Por Cecilia Hopkins
Bernardo Cappa es uno de los dramaturgos jóvenes que estrena sus textos con mayor frecuencia, siempre en las salas del llamado circuito alternativo. Como también es actor y director, en algunas de sus obras él mismo forma parte del elenco, mientras que en otras ocupa el rol de la dirección. Tal es el caso de La derrota, recientemente estrenada en la sala El Doble. Allí, el autor presenta a un padre que intenta moldear a sus hijas a su imagen y semejanza, recurriendo para ello a estrategias muy poco convencionales. Sucede que las chicas se ven obligadas a jugar al fútbol porque sienten el compromiso de vengar una antigua derrota sufrida por el padre en los días de su juventud. Esto las lleva a reproducir el mismo partido que el hombre perdió hace años. Sin embargo, el esfuerzo es en vano: las hijas deben soportar los reproches del veterano, que les echa en cara cada jugada defectuosa, mientras escucha viejos goles grabados en un disco de vinilo, relatados por José María Muñoz.
Cappa plantea en su pieza una atmósfera agobiante, en la que germinan la abnegación y el sacrificio, entre otros temas. Los límites de la sexualidad aparecen continuamente cuestionados, aparte de que se insinúa una relación edípica entre el padre y la hija más rebelde. Porque entre las hermanas están repartidos los roles: la más díscola es, justamente, la que el hombre más desea a su lado. Queda al margen, en cambio, la hija aplicada, la responsable de llevar ella sola el peso de la empresa familiar, que consiste en rallar queso para los restaurantes de la zona.
Los personajes de La Derrota hablan de pelotazos frontales, de tirar caños y meter planchazos, mechando la terminología específica o popular del fútbol con metáforas y símiles poéticos, característicos de la escritura del autor. Tal vez lo más acertado de la pieza sea precisamente esa utilización de la jerga deportiva como alusión a otras zonas de la vida.
Así, el padre quiere traspasarles su pasión tal como él la entiende, como si se tratara de una herencia, en la que incluye también sus propias frustraciones. A su vez, las hijas responden a sus preguntas como si se tratara de un examen, recitando un insólito catecismo. En su afán conservador, el hombre lucha por inculcarles un estilo de juego responsable, alejado de ciertas estrategias que él no reconoce como válidas. Pero una vez planteados los personajes y sus circunstancias, el texto se vuelve reiterativo y las situaciones dramáticas avanzan con dificultad. Por otra parte, los actores no alcanzan a resolver el modo de hacer propios sus complejos discursos, por lo que, a pesar de sus esfuerzos, no encuentran una estilización formal eficaz para expresar un lenguaje ambiguo, entre el lirismo y la domesticidad.
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