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Por Horacio Bernades Antes de la posmodernidad, que ya no cree en grandes relatos sino sólo en la fragmentación, el cortado y pegado, el zapping veloz, el cine aspiró, alguna vez, a la amplitud y vastedad de una novela-río. Si esa voluntad está presente ya en los orígenes, cuando el cine ni siquiera hablaba, la tendencia hizo eclosión en los años 50. Ante el pánico producido por el avance de la televisión, el cine intentó entonces una vuelta a los grandes relatos. Estos se hicieron grandes tanto en aspiraciones como en duración y formato, a partir de la invención del cinemascope. Si Hollywood convirtió esta ambición en línea de producción, en otros rincones del globo la semilla también prendió. Hasta el punto que fue el cine japonés, allí en las antípodas, el que produjo, hacia fines de esa década, la que resultaría la más larga saga de la historia del cine. Esa saga es La condición humana, que el realizador Masaki Kobayashi (1916-1996) filmó en tres partes, entre 1959 y 1961, totalizando la friolera de nueve horas y cuarenta minutos de duración. Integrada por No hay amor más grande, Rumbo a la eternidad y El grito del soldado, en Argentina La condición humana se estrenó con una década de atraso y fue revisada en un par de oportunidades en la Sala Leopoldo Lugones, la última vez dos años atrás. Ahora, el sello Epoca la lanza en video, completa y en tres volúmenes, en el formato conocido como letterbox, que permite respetar el cinemascope original. Basada no en la famosa novela homónima de André Malraux sino en una, menos conocida en Occidente, que escribió Jumpei Gomikawa, lo que narra La condición humana es la saga de Kaji, un ingeniero que, antes del fin de la Segunda Guerra, logra sortear el frente de combate y es destinado a unas minas en la Manchuria ocupada. Es sólo el comienzo de una larga peripecia signada por la tragedia, que terminará con Kaji en el campo de batalla, hecho prisionero más tarde, vagando finalmente en la inmensa y desolada estepa. Signada por las corrientes más fuertes del pensamiento de posguerra (el humanismo, el pacifismo, el existencialismo), La condición humana es, a diferencia de las grandes películas-río filmadas contemporáneamente, una saga trágica, profundamente pesimista y sobre todo, antiépica. Papel consagratorio para el gran Tatsuya Nakadai (que protagonizaría más tarde dos obras mayores de Kurosawa, como Kagemusha y Ran), Kaji es un individualista acérrimo, que tiene sus ideas y las defenderá, a toda costa y con las peores consecuencias, frente a toda forma de autoridad. Ya se trate del pusilánime director de la mina, un sádico capataz, sus carceleros o la institución militar en pleno, el héroe resiste, a lo largo del film, toda orden que considere injusta. En una primera instancia, este núcleo básico de La condición humana le da al film de Kobayashi un carácter profundamente subversivo en relación con la cultura oficial japonesa, tradicionalmente asentada sobre los valores a los que el héroe, justamente, se opone. Ya se trate del militarismo expansionista, el patriotismo imperial o, en términos más generales, la idea misma de obediencia a la autoridad. No hay más que invocar la idea de obediencia debida para que el sentido de La condición humana se extienda, se universalice y actualice. Pero Kaji es, como se dijo, un héroe trágico. Esto es, partido, dividido por pasiones opuestas, que terminarán condenándolo, inevitablemente, a la soledad y a la muerte. Casi no hay situación en la que Kaji no aparezca tensionado, entre la domesticidad y el mundo, entre su ética y las circunstancias, entre sus superiores y subordinados, entre sus deseos y la realidad. En tiempos en los que el socialismo era aún una utopía posible, Kaji intentará conciliar su humanismo con la fe en una sociedad más justa, depositando sus esperanzas en la Unión Soviética. Máxima paradoja, si se quiere, en tanto la URSS ocupó Manchuria tras la derrota del Eje. Ultimaestación de su calvario. Como un cristo vencido (el humanismo de Kobayashi se fusiona, en los tramos finales, con la idea de martirio cristiano), Kaji terminará arrastrándose, enfermo, humillado por sus semejantes y entre la nieve implacable. Sin volver jamás al hogar, allí donde supone que aún lo debe estar esperando la paciente Michiko, su esposa. Es entonces que, revirtiendo en unos contados minutos aquel humanismo largamente sostenido, el film de Kobayashi parece darse de cara, en su radical pesimismo final, con la más cruel modernidad.
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