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Desde los comienzos del sonoro hasta la actualidad, el cine británico se ha visto enriquecido por el aporte de realizadores, técnicos y actores extranjeros, en mayor medida de lo que habitualmente se cree. Para una cultura muchas veces cerrada sobre sí misma como la inglesa, en la que siempre fue determinante el aislamiento insular con respecto al continente europeo, el cine sin embargo permitió la incorporación o el paso fugaz, al menos de talentos de los más diversos orígenes. Esto es lo que se propone demostrar el exhaustivo ciclo denominado Extranjeros en Londres, que comenzó el martes pasado en el British Arts Centre (Suipacha 1333) y continuará todos los martes hasta fines de agosto, con entrada gratuita. No es casual que la muestra se haya iniciado con dos producciones de sir Alexander Korda, un húngaro que fue decisivo en el desarrollo del cine inglés de la década del 30, al crear la que llegaría a ser la más prestigiosa compañía productora de la época, London Films. Junto a sus hermanos Zoltan y Vincent (realizador el primero y director artístico el segundo), Korda contribuyó a renovar la concepción visual del cine inglés, de lo que da prueba particularmente Lo que vendrá, una fábula futurista cuyos diseños siguen siendo hoy sorprendentes y que la London Films confió al director norteamericano William Cameron Menzies. Otro extranjero que hizo un aporte esencial al primer cine sonoro inglés fue el brasileño Alberto Cavalcanti, tanto en el campo del documental como en el de la ficción, como lo recuerdan su dos magníficos episodios del clásico Al morir la noche. Por su parte, estadounidenses en el cine inglés siempre hubo muchos, pero los casos de Joseph Losey y Stanley Kubrick son especialmente significativos. El primero llegó a Londres escapando de la caza de brujas en Hollywood y el segundo huyendo de Hollywood mismo, de sus industrializados mecanismos de producción y su cultura de la frivolidad. Ambos se radicaron definitivamente en Gran Bretaña, donde llevaron a cabo sus respectivas obras que, sin embargo, siempre mantuvieron una distancia con el desarrollo orgánico del cine inglés. Por el contrario, el checo Karel Reisz (radicado en GB desde los doce años) se convirtió desde la praxis y también la teoría en uno de los pilares del Free Cinema, que renovó el cine británico de fines de los años 50 y comienzos de los 60. François Truffaut dio apenas un salto desde Francia para filmar Farenheit 451, la célebre novela de Ray Bradbury. El italiano Michelangelo Antonioni fue tan fugaz como Truffaut, salvo que aprovechó la atmósfera de Londres durante los swingin sixties para su imperecedera Blow up. En cambio, los polacos Roman Polanski y Jerzy Skolimowski llegaron a hacer de Gran Bretaña su refugio estable (Polanski entre 1964 y 1971; Skolimowski aún es ciudadano británico), un ámbito en dónde encontraron que el sentido del absurdo que traían de Europa oriental tenía una extraña correspondencia con el metafísico nonsense británico.
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