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EL FALSO CENTENARIO DE LOUIS ARMSTRONG
Un error de 396 días

Está comprobado que el trompetista nació el 4 de agosto de 1901. Pero, para Estados Unidos, conmemorar su nacimiento el Día de la Independencia del 2000 fue una tentación demasiado grande.

Leyes: En el color de la trompeta y de la voz de Satchmo �timbres que se imitaban mutuamente� pueden leerse las leyes intransferibles del jazz.

Daniel Louis Armstrong es la encarnación más clara del jazz.
Además de un músico notable fue un gran showman y empresario.


Por Diego Fischerman

t.gif (862 bytes) Ayer, tal como estaba previsto, el mundo festejó un aniversario incorrecto. De la misma manera en que están quienes descorchan las botellas a las 11 de la noche y los que buscan en los placares para espiar sus regalos antes de tiempo, el centenario del nacimiento de Louis Armstrong se conmemoró con un error de exactamente 396 días. El célebre trompetista nació el 4 de agosto de 1901 pero, consciente de la importancia que las cifras redondas tienen para la construcción de los mitos, él mismo se encargó de cambiar la fecha. 1900 era mucho mejor y más fácil de recordar y las ventajas del 4 de Julio, Día de la Independencia, sobre el anodino cuarto día del mes siguiente, eran obvias. A esta altura nadie ignora la equivocación �asentada como verdadera, entre otras partes, en la infalible guía de Leonard Feather, escrita en 1960, y expuesta en su falsedad por el crítico e investigador Gary Giddins�. Pero eso poco importa si Wynton Marsalis está en el camino y si el Lincoln Center tenía la excelente posibilidad de festejar, a un tiempo, el año 2000, la independencia estadounidense y la figura del músico que el director de su orquesta de jazz eligió para legitimarse como heredero de la Gran Tradición del género. Todos �o casi todos� sabían que ayer no era. Pero todos �o casi todos� igual lo festejaron.
La significación simbólica que Louis Armstrong tiene para el jazz y el jazz para Estados Unidos es, en ese sentido, innegable. El historiador Eric Hobsbawm, por ejemplo, asegura que ese género musical es el gran arte norteamericano. Leonard Bernstein, como antes Gershwin y más tarde Marsalis �y por qué no Woody Allen�, convirtieron esa antigua música de esclavos del Sur Profundo en la banda de sonido obligada de la gran manzana. Estados Unidos, para el mundo cultural, es Nueva York. La música de Nueva York, aunque en realidad sólo sea escuchada por un público minoritario y de culto (y en gran parte de turistas), es, por lo menos para el imaginario colectivo, el jazz. Y Armstrong, aunque no haya sido ni el primero ni el que mejor tocaba ni el que llevó más lejos el lenguaje, es la encarnación humana más clara que el género logró en sus ciento y pico de años de existencia. No porque Daniel Louis Armstrong fuera el cornetista, trompetista y cantante más perfecto sino precisamente por lo contrario. En el color del timbre de la trompeta y de la voz de Satchmo -timbres que se imitaban mutuamente� es donde puede leerse gran parte de lo que hace que las leyes del jazz sean propias e intransferibles a cualquier otro género. El jazz es la única música donde es posible que el mejor cantante de todos los tiempos haya sido un disfónico y donde el trompetista imposible de imitar, aquel que lograba en temas sencillos como �Alligator Crawl� o �West End Blues� los mejores solos posibles, fuera alguien capaz de pifiar con frecuencia y de trabarse con los dedos en más de una oportunidad.
El otro aspecto contradictorio de la figura de Armstrong es que, en realidad, él no fue uno sino dos músicos. El primero fue el que condujo los Hot Five y los Hot Seven, el que tocó con Earl Hines y el que entabló los duelos memorables con Bessie Smith. El otro fue el showman, el negro que reía al gusto de los blancos, el protagonista de comedias de Hollywood, el cantante de temas de éxito comercial tan imprevisibles como �El Choclo� o �Adiós, Muchachos�. Lo curioso es que en uno y en otro estaban la misma alegría por hacer música y, también, el mismo talento. La crítica tradicional se acostumbró a venerar sólo al primero. Sus grabaciones con orquesta, sus concesiones (¿fueron concesiones?) al mercado, fueron leídas siempre como flaquezas sin valor musical. Pero escucharlo en una balada como la encantadoramente naïf �It�s a Wonderful World� puede demostrar lo contrario. Hay allí algo que sólo puede explicarse con lo que Roland Barthes hubiera llamado �el grano de la voz�. Un grano especialmente llamativo en el caso de Armstrong y capaz de conferirle valor, por sí solo, a las más mediocre y previsible de las canciones. En Sachtmo, como en ningún otro, el intérprete es el verdaderoautor. Poco importan W. Handy, Carmichael o quien fuera que hubiera imaginado una canción antes de que Armstrong la interpretara. Esa canción, por Armstrong y después de Armstrong, jamás volvería a ser la misma. Ayer no se cumplieron cien años de su nacimiento. Pero la música de Louis Armstrong �o sea él mismo�, de todas maneras, sigue sonando. 

 

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