Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

Somos todos de River
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn

Fue tal vez la escena más truculenta del hoy argentino que –debemos reconocer con humildad– todo lo truculento, si es argentino, tiene algo de fantochada. Uno se dice: no puede ser. Y se imagina la escena, los rostros, las expresiones y todo en conjunto conforma lo truculento, lo increíblemente espeluznante. Una especie de trabucazo. La fotografía no puede darnos todos los contornos, la verdadera esencia. Claro, lo que ocurre es que uno piensa bien alto para captar la fantochada perversa en todos sus detalles objetivos y subjetivos. Habría que recurrir en la historia de la pintura a Brueghel, el viejo, que nos dejó cuadros que hoy todavía son difíciles de contemplar porque traen con una precisión inmisericorde el lado del cerdo del ser humano: El triunfo de la muerte, por ejemplo, que se exhibe en El Prado, de Madrid. Pero también Hieronymus Bosch, con su alegoría de los pecados mortales, hubiera estado muy cerca de lo que llamamos la fantochada truculenta. Para no hablar de los dos genios alemanes de la República de Weimar, Otto Dix y George Gross, que dejaron el testimonio fenomenal de la absoluta irracionalidad de la guerra en pinturas y dibujos de los eternos ricos de la guerra, de los adolescentes mutilados del frente, y de los militares, éstos con escupideras en la cabeza en vez de cascos.
Y ahora viene el tema fantoche–truculento que ojalá algún artista plástico argentino logre retener con sus trazos y sus tonos. Tal vez desde ya les aconseje pintar todo de negro. Tiene que ser la mejor expresión del crimen respaldado. El título: no puede ser otro que “Círculo Militar Argentino”. Y allí, la asamblea de generales, coroneles y otras tiras que acaba de ocurrir. Los rostros: caretas trágicas, algunas de vampiros estreñidos, otros de dráculas al por mayor, pajarracos de carne podrida, gusanos gordos empachados, y cuervos, cuervos, cuervos. Estaba el general Menéndez, el de Córdoba, sí, Luciano Benjamín, con semisotana y puñal a la cintura, con dos velones de luz mortecina en cada brazo. Todos los que se distinguían con una condecoración en el pecho que los calificaba de “Torturadores” de primera, segunda, tercera, etc., se le abalanzaban al grito de “Luciano, hermano, Luciano, hermano”. El general Harguindeguy repartía –orgulloso– tarjetas de “ministro del proceso” y reía constantemente a carcajadas que interrumpía imitando el rugido de una hiena. Todos estaban y los presidió Díaz Bessone, el Menéndez de Rosario, con las medallas represivas: desapariciones, torturas, secuestros, robos, en ese hermoso pecho tradicional argentino. Hubo gritos, alaridos e imprecaciones que recordaban a Franco y al conde Ciano. Todos de negro y pálidos, con un marcial crucifijo de hierro al pecho. Oraron el “Hágase tu voluntad”. Fue cuando el general de la Nación Genaro Díaz Bessone anunció la expulsión del general Balza de la cofradía. Todos votaron unánimemente levantando la picana eléctrica que llevan constantemente disimulada en su atuendo. Fue un rugido. Después oraron. Y pasaron al lunch, de hostia y vino.
Nunca se vio en un claustro militar tal unción y tal unidad. A medianoche se los vio salir en procesión. La luna se apagó, sólo iban iluminados por los velones del general Menéndez, general de picana y látigo, de tiro en la nuca y golpe de furca. Este, con voz emocionada instó a mantener unida la Santa Hermandad de la Picana y seguir combatiendo las ideologías antiargentinas.
Fue la noticia del día. Los argentinos acabamos de comprobar que tenemos un Santo Oficio Militar de los Torturadores que actúan como cualquier asociación civil. Conté este episodio a un núcleo de legisladores alemanes que, claro, no pudieron creer una cosa así. Es imposible pensar que –si vivieran– los ex torturadores de la Gestapo, de las SS, y de los cuerposespeciales de verdugos del nazismo, como Himmler, Kaltenbrunner, Hoess (el de Auschwitz) –que en su mayoría pagaron sus crímenes en el patíbulo o se suicidaron o fueron a parar detrás de las rejas– se reunieran para tomar medidas disciplinarias contra alguien que se atrevió a criticar los métodos represivos criminales del nazismo. En nuestro país es todo posible, a pesar de que esos crímenes del sistema de desaparición de personas fueron demostrados en decenas de juicios y por comisiones investigadoras gubernamentales. Aquí, en territorio argentino se castiga con la expulsión de una entidad a quien dijo la verdad. Se lo expulsa en acto público y por voto unánime de los que tendrían que estar para siempre condenados y en prisión.
Pero debemos decir también que fue muy triste la reacción del sancionado. El general Balza dijo que no le importaba tal expulsión del Círculo Militar porque era socio de otras asociaciones, como ser, del Club River Plate, y agregó: “campeón del siglo”. Muy tristemente superficial la respuesta cuando él tenía el deber de honor de defender el porqué de su autocrítica del ejército y sacar a la luz la participación en crímenes de lesa humanidad de todos los que se erigieron en jueces en la tenebrosa reunión del Círculo Militar. Por su parte, el general Brinzoni, que tuvo hace poco en su palco a dos de este Santo Oficio de Torturadores -Harguindeguy y Díaz Bessone–, se conformó con un formal arresto que al susodicho ni siquiera le hizo cosquillas. Un teatrillo burocráticamente cínico e inmoral. San Martín, Libertador de pueblos, ¡qué solo has quedado!
La asamblea del Círculo Militar muestra a las claras qué son la justicia y la democracia en la Argentina. Comparemos dos hechos actuales de la realidad de esto que llamamos democracia: a los torturadores y asesinos de uniforme de la dictadura militar se los mantiene en libertad y se les permiten asambleas en el edificio de Plaza San Martín, pero de los civiles presos de La Tablada, ni siquiera se ha perdido un minuto en discutir las resoluciones de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA. Para el honor internacional de la Argentina esta es y será una vergüenza duradera. A los que gobiernan no les importa dar importancia a la discusión de los derechos humanos en el orden interamericano. Parecemos una republiqueta africana o una islita de Fidji o las planicies de Jolo. Todos los políticos argentinos –salvo rarísimas y nobles excepciones– ni se tomaron el trabajo de averiguar por qué hay presos en huelga de hambre. No, se van a cenar al restaurante de los que pueden, el “Buenos Aires News”, con música de Shakira. El ministro de Justicia, Gil Lavedra, repite a quien lo quiera escuchar que no habrá amnistía para los civiles de La Tablada. Para qué dice eso si nadie le pidió ninguna amnistía, lo que hay que discutir y aprobar es el hecho de que a esos detenidos no se les dio el derecho a la apelación y que fueron sometidos a torturas, mientras otros de sus compañeros fueron fusilados o desaparecieron de acuerdo al sistema que hicieron costumbre trágica las fuerzas armadas argentinas en la década del setenta.
A la bancada peronista no le interesa el documento de la OEA. El Gobierno, por su parte, no tiene un criterio formado y pareciera darle lo mismo que los presos se mueran de hambre y que una ley totalitaria siga rigiendo los destinos del país aunque esté en contraposición de la legislación continental.
No, el Gobierno tiene la obligación de dar la palabra, de definirse. No le podemos contestar a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA que no nos importa el problema porque somos todos de River. Hay que ser leales a los principios de la dignidad y de la democracia. Con superficialidad y doble mensaje no vamos a asegurar jamás una sociedad que supere nuestra tradición de crímenes, torturas y corrupción.

REP

 

PRINCIPAL