Por Fernando DAddario
También hace treinta años había muchas Argentinas
posibles: una de ellas, ajena a un tipo de seriedad de la época
(de botas militares y de incipiente lucha armada), concibió la
transgresión en forma de grotesco escénico, una variante
de humor corrosivo que llevó a los sótanos porteños
la mirada de una sociedad preparada para su pronta descomposición.
El próximo domingo Página/12 entregará con su edición
Yo no... ¿y ud?, un disco que Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla
grabaron en 1971, y que más allá de su indudable valor artístico,
refleja el estado de ánimo de una Buenos Aires que se reía
y no sabía muy bien de qué. La iniciativa coincide con el
retorno del dúo a un espectáculo conjunto, pero en un gran
teatro céntrico y con una gran producción.
El género café concert, que tuvo al dúo Perciavalle-Gasalla
como uno de sus emblemas (no hay que olvidar, claro, a Nacha Guevara,
a Edda Díaz, a Cipe Lincovsky, entre muchos otros) fue la expresión
más representativa de las aspiraciones culturales de una clase
media argentina con identidad propia, que amaba a Mafalda y detestaba
las botas. El público del café concert era un argentino
medio, más o menos vanguardista, profesional, progre,
intelectual y a veces snob, que canonizó como estrellas del underground
a una camada de artistas ignorados por la TV y el teatro de revistas,
los dos ámbitos convencionales de la actuación. Es natural
que ese título: Yo no... ¿y ud?, suene hoy, a priori, vacío
de contenido. Por entonces constituía una respuesta, desde la más
fina ironía, a uno de esos clásicos slogans que suelen inventar
las dictaduras para legitimar sus arbitrariedades: el Yo quiero
a mi país... ¿y usted? se había convertido
en un sticker (aunque no se usaba aún esa palabra) apto para pegar
en los autos. La respuesta-repregunta de Gasalla y Perciavalle, lacónica
y desafiante, sintetizaba el espíritu que recorría por entonces
sus universos artísticos, mucho antes de que El show de Carlos
Perciavalle y El mundo de Antonio Gasalla patentaran
la transgresión por TV y en colores.
Yo no... incluye doce canciones. Sin la imagen, el audio de
esas pinceladas de humor sarcástico permite reconstruir los hechos:
entre vasos de whisky (nunca champagne) y ambiente intimista, el histrionismo
de Perciavalle y la acidez crítica de Gasalla interactuaban con
un público cómplice. Solo allí, desde la impunidad
disfrazada del chiste, se podía codificar a la tontería
con nombre y apellido. La secuencia Los pobres/El gran partido
(ver aparte) suena aún hoy revulsivo, acaso porque la extrema seriedad
de ese drama que es la pobreza ya fue desmitificada por tantos gobiernos
que se rieron de ella. Entonces, mostrar la desmesura de una señora
bien que estigmatizaba a esa gente horrible, era
un alegato contra la imbecilidad humana, pero despojado de la lógica
doctrinaria de la lucha de clases. En un momento, Perciavalle marca
a alguien del público, a quien agrede: No se esfuerce, querido,
se le nota el barrio, usted es pobre, ¿a qué vino acá?,
miralo, se mueve y salpica tuco, Campanelli, Tupamaro, Frenteamplista,
¿a qué ha venido, a espiarnos?.
La naturaleza de ese café concert permitía relativizar todos
los valores sagrados de la argentinidad. No se salvaban ni Alfonsina Storni,
a quien Gasalla definía como una gran poetisa argentina que
desgraciadamente hace tiempo se cayó al agua (en El
coro), ni el tango, cantado en inglés (Chiquilín
de Bachín y Balada para un loco), en el Carnegie
Hall y en un recital promocionado como The worst from Argentina.
La familia, la sencillez de la gente de las provincias eran despedazadas
por Gasalla en Las casa de mis tías, un oratorio
cantata del interior, y en la época en que todas las historias
de amor parecían posibles, ellos elegían el imposible affaire
entre Alberto J. Armando y Jacqueline Kennedy. No en vano, el dúo,
que luego trascendería (más allá de su talento) por
sus peleas, se despedía cantando: somosinseparables/como
las Legrand/y lo que nos tiene unidos/es nuestra horrible maldad.
Mezcla de teatro de feria y revista, y con una pizca de los cabarets literarios
de Europa, el café concert de Gasalla y Perciavalle, testimonió,
en 1971, las claves de un mundo que se transformaba. A nadie ya
le importa otra revolución, si en cinco minutos la dan en televisión,
subrayaban.
La era del café
concert
Porque está muy de moda/ y parece una joda/ todos quieren
hacer/ café concert/ los hay muy insalubres y cubiertos de
mugre/ mientras hacés franela/ te insultan a tu abuela/ también
hay muy lujosos/ con elegantes mozos/ verás grandes artistas/
y muchos alcoholistas/ Desde las grandes actrices/ hasta los aprendices/
y también meretrices/ que los harán felices/ suelen
ponerse plumas/ o mejor ya ninguna/ puede ser con pianista/ o quizás
un guitarrista/ porque está muy de moda/ y parece una joda/
todos quieren hacer/ café concert/ y yo también.
* Café Concert (Alberto Favero y Antonio Gasalla) |
Que se vayan
a Rusia
Qué barbaridad... ¿ustedes saben por qué
pasan estas cosas espantosas en este país, viste, estos siniestros,
crueles, quién tiene la culpa de que estemos tan mal, que haya
devaluaciones, que aumente todo, que hagan la revolución, saben
quién tiene la culpa? ¿lo pensaron? La gente pobre mhijo.
Si son la mayoría, viejo. Cada vez hay más, se multiplican
como las ratas, (...) esa gente de lo peor decime una cosa, vos rubiona,
¿alguna vez viste un pobre de cerca? Yo una vez vi uno y me
tuve que analizar dos años del shock que me produjo te juro.
Vos no sabés lo que son, es gente espantosa, para empezar es
gente más fea que la mierda, horrorosa, siempre vestidos con
esos colores tan deprimentes, viste, marrón tierra, negro caca,
esa cosa asquerosa, esas mujeres pobres llenas de callos, juanetes,
sabañones, viste, con el pelo batido, esas medias de nylon
cortonas, con esa liga chorizo que se aprieta acá, y sabés
qué pasa, justamente esa liga que se ponen, viste, no les permite
la circulación de la sangre, la sangre no les irriga el cerebro
y no pueden razonar. Es por eso que hacen las cosas brutales que hacen,
por ejemplo, mandar a sus chicos a colegios del Estado gratis, donde
no va nadie conocido, como pueden, te das cuenta, con los colegios
brutales que hay en nuestro país, tipo, qué sé
yo, Belgrano Dayschool, Evita Midnight College, el Amalita Lacroze
de Fortabat Girls Out Institute, estos tipos no, porque qué
querés, con esta gente que no desciende de nadie... Son como
de gajo. (...) Lo que pasa es que es gente, viste, que tiene la mentalidad
al revés porque decime una cosa, ¿alguien conoce un
pobre que hable inglés, que hable francés, que viaje
a Europa, que sepa lo que es un Treavel Check? No tienen idea, están
en contra de todo, no compran autos, después quieren que progrese
la industria pesada en este país, y se quejan por todo, no
comen carne, comen unos guisos inmundos en una lata asquerosa, porque
es gente resentida social. Fijate vos, la mentalidad, no toman taxis,
les fascina viajar en colectivo. Pero no toman un buen colectivo,
viste, porque cualquiera, viste, un día se le rompe el coche,
y ¿qué tomás?, el 267, el 39, que van al Barrio
Norte, al barrio parque, donde por lo menos te encontrás con
una mucama conocida. Estos tipos fijate que no, les encanta tomar
el 407, el 52... esos números deprimentes, que van a Villa
Ortúzar, a Villa Caraza, a Villa Sorete, porque les encanta,
les fascina vivir en el cul dmonde. Y eso no es bastante, además
de todo, fijate vos, la mentalidad, quieren cambiar todo el orden
establecido, no puede ser, saben lo que digo yo, ¿no les gusta
el país como está? ¿están en contra?,
que se vayan. Una amiga mía dice: `Sí, pero si se van,
¿quién va a hacer el trabajo...? Qué sé
yo, que dejen todo hecho y se vayan... te das cuenta, mirá,
que se vayan a Rusia que tanto les gusta... (...)
Los Pobres, monólogo a cargo de Perciavalle, está
en el disco pegado a su segunda parte, El gran partido,
de Alberto Favero y Gasalla. |
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