Rodrigo y la tevé
Por Sandra Russo
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Parece ayer pero
fue hace ya algunos años que los talk shows televisivos sacudieron
la pantalla con su sucesión de historias que de tan inenarrables
e inverosímiles levantaron la sospecha de que su mayor atractivo,
que era la vida real, no era más que ficción. En su momento
de mayor expansión, generaron la ilusión de que la televisión
por fin ponía su ojo en el afuera, y que a través de la
rendija de los talk shows se podía acceder a la casa del vecino.
Después de que el rating comenzó a abandonarlos, surgieron
tres series de programas cuyo crescendo, hoy, vuelve a la televisión
una caja autorreferencial que explotó con la muerte de Rodrigo.
Por un lado, se multiplicaron los programas de chimentos, que blanquearon
las reglas de juego del mundo del espectáculo. El ladran,
Sancho de Cervantes pero biodegradable: un mix de vidas públicas
y privadas degradadas hasta límites revulsivos, arte en el que
Moria Casán obtuvo su medalla de oro cuando llevó a su programa
a sus dos maridos, a los hijos en común y a los otros para desnudar
en público y con pantalla caliente esas miserias domésticas
de las que nadie está exento, aunque casi todo el mundo tiene el
buen tino de no andar colgando pasacalles para advertirle al barrio que
el marido no le cumple.
El segundo rubro que descolló en los últimos tiempos fue
el de los programas de famosos, como Versus o
Teleshow, Machetes, Viva la Diferencia,
La Biblia y el Calefón, Memoria, La
Guerra de los Sexos o Sábado Bus y hay
muchos más, que con mayor o menor suerte, inteligencia y
producción se dedican a entretener teniendo como eje a esos actores
y cantantes invitados que logran más espacio actuando de sí
mismos que haciendo lo que se supone que los hizo famosos. Cuando un personaje
como Marley habla de los famosos habla en general de quienes
por un pasaje, una estadía y un poco de cámara y micrófono
se van un fin de semana a Bariloche para dejarse ver en el más
leve de los traspiés humanos: el que puede darse con un par de
esquíes puestos. Nadie, en el perejilesco jet set local, se recibe
de estrella si no ha sido fotografiado esquiando.
Finalmente, el tercer subgénero es el que permite a la televisión
reflexionar sobre sí misma. Con PNP como puntero, Televisión
Registrada, o Yo amo la tevé, por dar sólo
algunos ejemplos, la tele se cierra sobre sí y se constituye en
el escenario y en el contenido a analizar. Más allá del
comentario de turno, el eje de estos programas es el replay y la mirada
irónica sobre lo que la propia televisión produce. Los errores,
los aciertos, los desaciertos, los furcios y los papelones son sometidos
a un reciclaje de sentido en el que una vez más el medio prescinde
del afuera, terminada ya la época en la que lo recorría
aquella vieja ilusión de abrirse al mundo, y de llevar el mundo
a cada casa. Hoy la televisión es cóncava, implosiva, egocéntrica,
narcisista, maníaca: divertido, impresionante y exclusivo son los
tres adjetivos que más deambulan por las bocas de esos conductores
que parecen haber hecho su entrenamiento profesional, más que en
alguna escuela de locución, en una montaña rusa. Y boca
abajo.
Es en ese contexto, y sobre ese rasgo del soporte electrónico,
que se murió Rodrigo. Desde entonces, como si la extracción
cuartetera del personaje la habilitara a deshacerse de toda pretensión
de pudor y recato, la televisión ataca la memoria de su presa con
un vampirismo pocas veces visto. Un ídolo con marca de ídolo
más allá de la televisión, un objeto de culto multitudinario
que había hecho un contacto misterioso con su público y
había pegado en uno de esos nichos de desamparo popular, se murió
muy joven y de forma trágica. Su cadáver no había
sido retirado todavía dellugar del accidente cuando ya se había
puesto en marcha el operativo picadillo. Su corte de parientes, amigos,
madre, novias toda gente que debe estar pensando en el futuro,
se presta a centrifugar el dolor, los recuerdos, los litigios, las especulaciones
y las lágrimas. La televisión no le rinde ningún
homenaje a Rodrigo: lo que se ve desde hace una semana no es emoción.
Es simple antropofagia.
REP
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