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el Kiosco de Página/12


El nuevo racismo

Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

La globalización no sólo polariza riqueza entre clases sociales, sino también entre naciones y continentes. Las clases ricas se guetizan en “countries”; las naciones ricas se amurallan. La “fortaleza Europa” y la frontera sur de los Estados Unidos parecen olvidar que no hay muro que dure cien años. Si cayó el muro entre oriente y occidente, tampoco puede durar el que erigen entre el norte y el sur. El otro cayó pese a ser de hierro; éste durará menos, porque es de plástico, como corresponde a las realidades virtuales de la hora.
Cerrar las fronteras a la inmigración y cultivar la xenofobia, no parece ser una fórmula eficaz. Las asumen los Haider que desplazan a los políticos tradicionales, poniendo en peligro la estabilidad política y resucitando fantasmas en camisas pardas y negras.
Para colmo, las naciones “countries” reducen su población; los únicos que crecen son los inmigrantes. Los racistas del siglo XIX sostenían que las razas mestizadas de nuestros países se extinguirían por su hibridez. Gobineau se equivocó feo al afirmar que la población de Brasil estaba condenada: hoy se reducen las poblaciones europeas más desarrolladas. Claro que no es cuestión de razas, sino de comodidad, competitividad y consumismo. Los beneficios del gueto rico los condenan a disminuir. En otros tiempos se pensó que, para compensar, era bueno esterilizar a los inmigrantes problemáticos. Las leyes de esterilización de delincuentes se sancionaron en la mayoría de los estados norteamericanos. Cuarenta años después las copió Hitler. También agredieron sus culturas prohibiendo los tóxicos aceptados por ellos. Por eso se prohibió la marihuana de los mexicanos, mientras que el opio seguía siendo de venta libre, y se reformó la Constitución para prohibir el alcohol, cuando los inmigrantes católicos europeos consumían vino y cerveza y retrocedía el whisky.
Con el cierre de fronteras el tráfico ilícito de personas se convierte en un negocio más rentable que el de la cocaína. Cuantos más campos de concentración de inmigrantes ilegales se abran, más ganarán los que lucran con su introducción ilícita. De vez en cuando se asfixiarán chinos en Gran Bretaña, se ahogarán haitianos en el Caribe o marroquíes en el Mediterráneo, o se deshidratarán mexicanos en el desierto, pero los traficantes ganarán más dinero, que los bancos reciclarán para evitar la recesión.
Cuanto más se cierren las fronteras, mayor será el racismo. En el siglo XX el racismo nunca pudo desvincularse de las migraciones. En los locos veinte, cuando los europeos huían de sus países empobrecidos hacia los Estados Unidos, el inolvidable Franz Boas batía en lo académico al racismo y fundaba la antropología que daría al mundo las enseñanzas de Ruth Benedict y de Margaret Mead. Pero al mismo tiempo, la autoridad migratoria norteamericana se movía conforme a teorías racistas elogiadas por Hitler en Meim Kampf. Exner, famoso criminólogo racista alemán, había aprendido en los Estados Unidos que la civilización exigía a los negros un esfuerzo superior a sus posibilidades biológicas.
Mientras las “invasiones” de los “otros” se quieren contener con muros y cortinas en las fronteras, a los “otros” que ya entraron se los controla encerrándolos en las cárceles. No por azar las de los franceses están llenas de argelinos, las de los ingleses de caribeños, las de los alemanes de turcos y las de los norteamericanos de negros y latinos.
En tanto, los políticos del primer mundo quieren prevenirse contra Haider robándole el discurso. Si Haider les quita votos por “duro”, hay que ser más “duro”. El estilo “heavy” se impone en las campañas. No se trata de pisar pollitos, sino de darle una inyección de cianuro a un negro de 36 años, por algo que dicen que hizo a los 17. Si no tuvo defensa, si sólo una testigo dice que lo vio, si su recurso rebotó por un solo voto enla corte, si pasaron veinte años, no importa, porque nadie puede mostrarse “blando” en una campaña: el pueblo quiere sangre, y los Nerones de pacotilla del mundo virtual bajan su pulgar, para hacer lo único que todavía les permiten los tecnócratas del mercado.
No importa que la inyección de cianuro se aplique sólo a los negros pobres: ya la Corte Suprema norteamericana dijo que eso no es discriminación. Y el negro tuvo la desfachatez, en el instante mismo de su muerte, de gritarles casi lo mismo que el juez Douglas había dicho en la sentencia de 1972, cuando fundó el voto por el que la Corte declaró la inconstitucionalidad de la pena de muerte: a nadie se le aplica si tiene una renta anual superior a 50.000 dólares. Claro que después cambió la Corte, hubo jueces nombrados por Nixon. Ford le dio a Nixon el indulto, para que no le alcanzasen las penas por corrupción. El mismo indulto que hoy Bush le negó al negro. Y todos son del mismo Partido Republicano, al que también pertenecen los senadores que, invariablemente, se niegan a ratificar los tratados de derechos humanos, para quedar con las manos libres cuando tienen que matar adolescentes negros y latinos.
¿Y los demócratas? No se animan a oponerse. Ya no son los tiempos en que Roosevelt nombraba a Douglas juez de la Corte Suprema. Hoy miran para otro lado, aunque en realidad miran las encuestas, y no quieren perder la carrera en el apoderamiento del discurso de Haider.
Y nosotros no podemos quedarnos atrás, debemos imitar al primer mundo. Cerremos 5000 kilómetros de frontera con papel de seda, dejemos que un oportunista de mercado haga el discurso racista, gritemos contra judíos y bolivianos en las canchas de fútbol, hagamos discursos “heavy” en nuestras campañas. No importa que el mismo discurso lo haya hecho la oligarquía contra los mestizos gauchos primero y contra nuestros abuelos “gringos” después. Total, de los hijos de los “gringos” luego lo hicieron contra los “cabecitas negras” hijos de los gauchos. Ahora los nietos de los gauchos y de los “gringos” lo podemos hacer contra los bolivianos. Es una curiosa forma de afirmar nuestra identidad, olvidando quiénes somos y de dónde venimos. Del nuevo rico, sólo nos está quedando la memoria flaca.
* Titular del Instituto contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi)

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