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Por Pablo Plotkin La edición de Tercer Arco, en 1996, consagró a Los Piojos como una de las apariciones claves para el rock de la década pasada. Mientras los hits Verano del 92 y El Farolito dos piezas clave de la fórmula patentada rock stone-ritmos rioplatenses sonaban en todas partes, las comparaciones con el fenómeno Redondos se multiplicaron al paso de su convocatoria. Las hipótesis hablaban de shows (rituales) con todos los componentes indispensables fieles embanderados, bengalas, movilizaciones desde distintos barrios y una reticencia proverbial a la exposición pública, conducta que se potenció con la masividad. Después del suceso de Tercer Arco (que llegaría a vender unas 200 mil copias), muchos suponían que la marea bajaría, que Los Piojos no sabrían lidiar con el éxito y que de a poco volverían a su condición original de modesta y orgullosa banda de barrio. Sin embargo, con el tiempo su popularidad se consolidó, ellos superaron los complejos de la fama y llevaron con elegancia el papel de banda de rock de estadio. La serie de seis conciertos que comenzó anoche en un Obras repleto (que sumará una asistencia de casi 35 mil personas) no sólo rompe el record propio de 23 mil (Atlanta, diciembre de 1999): además revela algunas cuestiones sobre dos maneras de entender (y hacer) rock en Argentina. Se trata de sus primeras presentaciones en Capital en lo que va del año. Hasta el momento se agotaron las entradas para todas las fechas, excepto la última (además, queda un remanente de 700 boletos para vender antes de cada concierto). La convocatoria semi-rodrigueana corrobora la impermeabilidad del público rocker local respecto de las corrientes dominantes en el resto del mundo. El fin de semana pasado, en el mismo estadio, los dos referentes máximos del rock hispanoparlante de dos décadas (Gustavo Cerati y los mexicanos Café Tacuba) apenas pudieron llenar dos funciones. Son estrellas continentales, sus canciones son hits en toda América latina, Beck los invita a compartir escenarios, pero en Buenos Aires no convocan, juntos, más de diez mil personas. Los Piojos, que afuera del país no son más que una abyecta plaga capilar, se presentan sin el respaldo de un disco nuevo ni grandes campañas publicitarias, y triplican la convocatoria de Cerati y Café Tacuba. En ese mismo escenario, el grupo de El Palomar grabó su disco en vivo, Ritual, en mayo del año pasado. Esos shows no sólo registraron sus canciones en caliente, sino que también concretaron el sueño del hincha de Andrés Ciro Martínez (cantante y letrista) y cía.: compartir el escenario con Diego Maradona (la devoción de la banda por el 10 está documentada en el tema Maradó). Esta serie de recitales también tendrá algunos invitados ilustres. Ricardo Mollo, de Divididos (que ostenta el record de haber tocado 13 veces en Obras en un 1993), subirá a tocar mañana, y Pappo (devolviendo gentilezas por la participación de Andrés Ciro en su Pappo & Amigos) lo hará el fin de semana que viene. El disco nuevo de Los Piojos, en tanto, estaría listo de no haber mediado el conflicto personal que terminó con el alejamiento del baterista original, Daniel Buira, y el ingreso del reemplazante, Sebastián Cardero. Además del estreno porteño del nuevo integrante, la banda está adelantando una de las canciones del próximo disco: José María, que cuenta la historia de un Cristo suburbano. Se inscribe en la tradición de héroes anónimos que protagonizan las canciones de Los Piojos, como el chico de la calle de Angelito o la prostituta de Al atardecer.
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