|
Por Eduardo Febbro Desde París En la noche del domingo, gracias a la conquista de la Eurocopa en la emotiva final de Rotterdam ante Italia, París volvió a ser una fiesta. Las mismas canciones inauguradas en el 98 para la consagración mundial se escucharon interminablemente a lo largo de los Campos Elíseos: Somos los campeones, somos los campeones, eeeeeé eeeeeé, laaaaaa laaaaaa laaaaaá. Hasta los bares que cierran los domingos abrieron las puertas después del partido. Y esta vez la celebración tuvo un costado singular; así, el dueño de un café situado en el Boulevard Pasteur decoró la vidrieras con banderas francesas y cuando la selección ganó la final con gol de Trezeguet, empezó a preguntar cuáles eran los colores de la bandera argentina. Sacó azul y blanco de donde pudo y colgó en la entrada una gran bandera hecha con papel: Qué quiere decía lo justo es justo. Si Trezeguet no hubiese andado por el área en ese momento la historia habría sido otra. La verdad, en la Copa del Mundo estaba seguro de que Francia le ganaría a Brasil. Pero esta vez, en la Eurocopa, no hubiese apostado, menos en una final contra Italia, comentaba un abogado parisino que se había pintado hasta las uñas de azul, blanco y rojo. Mozo, sírvame lo mismo, cantaba a coro un grupo de muchachones que avanzaban por los Campos Elíseos con una enorme copa de cartón. Al lado iba otro grupo que le había pegado a la bandera francesa la inscripción La victoria está en nosotros. Creer, lo que se dice creer, no creíamos. Es un milagro: un gol en el último minuto reglamentario y después otro gol más pero de oro en las prolongaciones. Ni en sueños. El domingo, la imagen de Italia pesaba más en el inconsciente de la gente que todo el prestigio de Brasil. Por eso no había pintadas ni ambiente de fiesta antes del partido. Cuando nos hicieron el primer gol me dije: la fiesta ni siquiera empezó y ya se acabó. ¿Quién les mete un gol a los italianos ahora que van ganando?, decía un hincha del club Paris Saint Germain parado sobre el capot de un auto. La fiesta se consumió así, con centenas de miles de personas deambulando por la calle hasta la madrugada, conmovidas tanto por la incredulidad como por la alegría. Sabe que, entre nosotros, entrar a la historia con un gol es la forma más noble de la posteridad, comentaba filosóficamente el propietario de un bar del distrito cinco de París. El más alegre de todos era el entrenador francés, Roger Lemerre, quien tejió la victoria de su equipo en contra de la prensa deportiva. Esta, con el diario LEquipe a la cabeza y al igual que lo que había ocurrido con Aymé Jacquet, el hombre que le dio a Francia su primer título mundial, llevó a cabo una campaña de denigramiento y ofensas personales poco comunes en Francia. Roger ahora va a estar contento -.comentaba el dueño del mismo bar. Los chupatintas de la prensa escrita se van a comer las palabras como el arquero italiano se comió el gol de Trezeguet.
|