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PAGINA/12 ENTREGA EL COMPACT “YO NO... ¿Y UD?”
Humor, sinónimo de corrosión

El domingo 16, la edición habitual del diario será acompañado por una reedición de un disco mítico para la historia del espectáculo argentino, que refleja el espíritu de los shows iniciales de Antonio Gasalla-Carlos Perciavalle.


Por Fernando D’Addario
t.gif (862 bytes)  También hace treinta años había muchas Argentinas posibles: una de ellas, ajena a un tipo de seriedad de la época (de botas militares y de incipiente lucha armada), concibió la transgresión en forma de grotesco escénico, una variante de humor corrosivo que llevó a los sótanos porteños la mirada de una sociedad preparada para su pronta descomposición. El próximo domingo Página/12 entregará con su edición Yo no... ¿y ud?, un disco que Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla grabaron en 1971, y que más allá de su indudable valor artístico, refleja el estado de ánimo de una Buenos Aires que se reía y no sabía muy bien de qué. La iniciativa coincide con el retorno del dúo a un espectáculo conjunto, pero en un gran teatro céntrico y con una gran producción.
El género café concert, que tuvo al dúo Perciavalle-Gasalla como uno de sus emblemas (no hay que olvidar, claro, a Nacha Guevara, a Edda Díaz, a Cipe Lincovsky, entre muchos otros) fue la expresión más representativa de las aspiraciones culturales de una clase media argentina con identidad propia, que amaba a Mafalda y detestaba las botas. El público del café concert era un argentino “medio”, más o menos vanguardista, profesional, progre, intelectual y a veces snob, que canonizó como estrellas del underground a una camada de artistas ignorados por la TV y el teatro de revistas, los dos ámbitos convencionales de la actuación. Es natural que ese título: Yo no... ¿y ud?, suene hoy, a priori, vacío de contenido. Por entonces constituía una respuesta, desde la más fina ironía, a uno de esos clásicos slogans que suelen inventar las dictaduras para legitimar sus arbitrariedades: el “Yo quiero a mi país... ¿y usted?” se había convertido en un sticker (aunque no se usaba aún esa palabra) apto para pegar en los autos. La respuesta-repregunta de Gasalla y Perciavalle, lacónica y desafiante, sintetizaba el espíritu que recorría por entonces sus universos artísticos, mucho antes de que “El show de Carlos Perciavalle” y “El mundo de Antonio Gasalla” patentaran la transgresión por TV y en colores.
Yo no... incluye doce “canciones”. Sin la imagen, el audio de esas pinceladas de humor sarcástico permite reconstruir los hechos: entre vasos de whisky (nunca champagne) y ambiente intimista, el histrionismo de Perciavalle y la acidez crítica de Gasalla interactuaban con un público cómplice. Solo allí, desde la impunidad disfrazada del chiste, se podía codificar a la tontería con nombre y apellido. La secuencia “Los pobres/El gran partido” (ver aparte) suena aún hoy revulsivo, acaso porque la extrema seriedad de ese drama que es la pobreza ya fue desmitificada por tantos gobiernos que se rieron de ella. Entonces, mostrar la desmesura de una señora “bien” que estigmatizaba “a esa gente horrible”, era un alegato contra la imbecilidad humana, pero despojado de la lógica doctrinaria de la lucha de clases. En un momento, Perciavalle “marca” a alguien del público, a quien agrede: “No se esfuerce, querido, se le nota el barrio, usted es pobre, ¿a qué vino acá?, miralo, se mueve y salpica tuco, Campanelli, Tupamaro, Frenteamplista, ¿a qué ha venido, a espiarnos?”.
La naturaleza de ese café concert permitía relativizar todos los valores sagrados de la argentinidad. No se salvaban ni Alfonsina Storni, a quien Gasalla definía como “una gran poetisa argentina que desgraciadamente hace tiempo se cayó al agua” (en “El coro”), ni el tango, cantado en inglés (“Chiquilín de Bachín” y “Balada para un loco”), en el Carnegie Hall y en un recital promocionado como “The worst from Argentina”. La familia, la sencillez de la gente de las provincias eran despedazadas por Gasalla en “Las casa de mis tías”, “un oratorio cantata del interior”, y en la época en que todas las historias de amor parecían posibles, ellos elegían el imposible affaire entre Alberto J. Armando y Jacqueline Kennedy. No en vano, el dúo, que luego trascendería (más allá de su talento) por sus peleas, se despedía cantando: “somosinseparables/como las Legrand/y lo que nos tiene unidos/es nuestra horrible maldad”. Mezcla de teatro de feria y revista, y con una pizca de los cabarets literarios de Europa, el café concert de Gasalla y Perciavalle, testimonió, en 1971, las claves de un mundo que se transformaba. “A nadie ya le importa otra revolución, si en cinco minutos la dan en televisión”, subrayaban.

La era del café concert
“Porque está muy de moda/ y parece una joda/ todos quieren hacer/ café concert/ los hay muy insalubres y cubiertos de mugre/ mientras hacés franela/ te insultan a tu abuela/ también hay muy lujosos/ con elegantes mozos/ verás grandes artistas/ y muchos alcoholistas/ Desde las grandes actrices/ hasta los aprendices/ y también meretrices/ que los harán felices/ suelen ponerse plumas/ o mejor ya ninguna/ puede ser con pianista/ o quizás un guitarrista/ porque está muy de moda/ y parece una joda/ todos quieren hacer/ café concert/ y yo también”.
* “Café Concert” (Alberto Favero y Antonio Gasalla)

 

“Que se vayan a Rusia”
“Qué barbaridad... ¿ustedes saben por qué pasan estas cosas espantosas en este país, viste, estos siniestros, crueles, quién tiene la culpa de que estemos tan mal, que haya devaluaciones, que aumente todo, que hagan la revolución, saben quién tiene la culpa? ¿lo pensaron? La gente pobre m’hijo. Si son la mayoría, viejo. Cada vez hay más, se multiplican como las ratas, (...) esa gente de lo peor decime una cosa, vos rubiona, ¿alguna vez viste un pobre de cerca? Yo una vez vi uno y me tuve que analizar dos años del shock que me produjo te juro. Vos no sabés lo que son, es gente espantosa, para empezar es gente más fea que la mierda, horrorosa, siempre vestidos con esos colores tan deprimentes, viste, marrón tierra, negro caca, esa cosa asquerosa, esas mujeres pobres llenas de callos, juanetes, sabañones, viste, con el pelo batido, esas medias de nylon cortonas, con esa liga chorizo que se aprieta acá, y sabés qué pasa, justamente esa liga que se ponen, viste, no les permite la circulación de la sangre, la sangre no les irriga el cerebro y no pueden razonar. Es por eso que hacen las cosas brutales que hacen, por ejemplo, mandar a sus chicos a colegios del Estado gratis, donde no va nadie conocido, como pueden, te das cuenta, con los colegios brutales que hay en nuestro país, tipo, qué sé yo, Belgrano Dayschool, Evita Midnight College, el Amalita Lacroze de Fortabat Girls Out Institute, estos tipos no, porque qué querés, con esta gente que no desciende de nadie... Son como de gajo. (...) Lo que pasa es que es gente, viste, que tiene la mentalidad al revés porque decime una cosa, ¿alguien conoce un pobre que hable inglés, que hable francés, que viaje a Europa, que sepa lo que es un Treavel Check? No tienen idea, están en contra de todo, no compran autos, después quieren que progrese la industria pesada en este país, y se quejan por todo, no comen carne, comen unos guisos inmundos en una lata asquerosa, porque es gente resentida social. Fijate vos, la mentalidad, no toman taxis, les fascina viajar en colectivo. Pero no toman un buen colectivo, viste, porque cualquiera, viste, un día se le rompe el coche, y ¿qué tomás?, el 267, el 39, que van al Barrio Norte, al barrio parque, donde por lo menos te encontrás con una mucama conocida. Estos tipos fijate que no, les encanta tomar el 407, el 52... esos números deprimentes, que van a Villa Ortúzar, a Villa Caraza, a Villa Sorete, porque les encanta, les fascina vivir en el cul d’monde. Y eso no es bastante, además de todo, fijate vos, la mentalidad, quieren cambiar todo el orden establecido, no puede ser, saben lo que digo yo, ¿no les gusta el país como está? ¿están en contra?, que se vayan. Una amiga mía dice: `Sí, pero si se van, ¿quién va a hacer el trabajo...?’ Qué sé yo, que dejen todo hecho y se vayan... te das cuenta, mirá, que se vayan a Rusia que tanto les gusta... (...)”
“Los Pobres”, monólogo a cargo de Perciavalle, está en el disco pegado a su segunda parte, “El gran partido”, de Alberto Favero y Gasalla.

 

 

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