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el Kiosco de Página/12


Rodrigo y la tevé

Por Sandra Russo

Parece ayer pero fue hace ya algunos años que los talk shows televisivos sacudieron la pantalla con su sucesión de historias que de tan inenarrables e inverosímiles levantaron la sospecha de que su mayor atractivo, que era la vida real, no era más que ficción. En su momento de mayor expansión, generaron la ilusión de que la televisión por fin ponía su ojo en el afuera, y que a través de la rendija de los talk shows se podía acceder a la casa del vecino.
Después de que el rating comenzó a abandonarlos, surgieron tres series de programas cuyo crescendo, hoy, vuelve a la televisión una caja autorreferencial que explotó con la muerte de Rodrigo. Por un lado, se multiplicaron los programas de chimentos, que blanquearon las reglas de juego del mundo del espectáculo. El “ladran, Sancho” de Cervantes pero biodegradable: un mix de vidas públicas y privadas degradadas hasta límites revulsivos, arte en el que Moria Casán obtuvo su medalla de oro cuando llevó a su programa a sus dos maridos, a los hijos en común y a los otros para desnudar en público y con pantalla caliente esas miserias domésticas de las que nadie está exento, aunque casi todo el mundo tiene el buen tino de no andar colgando pasacalles para advertirle al barrio que el marido no le cumple.
El segundo rubro que descolló en los últimos tiempos fue el de los programas “de famosos”, como “Versus” o “Teleshow”, “Machetes”, “Viva la Diferencia”, “La Biblia y el Calefón”, “Memoria”, “La Guerra de los Sexos” o “Sábado Bus” –y hay muchos más–, que con mayor o menor suerte, inteligencia y producción se dedican a entretener teniendo como eje a esos actores y cantantes invitados que logran más espacio actuando de sí mismos que haciendo lo que se supone que los hizo famosos. Cuando un personaje como Marley habla de “los famosos” habla en general de quienes por un pasaje, una estadía y un poco de cámara y micrófono se van un fin de semana a Bariloche para dejarse ver en el más leve de los traspiés humanos: el que puede darse con un par de esquíes puestos. Nadie, en el perejilesco jet set local, se recibe de estrella si no ha sido fotografiado esquiando.
Finalmente, el tercer subgénero es el que permite a la televisión reflexionar sobre sí misma. Con “PNP” como puntero, “Televisión Registrada”, o “Yo amo la tevé”, por dar sólo algunos ejemplos, la tele se cierra sobre sí y se constituye en el escenario y en el contenido a analizar. Más allá del comentario de turno, el eje de estos programas es el replay y la mirada irónica sobre lo que la propia televisión produce. Los errores, los aciertos, los desaciertos, los furcios y los papelones son sometidos a un reciclaje de sentido en el que una vez más el medio prescinde del afuera, terminada ya la época en la que lo recorría aquella vieja ilusión de abrirse al mundo, y de llevar el mundo a cada casa. Hoy la televisión es cóncava, implosiva, egocéntrica, narcisista, maníaca: divertido, impresionante y exclusivo son los tres adjetivos que más deambulan por las bocas de esos conductores que parecen haber hecho su entrenamiento profesional, más que en alguna escuela de locución, en una montaña rusa. Y boca abajo.
Es en ese contexto, y sobre ese rasgo del soporte electrónico, que se murió Rodrigo. Desde entonces, como si la extracción cuartetera del personaje la habilitara a deshacerse de toda pretensión de pudor y recato, la televisión ataca la memoria de su presa con un vampirismo pocas veces visto. Un ídolo con marca de ídolo más allá de la televisión, un objeto de culto multitudinario que había hecho un contacto misterioso con su público y había pegado en uno de esos nichos de desamparo popular, se murió muy joven y de forma trágica. Su cadáver no había sido retirado todavía dellugar del accidente cuando ya se había puesto en marcha el operativo picadillo. Su corte de parientes, amigos, madre, novias –toda gente que debe estar pensando en el futuro–, se presta a centrifugar el dolor, los recuerdos, los litigios, las especulaciones y las lágrimas. La televisión no le rinde ningún homenaje a Rodrigo: lo que se ve desde hace una semana no es emoción. Es simple antropofagia.

REP

 

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