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VICENTE FOX ARRASO CON SIETE PUNTOS DE VENTAJA SOBRE FRANCISCO LABASTIDA
Y nació la Segunda Revolución Mexicana

El PRI, el partido heredero de la Revolución Mexicana, el que llevaba más de 70 años seguidos en el poder, perdió los comicios presidenciales del domingo. Los ganó el derechista Vicente Fox, autoproclamado �cristero�, en alusión a uno de los enemigos del PRI en los años de guerra civil.


Por Darío Pignotti
Desde México D.F.

t.gif (862 bytes)  México pudo hacerlo. Pocos minutos después de las 20 horas del domingo, cuando las boca de urna le daban un triunfo seguro, el presidente electo Vicente Fox fue recibido con dos palabras rotundas: “se pudo”. Los cientos que coreaban la consigna a las puertas del Partido Acción Nacional (PAN) en Ciudad de México eran expresivos del humor de millones. Por la vía electoral, los mexicanos acabaron con un régimen que muchos ya creían eterno. Hubo quienes no terminaban de creerlo como Socorro Cruz Ruiz, en Xochimilco, quien después de ver los resultados le decía al cronista “ya verá como al final el PRI siempre se sale con la suya”. Así como le sucedió a doña Socorro, así les ocurrió a los periodistas. La sorpresa: había perdido el PRI. Y cómo: Fox sacó el 42,71 por ciento de los votos frente al 35,78 por ciento de Labastida. Fue una diferencia de siete puntos: casi dos millones y medio de votos. Tercero, con un 16,52 por ciento, quedó Cuauhtémoc Cárdenas, del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en su tercera derrota consecutiva en presidenciales.
Este triunfo de Vicente Fox ya está en la historia contemporánea mexicana, sin dudas. Su nombre es un parteaguas entre el antes y después del antiguo régimen. Pero Fox sería un ranchero conservador más de no ser por el aluvión ciudadano que conquistó la alternancia partidaria en el poder y la democracia electoral. Los millones de electores de Fox, que no foxistas, terminaron con el mito del fraude de nunca acabar que pendía desde que Carlos Salinas de Gortari llego a Los Pinos en 1988, robando cinco millones de votos, millones más, millones menos.
También es mítico cargarle al PRI todos los males de la patria. Ese partido (con otro nombre) institucionalizó la Revolución Mexicana cuando ésta, después de un millón de muertos y de sancionar la Constitución más moderna de Occidente en su hora, se dio a la tarea de construir un Estado nacional unificado y laico. Durante los años 30 ese partido nacionalizó el petróleo y llevó a 1,8 millones de niños a la escuela como manera de terminar con el oscurantismo eclesial con el que se libró una guerra de 1926 a 1929. El presidente de la transición, Vicente Fox, se declaró “cristero” en homenaje a los combatientes contrarrevolucionarios. La decadencia del régimen llegó con su fosilización y autoritarismo. La matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968 podría haber sido perpetrada por Pinochet o Videla y las parodias electorales que le daban el 93,6 por ciento de los votos en 1976, por ejemplo, hablan por sí solas.
El domingo, México avanzó. Queda un interrogante: ¿hacia dónde? La democracia electoral, el pluripartidismo y el ascenso ciudadano activo no bastan para proclamar que “México es un país indiscutiblemente democrático”, como hizo el presidente Ernesto Zedillo. Si en las elecciones del domingo triunfó quien recogió más votos fue a pesar del PRI. La orden emanada desde el partido fue alcanzar la victoria al precio que fuere y para ello se convocaron a los “mejores” hombres, como Manuel Bartlett, el mismo que desenchufó el sistema para que ganara Salinas en el ‘88. Quién sabe qué pueda suceder con ese aparato en retirada y controlando 21 provincias, algunas en connivencia con el narcotráfico.
Tres imágenes retratan a los ganadores de la “justa” electoral del 2 de julio: Vicente Fox Quesada, Ernesto Zedillo Ponce de León y José Woldenberg. El futuro presidente, empinando una botella de champaña (“mejor sería tequila”) y declarando que estaba “a toda madre para entrarle” a su trabajo, que comenzó el mismo lunes, con un encuentro altamente simbólico con el actual mandatario. Está allí el estilo Fox,arrollador y práctico. Le gusta comparar su transición con la chilena, la argentina o la indonesia.
La segunda imagen mostró al actual mandatario en cadena nacional reconociendo la victoria opositora junto al retrato del prócer Benito Juárez. Zedillo también quiere un lugar en los manuales de historia y lo tendrá. No a la altura de Juárez, seguro, pero sí en reconocimiento a ser el primer priísta que le calza la banda a un sucesor de otro partido.
Sereno, el consejero presidente del Instituto Federal Electoral (IFE), José Woldenberg, encendió un puro a las 11 de la noche del domingo. El hombre cumplió su tarea de saneamiento democrático con una labor que todos aplauden por transparente y ecuánime. Pero además, la tarea del IFE (y su presupuesto de más de 1000 millones de dólares) también fue impulsar la partidización ciudadana, algo necesario en una cultura de partido único.
La cuarta imagen triunfal es ciega. Fue la foto que nadie tomó y todos esperaron de Carlos Salinas de Gortari emitiendo su voto (¿por Fox?). Los enemigos de Salinas dentro del PRI fueron las principales víctimas de Fox. No vino a votar, pero hasta último momento corrió el rumor de un viaje relámpago, de esos que realiza con frecuencia a México y Cuba, donde suele descansar en un hotel que sería de su propiedad. La victoria de Vicente Fox es la de alguien que tiene más de una deuda con el ex presidente, un hombre que sabe cómo cobrarle a sus acreedores.
Entre los derrotados debe anotarse a Cuauhtémoc Cárdenas, luego de tres intentos fallidos por llegar a la residencia presidencial de Los Pinos. En su haber queda la altura moral y un liderazgo que, como ya anunció, tendrá un perfil social y soberanista. Como atenuante, nada menor, queda la victoria de su partido, el PRD, en el gobierno de la Ciudad de México.
Pero toda la derrota fue para Francisco Labastida y para el PRI, que parece llevar rumbo de colisión.
“Los dinosaurios no daban más”, escribió el diario Reforma acertadamente. ¿Será que los “foxiles” lo harán mejor?

 

La alegría de De la Rúa
El presidente argentino, Fernando de la Rúa, felicitó ayer, una vez conocido oficialmente su triunfo, al nuevo presidente de México Vicente Fox por su victoria en las elecciones del domingo, y calificó ese triunfo como “un día de alegría para la democracia”. De la Rúa, que prometió estar presente el día de la asunción, elogió además al presidente saliente Ernesto Zedillo por el papel que cumplió para que los mexicanos pudieran tener elecciones libres: “Ha realizado una gran obra para su país y para la democracia”. Según el mandatario argentino, el resultado de las elecciones es de “gran importancia” para América latina porque “ayuda a consolidar y mejorar las democracias en la región”. Según fuentes oficiales, De la Rúa también conversó con quienes fueron candidatos presidenciales, el oficialista Fernando Labastida y el opositor Cuauhtémoc Cárdenas.

 
Claves
En un hecho histórico, el Partido Revolucionario Institucional perdió por primera vez las elecciones presidenciales mexicanas, luego de 71 años ininterrumpidos en el poder con ese nombre.
El autor de semejante hecho es Vicente Fox, ex empresario de Coca Cola y ex gobernador del estado de Guanajuato.
Detrás de la victoria de Fox está la reestructuración en el ejercicio del poder que el PRI comenzó con el actual gobierno. El presidente Ernesto Zedillo se saltó el “dedazo” (la elección interna del candidato vía el dedo del presidente) para que el PRI tuviera elecciones internas.
El punto final de esa reestructuración fue la decisión del actual gobierno de garantizar elecciones limpias en un país donde el fraude era ley.
De aquí hasta diciembre se abre el camino de la transición. Fox ya se reunió con Zedillo para comenzar a tratar el tema. La principal incógnita es cuál será el futuro de un partido que nunca fue oposición y que siempre fue igual a Estado.

opinion

Por Luis Bruschtein

Un golpe por derecha


Lo más fácil sería decir que el PRI era una porquería y que por fin se terminó su unicato de más de 70 años. Pero las cosas son más complejas. Lo cierto es que no cayó frente a una propuesta popular o de izquierda que lo superara, sino frente a la derecha conservadora, clerical y neoliberal del PAN. Tampoco se puede decir que la derecha le ganó a una fuerza popular, como si no hubieran pasado tantos años y cosas desde la Revolución Mexicana, en cuyo seno se gestó el PRI.
El PRI es muy parecido al peronismo. Una parte grande de la izquierda y del Frepaso, surgió aquí del peronismo. Luchadores sindicales y políticos populares salieron de sus filas. En México sucedió algo parecido con el viejo PRI. Incluso Cuauhtémoc Cárdenas, el principal dirigente del izquierdista PRD, es hijo del ex presidente Lázaro Cárdenas, uno de los fundadores del PRI.
Como el peronismo, el PRI dio toda la vuelta: se originó en una revolución popular que hizo una reforma agraria, nacionalizó la banca, el petróleo, el comercio exterior, el transporte y las telecomunicaciones, con una política exterior independiente e impecable y después empezó a desandar ese camino. Fue un trayecto signado también por rasgos autoritarios y corrupción que se profundizaron cuando empezó a viajar en sentido contrario al inicial.
Para muchos mexicanos progresistas y de izquierda era necesario que el PRI saliera del poder para comenzar un proceso de democratización real del país. Y muchos se alegraron de que sucediera finalmente, aunque fuera por obra de la derecha. Es probable que la alegría no les dure mucho tiempo. Porque en los países latinoamericanos no hay derechas civilizadas al estilo europeo, sino que expresan de manera brutal los impulsos de los mercados y las ambiciones desaforadas de grupos empresarios cada vez más concentrados. No han demostrado tampoco ser menos corruptos y menos autoritarios.
Es cierto que el régimen del PRI es obsoleto para la globalidad y que su gobierno fue reduciendo al máximo su función redistributiva. Pero la mayoría de los mexicanos sobrevive en una economía informal gracias a que los transportes y los elementos de primera necesidad todavía están subsidiados. México es demasiado complejo para una derecha cruda. La situación insurreccional en Chiapas y otros estados es muy delicada como para pretender resolverla con la represión. Los mexicanos están acostumbrados a un manejo florentino, resbaloso y maquiavélico del poder y es posible que supongan que es la única manera de ejercerlo. Pero no es la única.

 

UN PERFIL DE VICENTE FOX QUESADA
Vaquero valiente

Por Juan Jesús Aznarez
Desde México D.F.

El ya virtual presidente, Vicente Fox, es un hombre farruco y políticamente incorrecto, un vaquero valiente y deslenguado que se ganó la vida vendiendo forraje y calzado charro y entró en política, según propia confesión, porque la acumulación de compatriotas jodidos clamaba al cielo. Nunca el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) había tenido enfrente un contrincante con la labia y el mortífero carisma demostrados por el abanderado del derechista Partido de Acción Nacional (PAN). ¿Se considera demagogo? “Absolutamente, no.” ¿Populista? “Yo no engaño a nadie, ni soborno, y mi compromiso está con los pobres, con los indígenas, y a eso hay quien le llama populismo.”
Vicente Fox, de 58 años, casado y separado, con cuatro hijos adoptivos, ha escuchado de todo y ha dicho de todo: resolverá en 15 minutos el problema de Chiapas si el subcomandante Marcos se aviene al calendario, creará un millón y medio de puestos de trabajo, logrará un crecimiento del PBI del orden de siete puntos y los corruptos recibirán castigos ejemplares y serán exhibidos con grillos.
“¿Nos llevará Fox al socialismo dictatorial?”, alertaron 10 días atrás los patriotas de México Nuevo. El político que otros mencionan como vendido a Estados Unidos y al capital extranjero sumirá al México lindo en la dictadura del proletariado. Véanlo ahí en la foto hablando con el “tirano de las Antillas”, en febrero de 1999, en dolosa complicidad. “Los grupos que se le han unido son de rigurosa línea bolchevique”, afirmaron en un anuncio de prensa con una fotografía en la que aparecen Fox y sus hijos con Fidel Castro.
Vicente Fox Quesada, hijo de española de San Sebastián y de mexicano descendiente de irlandeses, no es apátrida, ni fascista en ciernes, menos aún comunista, ni presenta las características locoides atribuidas al ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram, destituido por el Congreso de su país. El candidato emergente, el “Marlboro man mexicano”, es un azote antipriísta de bigote fino y discurso grueso que enamora sin quererlo, y se confiesa pecador pero monógamo por la gracia de Dios. Subió en las encuestas fustigando en cristiano contra las marranerías del PRI, contra el político ladrón y el gobernante fracasado.
Inevitablemente, el Fox auténtico, el ex gerente de Coca-Cola México, fue demagogo en campaña, codo a codo con sus rivales, porque no dispone de la maquinaria priísta para acarrear votos, y debió prometer casi todo a casi todos. Quienes dicen conocerle bien lo pronostican cuerdo a más no poder, sin barbaridades en su eventual presidencia ni zarpazos susceptibles de romper el complejo tejido social mexicano. Fox compitió rodeado de asesores que le soplan al oído contra los escotes, el vicio homosexual y a favor del agua bendita, o de otros que le piden centrarse, situarse en la tercera vía y aceptar a los librepensadores.
Se dice “un poco de izquierdas”, rara avis en un partido con sus flancos más reaccionarios cubiertos de telarañas. No modificará sustancialmente la apertura económica en curso, ni las relaciones con Estados Unidos, y menos podrá eliminar en muchos años el paternalismo de Estado que tanto critica al PRI. Sus adversarios anticipan que privatizará todo lo que pueda. Es de todo menos pusilánime, y en 1991, declarándose víctima de un fraude electoral en Guanajuato, se echó a la calle contra el sistema. Prometió hacerlo de nuevo si ahora le birlan la victoria.
“Soy una persona estable, de resultados probados en Guanajuato; eso da credibilidad y eso termina el mito de que sólo ellos saben gobernar.”Católico, apostólico y mexicano, es extremadamente vulnerable al tinto con queso y al jamón ibérico, se le cae la baba pensando en un besugo de Guetaria. “Hay que distribuir, hay que asegurar que todo el mundo tome su rebanada de pastel.” Lo esperan millones con la boca abierta.

 

opinion

Por Sergio Sarmiento *

¿Qué será del PRI?


Cuál será el papel del PRI en el futuro? Este es un partido organizado no en torno a una ideología sino a la capacidad de mantenerse en el poder. Es verdad que el PRI no detenta ya el gobierno de 11 entidades federativas, pero el poder de la Presidencia de la República ha sido el cemento que ha mantenido unido al partido, incluso en esos estados en que el PRI ya no gobernaba.
¿Qué ocurrirá ahora? El PRI ciertamente mantendrá suficiente influencia como para no desaparecer. Aun con la derrota en Morelos, todavía conservará el gobierno de 19 de las 32 entidades de la Federación. En el Congreso de la Unión bien puede seguir siendo el partido con mayor número total de representantes. Más aún, las estructuras del gobierno federal están llenas de funcionarios y burócratas que son o simpatizantes del PRI o miembros activos de este partido. Fox ha prometido no hacer una limpieza de toda la estructura gubernamental sino sólo de los mandos superiores. Incluso ha apuntado que mantendría a algunos funcionarios de alto nivel, por ejemplo en el área financiera, a fin de reducir las posibilidades de un desajuste económico con motivo del cambio de gobierno como el que ocurrió en 1994.
Es muy probable, sin embargo, que el PRI pierda la coherencia que hasta ahora ha tenido a nivel nacional. Hasta ahora, el presidente de la República siempre ha tenido que darle unidad a un partido que incluye a grupos de muy diversas tendencias políticas. Es muy probable que pronto empecemos a ver corrientes locales, encabezadas por gobernadores, que se mostrarán rebeldes ante los dirigentes federales del partido.
El largo período entre la fecha de la elección y la toma de posesión se vuelve hoy enormemente importante. Cinco meses es demasiado tiempo cuando se plantea no sólo un cambio de cabezas sino de partido en el poder. El presidente Ernesto Zedillo tendrá que tomar medidas extraordinarias para evitar que este largo lapso de transición se convierta en una fuente adicional de incertidumbre.
A fin de cuentas, Zedillo puede reclamar para sí buena parte del crédito en el cambio que está ocurriendo. El impulsó la reforma electoral de 1996. El subrayó que no bastaba con tener elecciones limpias sino que había que hacerlas más justas, dándole a los principales partidos políticos un acceso a los medios electrónicos de comunicación y una cantidad de dinero similar.
Hoy, el cambio se está dando. Estamos viviendo tiempos históricos. Y es importante que al final no haya errores que puedan empañar todo el proceso.
* Publicado en el diario Reforma de México.

 

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