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Exploraciones
Por Juan Gelman

Arthur Rimbaud �uno de los tres grandes de la poesía moderna francesa con Baudelaire y Mallarmé� ha ejercido y ejerce una influencia aún viva en el mundo occidental. La lista de quienes se proclaman sus descendientes literarios, algunos con más legitimidad que otros, es tan larga como irónica sería para quien dejó de creer en la escritura a los 20 años, tras acuñar en sólo cinco una obra de resplandor universal. Fue elegido como figura titular por los movimientos franceses de vanguardia �Dadá, el surrealismo, Le Grand Jeu�, pero también por beatniks y otros representantes de la contracultura estadounidense, desde Bob Dylan a Patti Smith, para no mencionar a Jim Morrison. Henry Miller dedicó un libro entero a explicar sus coincidencias con Rimbaud en vida y obra.
Deslumbra como un mito su existencia. �El Poeta se hace vidente mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él mismo busca y agota en sí todos los venenos para sólo quedarse con sus quintaesencias�, anotó Rimbaud en Una prosa sobre el porvenir de la poesía. Pero la abandonó hacia 1874 y pasó abruptamente al silencio del acto. De 1880 a 1891, año de su muerte a los 37 de edad, fue comerciante en el Yemen y Abisinia, trabajó con Alfred Barley, exportador de café, caucho, marfil y almizcle, traficó armas para Menelik II, rey de Soa empeñado en derrocar al emperador etíope Johannes IV, y persiguió incansablemente la meta de reunir el dinero necesario para vivir sin apuros, casarse, tener un hijo ingeniero. Sigue fascinando este pasaje de la obsesión poética a la obsesión económica. Rimbaud practicó ambas con pareja intensidad.
Ciertos críticos literarios parten a Rimbaud en dos y no encuentran vínculo alguno entre el poeta que quería que las palabras se pusieran de pie y el comerciante que llevó una vida ascética, casi arcaica, en los desiertos africanos. Pero tal vez haya correspondencias subterráneas entre ese antes y el después. La acción del movimiento es una. El Rimbaud joven y adulto casi nunca pasó un año sin quedarse más que unos pocos meses en el mismo lugar: viajó a París desde su Charleville natal, y a Bélgica, Inglaterra, Alemania, Austria, Chipre, a Italia cruzando a pie los Alpes. En Africa se internó desde Harar, en el interior de hoy Etiopía, en Ogaden, jamás pisada hasta entonces por un hombre blanco, convirtiéndose en �esa versión del poeta de los tiempos modernos: el explorador�, al decir de su biógrafo Jean-Luc Steinmetz. Rimbaud había explorado ya los límites del lenguaje, haciéndolos estallar con su poesía.
No fue el único que unió su escritura al movimiento físico. El alemán Rilke se mudó de casa unas 20 veces en dos años, y el ruso Mandelstam �como Rimbaud� acuñó buena parte de su obra caminando (en un poema se pregunta cuántos pares de zapatos habrá gastado el Dante para componer La divina comedia). Pero ninguno de esos dos magníficos poetas incurrió en poeticidio. Rimbaud, sí. No encontraba el poema que había que leer �con todos los sentidos� y no calló porque no tenía más que decir, sino porque sintió que debía decir viviendo, escribiéndose a sí mismo con �la vida verdadera�. El inglés W. H. Auden, tan volcado a la interrogación existencial, se preguntó alguna vez si el acto más radical de la poesía no consiste acaso en preferir la acción a la escritura. No vivió ese dilema el gran poeta Paco Urondo, quien empuñó las armas �dijo�, porque buscaba la palabra justa.
Las cartas que Rimbaud envió a madre y hermana desde Africa carecen totalmente de intención literaria. Contienen frecuentes pedidos de manuales populares sobre carpintería, vidriería, arquitectura naval, fabricación de ladrillos, guías de viaje, colecciones de minerales, un teodolito y otros materiales de explorador. Los entusiasmos del solicitante por prácticas tan diversas eran cortos ��no me quedaré aquí mucho tiempo�, decía; o �no encontré lo que buscaba�, �nada tengo que hacer aquí�, �estoy rodeado de perros y bandidos��, pero del tono de esa correspondencia emerge otro discurso: indica que la contienda entre el poeta y el comerciante palpitaba en la elección misma de no escribir más y llevar una existencia de acción. Quién sabe si el no cesar de no escribir de Rimbaud fue una ruptura tan cortante como se la suele presentar. Quizás haya sido una herida secreta y persistente, no muy distinta de la que inflige la imposibilidad de alcanzar �lo desconocido� que buscó con su escritura primero, con su errancia después.
Este rebelde constante que cantó a las manos de Jeanne-Marie �esas que �empalidecen, maravillosas,/a la luz solar cargada de amor,/sobre el bronce de las ametralladoras/por todo el París insurrecto��, en clara y acompañadora alusión a la Comuna de París, no aceptaba fronteras entre el espíritu y la materia. ¿Qué exploraría en los desiertos de Africa? ¿Las entrañas de su propio silencio? ¿Lo que está más allá de la palabra y, como la muerte, no tiene palabra? En �Una estación en el infierno� había imaginado: �Volveré, con miembros de hierro, la piel curtida, el ojo furioso; por mi máscara, se me juzgará parte de una raza fuerte. Tendré oro�. Pero regresó a Francia con ahorros escasos y un cáncer en la rodilla que provocó la amputación de la pierna derecha del gran caminador. En su lecho de muerte relataba a Isabelle, la hermana, lo que veía despierto: �Columnas de amatista, ángeles de mármol y de madera, países de belleza indescriptible, y para pintar esas sensaciones empleaba palabras de un encanto penetrante y extraño�. Después de casi 20 años, Rimbaud volvía finalmente con oro: el de su poesía.

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