OPINION
El
lamento de los perdedores
Por James Neilson
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Hay
que ser más indulgentes con los ex uniformados que acaban de
expulsar al general Martín Balza del Círculo Militar:
han perdido todo excepto el pellejo y cierta modesta comodidad burguesa.
Al tomar conciencia de que el proceso naufragaba y que
pronto tendrían que rendir cuentas por el salvajismo vulgar,
propio de delincuentes comunes patibularios que para muchos era la
característica más notable de su régimen, se
consolaban con la idea para ellos halagadora de que un día
la Historia, así con mayúscula, los absolvería,
que las generaciones futuras los recordarían con gratitud por
haberlas salvado de la bestia marxista, pero por mucho que se resistan
a reconocerlo ya entenderán que ni siquiera lograrán
este pequeño premio postmortem. Para una proporción
cada vez mayor de los habitantes del país, los personajes que
lo gobernaron entre marzo de 1976 y fines de 1983 son tan tétricos
como los inquisidores de algunos siglos antes. Sus palabras floridas,
pomposas, huecas y patéticas, sólo causan extrañeza.
Fuera de sus propios clubes, virtualmente nadie pensaría en
reivindicarlos. ¿Por qué hacerlo? Fracasaron en todo:
en el manejo de la economía por ser corporativistas de alma,
en la guerra porque los más eran meros burócratas vestidos
de militares, en la lucha antisubversiva por no comprender
lo que sucedía e intentar una solución final
manu militari. Nadie cree que contribuyeron al colapso del marxismo
internacional. De reserva moral de la nación, se
han convertido en símbolos del mal. No sorprende, pues, que
estén presas del rencor y que traten de desahogarse pateando
mezquinamente al general que procuró rescatar al ejército
alejándolo de ellos.
De tratarse de hombres más notables, podrían esperar
disfrutar del honor ambiguo de ser considerados figuras trágicas,
pero no es demasiado probable que los revisionistas de mañana
decidan que intentaron algo digno pero fracasaron porque nadie puede
cambiar el destino. Con la posible excepción de Massera, los
jefes del proceso no interesarán a ningún
novelista aficionado a temas relacionados con el pasado más
o menos remoto. Si a alguien se le ocurre minimizar su aporte a los
desastres de los años setenta y ochenta, lo hará señalando
que en última instancia los más culpables fueron aquellos
dirigentes que posibilitaron que las fuerzas armadas se imaginaran
capaces de gobernar, pero puesto que a los militares del proceso
nunca les gustaría verse en el papel humilde de pobres víctimas
de circunstancias que los superaban, incluso una reivindicación
de aquel tipo les parecería un insulto más. |
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