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Continuaremos con el voto del pueblo, que nos da fuerza. La fe popular que manifestó ayer el premier israelí Ehud Barak reflejaba que ya casi había perdido todo el apoyo de sus aliados políticos. El detonante de la crisis fue la cumbre que celebrará el martes en Camp David con el líder palestino Yasser Arafat. Dos partidos (con un total de 9 de los 120 diputados del Parlamento) ya anunciaron que abandonarán la coalición tras la cumbre. Y ayer el impredecible partido ultraortodoxo Shas (con 17 diputados) impuso condiciones propias para mantener su apoyo al gobierno. El Consejo de los Sabios de la Torá exigió al premier que revele líneas rojas (posiciones intransables en las negociaciones de paz), que sean aceptables al Shas. De hecho, Barak ya había hecho esto el jueves y lo hizo de nuevo ayer. Pero el Shas sospecha, en base a informes de prensa, que el premier planea cederles a los palestinos el 90 por ciento de Cisjordania. Esto, consideran, podría provocar daños irreversibles. Barak no es ningún extraño a los planteos extorsivos del Shas. En varias ocasiones su gobierno debió capitular ante sus exigencias cada vez mayores de fondos públicos para financiar su red de escuelas religiosas. Por otra parte, en un principio el Shas se había mostrado favorable a la fórmula de territorios por seguridad que era la piedra angular de la política de paz de Barak. Gradualmente, sin embargo, el Shas comenzó a evidenciar un interés y una intransigencia cada vez mayores en cuestiones territoriales. Durante la crisis por la posible entrega de tres aldeas cercanas a Jerusalén, el Shas amenazó con abandonar la coalición y apoyar la derecha en un posible voto de censura contra Barak. Crecientemente, su posición se acercaba a la de los colonos judíos en territorios reivindicados por los palestinos. Fue por eso que el jueves Barak prometió que una de las líneas rojas en la cumbre de Camp David sería que bajo ningún concepto se traspasaría territorio donde vive la mayoría de los colonos. Pero la prensa israelí había afirmado en reiteradas ocasiones que el comodín que Barak traería a su encuentro con Arafat sería la oferta del 90 por ciento de Cisjordania para su Estado Nacional Palestino. Obediente, el premier repitió ayer que no realizaría tamaña concesión. Pero el Shas parece no creerle. Ante esta crisis, Barak consideró que la única manera de eludir el sabotaje del Shas era firmar un tratado de paz que sería acto seguido ratificado por un referéndum popular, dejando así aislados a los partidos que se oponen. Un acuerdo será aprobado por la mayoría de los israelíes, ya que el pueblo quiere la paz, aseguró. Sin embargo, esto significa que la cumbre se realizará bajo una presión que podría ser intolerable. Un hombre de confianza del premier, Haim Ramon, se mostró pesimista ayer sobre la cumbre. Si bien es cierto que es posible llegar a un acuerdo palestino en relación con casi todos los tópicos, es imposible, si ustedes me lo preguntan, reducir nuestras diferencias sobre Jerusalén. Solamente desde Washington se oían ayer pronósticos optimistas acerca de la cumbre. Lo cierto es que todos los protagonistas del encuentro participan de una carrera contra el tiempo. Para el presidente norteamericano Bill Clinton es la última esperanza de pasar a la historia como el artífice de la paz en el Medio Oriente antes de las elecciones presidenciales de noviembre. Y Arafat se enfrenta a una alternativa aún más implacable: debe obtener un acuerdo aceptable antes del 13 de noviembre, cuando prometió a su pueblo que proclamará unilateralmente el Estado Nacional Palestino.
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