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Final de temporada para el ex juez Hernán Bernasconi

El destituido juez fue traído al país desde Río por Interpol y quedó preso en una sede de Gendarmería. Será indagado hoy o mañana.

El ex juez de Dolores llegó en un vuelo de Aerolíneas.
Ahora será llevado ante su ex colega Gabriel Cavallo.


Por Horacio Cecchi

t.gif (862 bytes) Con paso aplomado, luciendo saco gris verdoso, camisa celeste y cabello a la Lord Cheseline, el ex juez federal de Dolores Hernán Bernasconi regresó ayer al país después de ocho meses y medio de publicitada ausencia. Lo hizo en el vuelo 1416 de Aerolíneas Argentinas, que descendió en Ezeiza a las 15.52 procedente de Río de Janeiro. En una bolsita amarilla llevaba sus documentos personales y en el pecho la íntima convicción de su inocencia. Previendo cambios en sus convicciones, dos agentes de Interpol lo custodiaron durante todo su trayecto hasta depositarlo en su lugar de detención, en el edificio Centinela de la Gendarmería Nacional. Acusado por el juez federal Gabriel Cavallo de liderar una banda que detenía famosos para obtener réditos de imagen, y vuelto más que famoso por procesar a �Guillote� Coppola después de allanar el jarrón de su casa, Bernasconi fue extraditado por Brasil, donde se encontraba prófugo desde fines de octubre pasado. Entre hoy y mañana será indagado por Cavallo.
�No voy a entregarme porque una vida de servicio no es merecedora de la mortificación y el circo�, aseguró el ex juez en una carta leída por su hermana Blanca en el Senado. �No seré el pato de la boda�, denunció a través de su chasqui femenino. La nota había sido escrita desde algún lugar desconocido de Brasil, donde había ingresado el 26 de octubre del �99, cruzando la frontera uruguaya y con perfil más que bajo de turista. El ex juez estaba convenientemente informado de que el Senado le quitaría los fueros: nueve días después fue destituido en una votación que llevó 27 minutos, después de haber sido postergada durante 23 meses.
El 29 de enero, una comisión de la Policía Interestadual brasileña dio con el prófugo. Estaba oculto en el Morro de Borel, un barrio bajo y pesado, al norte de Río de Janeiro. Al momento de su detención, escuchaba misa en la iglesia de Sao Camilo. Vivía en un cuartito, junto a la capilla, sin teléfono y con escasa vianda. Fue trasladado al barrio carioca Plaza Armonía, más precisamente a una celda de la cárcel de máxima seguridad de la Polinter. Allí pasó cinco meses aguardando la respuesta al pedido de extradición de Cavallo. Durante ese tiempo se dedicó a recolectar material para una novela de su puño y letra: �Un águila guerrera�, en la que imagina cobrarse algunos vueltos políticos. Finalmente, el Supremo Tribunal brasileño concedió la extradición por los delitos de �falso testimonio agravado, falsedad ideológica y asociación ilícita�, pero rechazó las imputaciones de �prevaricato, privación ilegítima de la libertad y hurto agravado�, por las que también lo acusaba Cavallo.
El 18 de octubre pasado, cuando Bernasconi todavía mantenía sus fueros, su ex secretario Roberto Schlagel fue condenado a ocho años de prisión, por el caso Coppola II. En el mismo fallo, el ex oficial de la Bonaerense Gustavo Diamante recibió siete años y medio, el cabo primero Antonio Gerace seis y nueve meses, y el cabo Carlos Gómez seis años. Las delgadas y mediáticas Samantha Farjat y Julieta La Valle apelaron los tres años y nueve meses que les tocó en suerte. Ahora, el que espera es Bernasconi.

 


 

RATIFICAN EL PROCESAMIENTO DE DIESER
Rumbo a la cárcel

La Cámara de Apelaciones de Venado Tuerto confirmó el procesamiento de Graciela Dieser, hasta ahora la única imputada por el crimen de su hija Natalia Fraticelli. La mujer, además, está a punto de abandonar a la fuerza el hospital donde se encuentra internada rumbo a una menos confortable prisión: una junta dictaminó que está en condiciones de recibir el alta.
Con la confirmación del procesamiento, la Cámara respaldó la investigación que lleva adelante el juez de Melincué Carlos Risso. Dieser continuará con prisión preventiva como presunta autora material de la muerte por estrangulamiento de su hija. 
En tanto, la junta médica estableció ayer que Graciela Dieser ya está en condiciones de abandonar el Hospital Samco de Venado Tuerto, en el cual se encuentra internada desde hace más de un mes, tras presentar un cuadro de anorexia nerviosa, para ser llevada a la prisión de Melincué. Risso ordenaría el traslado de Dieser en las próximas horas.


opinion
Por Rafael A. Bielsa *

De Tánger al Posadas

Raudo sobre la autopista, el Interventor Normalizador venía escuchando por la radio del auto un fragmento de El desierto y su semilla, la sobresaliente novela de Jorge Barón Biza.
�Nos albergamos directamente en la clínica donde operaba el profesor Calcaterra�, leía una voz trabajosa, �en el sur de la ciudad, via Quadronno, callecita de edificios de posguerra que no eran más que cirugía de urgencia urbanística para paliar los destrozos de las bombas. Nos acercamos por Corso de Porta Vigentina, bordeando un paredón triste que escondía escombros, y al doblar nuestro taxi en la esquina de Quadronno, vi un barcito minúsculo�.
Al Interventor Normalizador se le ocurrió que el protagonista habría pensado estar en la intimidad sepulcral de las dependencias periféricas de un leprosario de Tánger. Pero no; el protagonista no estaba en Tánger, estaba en la célebre clínica para desfigurados y accidentados sin movilidad propia de Milán, la clínica del doctor Calcaterra, en el norte, en la Italia rica.
La autopista hace una finta y baja hasta el predio de lo que en algún momento fue una prestigiosa institución, taller y escuela a la vez, y que ahora está apenas separada por una tapia enclenque de la más violenta villa de emergencia del partido. Transitar por una calle aledaña desasosiega: durante el día cobija quioscos y parrillas al paso que arrojan sus desperdicios en los terrenos de la institución, y durante la noche es tierra de nadie. El Interventor Normalizador, un hombre inclinado a la lectura, recuerda un párrafo escrito por alguien hace tiempo: �tres caminos de tierra asomaban entre las ciénagas a cierta distancia de la autopista interestatal; la zona estaba parcelada en solares del tamaño de cajas de fósforo con separaciones de chatarra compactada, y varios caimanes se desentumecían en el foso�.
De pronto se alza ante su vista el imponente y desaliñado edificio de 56.000 m2, proporcionado a las 25 hectáreas que conforman el terreno, y en ese preciso instante escucha un intercambio de disparos. Recuerda que en la playa de estacionamiento para 1500 vehículos, que utilizan los trabajadores de la institución, es frecuente que la guardia policial arregle con ladrones de automóviles la tutela transitoria de unidades sustraídas. Sucede que en ocasiones los salteadores vuelven a buscar los coches, y se encuentran con que ha cambiado la guardia, y la nueva no ha sido puesta en conocimiento del contrato atípico de alquiler y custodia.
Otra balacera crónica es la que provoca el necrofílico local, un hombre cetrino y ya mayor al que muchos conocen, con algo de murciélago en sus hombros anchos y flacos tirados hacia delante y el pecho hundido, que una y otra vez sortea la guardia y posee amorosamente los cuerpos muertos de la morgue que su deseo le estipula. De tiempo en tiempo, fracasa el ostensible arreglo que le permite entrar, y el nictálope debe huir del sombrío himeneo, entre las balas del convencionalismo y los prejuicios.
El Interventor Normalizador se baja de su auto, y tras recorrer un laberinto de pasillos donde conviven comercios legalmente concesionados con puestos de venta de ropa interior y de bijouterie, llega hasta la �Dirección�. Allí lo espera una verdadera sorpresa: junto con los representantes gremiales de UPCN y de ATE de los más de 2200 trabajadores de la institución, habla hasta por los codos un conocido represor, identificado en el �Nunca más� y recalcitrante: �para un exhibicionista�, suele repetir, �nada mejor que una plancha incandescente en los lugares que le gusta mostrar�.
�¿Qué hace aquí?�, lo encara indignado el Interventor. El represor ni mosquea: �Estoy por orden de su colega de la Comisión Normalizadora, en pleno desarrollo de un proyecto de adiestramiento y tercerización del servicio de vigilancia. Al día siguiente, expulsará al comisario del establecimiento, y a partir de tal momento le prohibirá todo acceso.
Después del disgusto, el Interventor Normalizador sale para hacer la recorrida matutina. Por una ventana ve restos de automóviles desguazados a la espera de su comercialización; más allá hay una escuela primaria, una secundaria, una estación de bomberos e instalaciones que pertenecen a las concesionarias de agua y de electricidad. Se promete que en algún momento regularizará el usufructo de los terrenos, que hoy por hoy es a título gratuito.
A la caza de circuitos clandestinos de circulación de mercaderías y de uso de insumos públicos como si se tratara de bienes privados, el Interventor sortea perros, inmigrantes que esperan interminablemente sin bancos ni baños adecuados, zonas sin luz eléctrica porque los cables entelados no resisten, advierte las manchas de humedad, la caída de los cielorrasos y la inundación de los pozos de los ascensores, comprueba la cantidad de infecciones que el mismo establecimiento genera.
Las salas de espera asemejan acantonamientos improvisados, máquinas de última generación que todavía no han sido desembaladas conviven inexplicablemente con desolados mostradores, con cajas de alimentos apiladas junto a tambores de combustible, con profesionales que deambulan arrastrando los pies, con la vista baja del que ha sustituido el orgullo por el hábito.
El Interventor Normalizador recuerda que durante los primeros días se preguntaba si se encontraba en alguna dependencia periférica de un hospital para leprosos de Tánger. Pero ya no, ahora aprendió que está en el departamento de Morón, en el Hospital Nacional Profesor Alejandro Posadas.

* Síndico General de la Nación.

 

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