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Por Julián Gorodischer Ya hay quienes reclaman en el primer mundo un nuevo formato para la tevé real: es hora de espiar a los feos, los ancianos, enfermos, marginados. Entonces, sí, el slogan como la vida real tomará sentido. No por ahora, cuando la democratización del género del siglo XXI es apenas un proyecto, y la TV voyeurista elige siempre los mismos cuerpos y rostros, fieles a un requisito: despertar en el público interés sexual. Hace tiempo que no aparecía una fórmula tan segura: el superéxito Gran Hermano (el seguimiento de un grupo de personas en una casa) desató una fiebre, y casi no queda país europeo sin su versión. Pero mayor es hoy el furor por Expedición Robinson y sus clones, que se convertirá cerca de fin de año en la primera experiencia argentina de televisión real. Expedición... tiene sus ventajas: el escenario es más divertido que la casa hermética de Gran Hermano. Es una paradisíaca isla desierta (en la versión local quedará en el Caribe) en la que no faltan cocoteros, aguas claras y hasta fieras en los alrededores. Esa aventura que no tiene Gran Hermano y el mayor grado de exposición de los cuerpos supera ahora en niveles de audiencia a la casa a media luz. En Expedición... no hay cuartos donde infiltrarse. Y suele ser más discreta: sus versiones europeas pocas veces se animaron a meterse en la vida sexual de los participantes, como es moneda corriente en Gran Hermano. En la Argentina con producción de Promofilms, la misma empresa de Sorpresa y media y Fort Boyard, y conducción de Julián Weich, el programa se verá en una emisión semanal por el 13. Dieciséis personas convivirán siete semanas en la isla, y en asamblea resolverán quién se aparta cada capítulo. El público no tendrá voto, y quien resista se llevará cien mil pesos. La propuesta incluye una paradoja: subsiste no sólo el más hábil para la pesca, la caza y la construcción sino también el más sociable y solidario. Pero el fin es claramente individualista: mantenerse a costa de las bajas de los otros. ¿Por qué hay tanta insistencia en separar a Expedición... de Gran Hermano? preguntó Página/12 a una productora del ciclo, que pidió no ser identificada. Es más que espiar a la gente en una casa. Es una aventura y se pone en juego la destreza. Van a competir en pruebas de pesca, construcción de balsas, carreras de obstáculos... Yo tengo un límite: ni escatología ni relaciones sexuales. Si hay un romance, se los podrá ver caminando de la mano, pero no más. El primer excluido en Suecia se suicidó, y en Estados Unidos, en Survivor comieron ratas. ¿No hay exceso de morbo? En Suecia se cometió un error: no se hizo el test psicofísico que realizamos ahora. Fuimos mucho más cuidadosos en la selección. Era un hombre con severos problemas mentales. Es como si lleváramos a un enfermo cardíaco a Fort Boyard. Y lo de las ratas... Jamás haríamos algo así. Esa vocación seria es casi la contracara del show del estadounidense Survivor. La cámara paladea la formación de camarillas y la aparición del chivo expiatorio. Hace pocas semanas, una participante fue expulsada entre insultos. Las víctimas de Survivor comieron ratas cuando no encontraron otra cosa, y esa emisión desató una polémica enorme. También hubo ruido cuando la producción repartió preservativos y desencadenó intercambios de parejas. Tenemos la obligación de garantizarles sexo seguro, se exculpó el productor Mark Burnett, un desesperado por el rating que no dudó en entrometerse para obtener primeros planos del momento íntimo. Su objetivo está logrado: los miércoles a las 20, la audiencia se paraliza ante CBS para espiar al grupo. La necesidad de cambiar todo el tiempo es incuestionable. El Gran Hermano holandés llegó a un 54 por ciento de rating. Pero su secuela alemana comenzó en baja. Espiar trivialidades no fue suficiente, y el sexo fue la carta. Kerstin y Alex, dos participantes alemanes enamorados, fueron sorprendidos en el dormitorio de las mujeres practicando sexo oral. Y las cifras, claro, subieron. Pero el grito del voyeur es más fuerte: Quieren siempre más, justificó el productor Paul Romer el Gran Hermano estadounidense que comienza mañana. La vigilancia será total: habrá 28 cámaras infrarrojas. No habrá privacidad ni en el baño ni en la despensa. Setenta micrófonos escucharán todo. Y con la tortura aumentará la recompensa: El premio será de 500 mil dólares, dijo Romer. Ante las primeras reacciones de la prensa, CBS tuvo que salir al cruce: No mostraremos a nadie sin ropa, dijo la vocera Diane Ekeblad. Los americanos son pudorosos. En todos los formatos de la tevé real se goza, pero también se sufre. Ser estrella por cien días también tiene sus contras: convertirse en el chivo parece ser el peor castigo. En el Gran Hermano español, María José se convirtió en la mala. La acusaron de manipular a su hija discapacitada para quedarse con el dinero, y de usar su romance con Jorge para mantener en vilo al público. La echaron cuando el público dijo: Fuera. Ella otorgó la escena sexual que le pidieron, y debió soportar la expulsión de parte de los voyeurs. Primero hubo voracidad por ver, después se la castigó por exponerse demasiado. Por esas contradicciones nadie sabe cuánto puede durar el fenómeno, y se buscan variantes: el encierro en un micro, en un tren y hasta en una ciudad bajo el agua. Lo de Real World (MTV, viernes a las 21) es otra cosa. Se le reconoce ser pionero en el género, pero el componente voyeurista está atenuado. Aquí, un grupo de jóvenes vive en San Francisco o Hawai y las cámaras los siguen. Pero el compilado está editado a la manera de MTV, con música de fondo y una clave dramática. Los chicos de Real World siempre se nuclean alrededor de un fuerte conflicto. Sus palabras suenan importantes, con alegatos en pro de la amistad, el amor, la tolerancia al diferente... No es una farsa, pero hay un grado de impostación que produce efectos más cercanos a la ficción, y queda la impresión de que quienes participan no se resisten a la tentación de ser actores por unos días. Real World se retacea donde sus sucesores lo muestran todo: sus chicos entran y salen libremente de la casa y preservan su intimidad. En tiempos en que es posible meterse en el baño y en la cama de tantos extraños, lo de MTV no elude un tufillo a pasado de moda. Oculta lo que otros ofrecen. Y los amantes de la TV real no parecen dispuestos a aceptar que los dejen con ganas de seguir mirando.
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