a sus dolencias, a la lucha perpetua contra la enfermedad. En estos días, Nietzsche ya ha renunciado a su cátedra en la Universidad de Basilea. Los últimos libros que publicó fueron un fracaso editorial estrepitoso. A los treinta y cinco años se considera, como Dante, en la mitad de su existencia. Y su situación no es precisamente reconfortante. Su amistad con Wagner desembocó en una ruptura definitiva. Erwin Rhode, por su lado, está disgustado por su negación de la responsabilidad del hombre sobre sus actos planteando un mundo desierto de sentido. En estos días Nietzsche concluye el manuscrito de El caminante y su sombra. Su escritura es un tramado de garabatos ilegibles. Nietzsche le pide a otro amigo, el músico Peter Gast, que le pase en limpio el manuscrito. Hace falta la caligrafía de un compositor para traducir esos jeroglíficos. Asediado por dolores de cabeza temibles, con la vista deteriorada, Nietzsche manifiesta no obstante cierto optimismo. �Me siento terriblemente envejecido�, le escribe Nietzsche a Gast. �He alimentado la lámpara de aceite y no será olvidado. En realidad, ya ha pasado la prueba de fuego de la vida: muchos tendrán que pasarla tras mí. Los incesantes y dolorosos padecimientos no han doblegado hasta hoy mi ánimo, e incluso en ocasiones me siento más alegre y benévolo que en toda mi vida pasada.�
Aun enfermo, Nietzsche no para: piensa, piensa y piensa todo el tiempo. La amenaza de parálisis cerebral se cierne sobre sus cuadernos y sus libros. Sin embargo, el escritor parece otorgarle al sufrimiento un significado trascendente. �Todo aquello que no me mata, me fortalece�, ha dicho. La frase, que más tarde tendrá repercusión popular, funciona como un símbolo personal. Más tarde, más acá, Gilles Deleuze se referirá a este asunto en La literatura y la vida: �Uno no escribe con sus neurosis. La neurosis, la psicosis, no son pasajes de vida sino estados en los que se cae cuando el proceso es interrumpido, impedido, colmado. La enfermedad no es un proceso, sino sentencia del proceso, como en `el caso Nietzsche�. Incluso el escritor, como tal, no es un enfermo sino más bien un médico, médico de sí mismo y del mundo. El mundo es el conjunto de los síntomas cuya enfermedad se confunde con el hombre. La literatura aparece entonces como una empresa de gran salud (habría aquí la misma ambigüedad que en el atletismo), sino que goza de una irresistible pequeña salud que proviene de que ha visto y escuchado cosas demasiado grandes para él, irrespirables, cuyo pasaje lo consume, dándole por lo tanto devenires que una gran salud volvería imposibles�. Discrepando con este pensamiento nietzscheano, David Morris apunta en La cultura del dolor: �El peligro del pensamiento de Nietzsche es que puede llevar a un marketing del sufrimiento propio y a una profecía de autocumplimiento. Creo que vale la pena ser escéptico ante los estudios psicoanalíticos que intentan radicar toda la actividad artística creadora, de cualquier período, en el tormento que se inflige el artista a sí mismo o en una agresión que se le vuelve compulsivamente en contra�.
Sobreponiéndose en cada batalla cotidiana contra la enfermedad, Nietzsche desarrolla sin embargo una actividad creadora alucinante. Critica implacable todas las coartadas del doble discurso burgués, arremete contra toda moralina, todo salvacionismo. Nietzsche no deja recodo del pensamiento sin una observación que, con ferocidad, pone en sospecha lo aparente. A Nietzsche lo entusiasma hurgar debajo de las superficies. No es, por supuesto, el invitado que las buenas costumbres podrían aceptar en el marco de sus convenciones. Si a veces resulta más escritor que filósofo (y esto, más que un dilema poético es una cuestión política), puede atribuirse a su empeño en perseguir nuevas formas, un lenguaje que no cede su atención en la claridad. ¿Por qué esta obsesión en un lenguaje nuevo y en la claridad? Porque si el hombre elige rebelarsecontra un mundo regido por preceptivas y normas hipócritas, lo primero que uno tiene que plantearse es qué palabras usar subvirtiendo la utilidad de las tradicionales para expresar lo diferente. Esta preocupación convierte a Nietzsche en anticipador del giro lingüístico. Por lo general mal interpretado y peor leído, Nietzsche sirvió de modelo al furibundo titánico nazi Ernst Jünger. Pero también, con sus desciframientos de la religión, Nietzsche opera como base del impiadoso y escandalizador Georges Bataille, quien desnudó los resortes del erotismo y analizó la crueldad teológica. Respecto de la literatura alemana, Nietzsche es profundamente selectivo. Seguidor de Heráclito y de Montaigne y de Spinoza, de los alemanes, al margen de Goethe, sólo le interesa el aforista Lichtemberg. A propósito de lo aforístico, de la propia escritura nietzscheana, se ha dicho que esta fragmentariedad (en algún aspecto un gesto que adelanta la poética de la posmodernidad), se justifica en sus dolencias, que le bloqueaban un desarrollo más extenso de sus ideas. Pero hay además otro rasgo que convierte a Nietzsche en inspirador de la modernidad.
Nodal y polémico sobreviene en Nietzsche el cuestionamiento de Dios. Dios ha muerto, sostiene Nietzsche. Entonces, si Dios ha muerto, no existe el sujeto. Desde aquí, desde la destrucción del sujeto, en consecuencia, también puede pensarse que la historia ha muerto. En el capitulito 125 de La gaya ciencia (entiéndase por este título una alusión directa al saber trovadoresco de la cultura provenzal), un loco se pasea de día por una plaza con una linterna gritando �Busco a Dios�. El loco afirma: �Nosotros lo hemos matado�. Y al ser expulsado de una iglesia, el loco pregunta siempre en voz alta: �¿Qué son estas iglesias sino las tumbas y los monumentos funerarios de Dios?� A continuación, en el aforismo siguiente, Nietzsche propone: �Las explicaciones místicas pasan por profundas: la verdad es que no son siquiera superficiales�. Tan desesperado como agudo, Nietzsche se las ingenia en todo momento generando lecturas perturbadoras. En su afán por construirse como espíritu libre, más allá del bien y del mal, sus textos tienen la intensidad del panfleto y la belleza fugaz de la poesía, denunciando que �no existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de los fenómenos�.
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