Por D. F.
Rodolfo Mederos es bandoneonista. Fue músico de Pugliese. Creció en conflicto �atraído y rechazado� con la tradición del tango bailable. Admiró a Piazzolla. Se internó en territorios experimentales, con su grupo Generación 0 y, también, con esa obra maestra de la paráfrasis que es la música de Las veredas de Saturno (editada por Acqua Records). Fue capaz de volver atrás y mirar con cariño mucho de lo que había desdeñado (empezando por alguno de los tics musicales de Pugliese). Rindió homenaje a Gardel y, como buen hegeliano, fue encontrando una especie de síntesis en la que coexistían los temas nuevos con las versiones de tangos clásicos. El último disco de su grupo, editado por Warner, fue un hito. Este, publicado por el mismo sello, lo es en un sentido distinto. Si Mederos no le temió, en su momento, a reencontrarse con sus raíces, tampoco lo hizo ante la aparente sencillez de estos tangos. Con elegancia ejemplar, él y Nicolás Colacho Brizuela se dedican a cantar temas familiares. �Una que sepamos todos�, podría ser el sortilegio indicado para que el bandoneón y la guitarra se pongan a dibujar los contornos sutiles del vals �Flor de lino� o de �El Marne� o de �Ojos Negros�.
El planteo de este álbum es engañosamente sencillo. La familiaridad de los temas con los que se deleitan Mederos y Brizuela, la soltura y fluidez con la que tocan, el clima de juego, la intimidad, permitirían aventurar un tratamiento estandarizado para cada tema, versiones sueltas, agradables pero irremisiblemente pobres. No es así. Para estos dos músicos (Mederos con su larga experiencia en orquestas, acompañando a cantantes de cantinas, con sus grupos; Brizuela en múltiples aprendizajes pero sobre todo junto a Mercedes Sosa) escucharse uno al otro está en el centro de la cuestión. Para estos dos músicos la sencillez de las interpretaciones no es la consecuencia de la pobreza de tratamientos sino, por el contrario, de una técnica depuradísima. De una inteligencia atenta para evitar los lugares comunes y de una musicalidad �en el sentido más amplio posible� que les permite hacer simple lo complejo y sonar como de entrecasa aunque estén trenzados en un contrapunto de delicadeza extrema.
El primer detalle es la rotación de papeles. No siempre el bandoneón canta y la guitarra acompaña. A veces, como en el comienzo de �Flor de lino�, sucede lo contrario. Es la guitarra la que toma la melodía mientras el bandoneón hace acordes. No siempre, tampoco, la melodía está en la voz superior. En ocasiones son los bajos, de la guitarra o del instrumento de Mederos, los que se hacen cargo del tema. La misma idea de �melodía y acompañamiento� queda chica frente a abordajes como el de �Sur� o el de �Flores negras�. El otro elemento esencial es, precisamente, el uso de todos los registros de sus instrumentos que hacen ambos músicos. Particularmente en el caso del bandoneón, donde hay una larga tradición en cuanto a limitar la mano izquierda casi hasta el punto de la inexistencia, Mederos, como el mejor Troilo, se deleita en esas notas largas, en esos infalibles cantabile del bajo.
El modelo de Troilo-Grela, en todo caso, sobrevuela todo el disco y, en ese sentido, son tan significativas las similitudes como las diferencias, audibles, por ejemplo, en un tema que figura en el repertorio de ambos. Troilo-Grela (en realidad un cuarteto que incluía un guitarrón y un contrabajo) circunscribían los roles mucho más: la guitarra acompañaba con acordes y, recién en el momento de su solo, se despegaba de la función rítmica y armónica. Aquí las funciones están repartidas. Nunca los acompañamientos carecen de algún sentido melódico, proponiendo un contracanto o acentuando rítmicamente en puntos distintos a los marcados por la melodía principal. Mederos, por su parte, propone en ocasiones armonías más osadas que las que acostumbraba Troilo. Nada extraño si se piensa en los cuarenta años que separan uno y otro grupo. Lo interesante es cómo aquí la recurrencia al pasado funciona como algo totalmente distinto de una posible huida del presente. No hay falsas reverencias a la tradición. Tampoco un calco de las maneras de los maestros. Apenas dosmúsicos eximios haciendo música de a dos. El único reparo a este CD magnífico tiene que ver con la grabación o, más bien, con el extraño criterio de mezcla por el cual los registros grave y agudo del bandoneón se encuentran totalmente separados en el canal izquierdo y derecho respectivamente, produciendo en el oyente la sensación de que se trata de dos instrumentos y no de uno, con la guitarra situada en el centro entre ambos.
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