Por Sergio Moreno
La población metropolitana cree que la actuación del Gobierno nacional es regular, que actúa peor que lo que había pensado al momento de su asunción, que es bajo el nivel de cumplimiento de sus promesas electorales, que la lucha contra la corrupción y la evasión ha mejorado, pero que empeoró la política de generación de empleo, así como también la reactivación económica. Un negro panorama. Pero, de la misma manera en que evalúa tan negativamente lo que está ocurriendo, los habitantes de la Capital Federal y el Conurbano tienen marcadas esperanzas ya que, mayoritariamente, consideran que su situación económica personal habrá mejorado cuando Fernando de la Rúa concluya su mandato en 2003.
Estas son las conclusiones que arroja un estudio de la Consultora Equis, dirigida por el sociólogo Artemio López. El trabajo fue realizado entre el 4 y el 6 de julio, a través de entrevistas personales (840 casos) a mayores de 18 años de todos los niveles socioeconómicos, residentes en Capital Federal y Gran Buenos Aires. El sondeo estima un margen de error de +/- 3,4 por ciento, con un nivel de confianza del 95 por ciento.
Lo que el publicista oficial del Gobierno, Ramiro Agulla, dio en llamar �mala onda� �o sea, el negativo estado de ánimo de la población en relación con la actuación de la administración aliancista� queda gráficamente expresado en cifras en el estudio realizado por Equis. Sobre la actuación del Gobierno nacional, el 52,4 por ciento de los porteños y el 42,5 por ciento de los habitantes del Conurbano consultados consideraron que era regular, 18,6 y 32,1 por ciento, respectivamente, la evaluaron negativamente, y 26,9 y 22,7 por ciento, en forma positiva. Los jóvenes de entre 18 y 29 años y los adultos de entre 30 y 44 son quienes peor imagen tienen del desenvolvimiento gubernamental.
Los encuestados, además, expresan un claro sentimiento de decepción: el 55,9 por ciento en Capital y el 55,1 por ciento en GBA piensan que la acción del Gobierno es peor de lo pensado, el 34,2 y el 31,2 consideran que dicha actuación se condice con lo que ellos habían imaginado y sólo el 8,2 por ciento y el 12,3 por ciento sostienen que la Alianza superó las expectativas que tenían. Este sentir sintoniza con algún retintín de defraudación, ya que contundentemente �76,8 por ciento en Capital y 76 por ciento en el Conurbano� evalúan que el nivel de cumplimiento de las promesas electorales es baja; 14,9 y 14,5 por ciento, respectivamente, dicen que se cumplieron medianamente, y 2,7 y 3,1 por ciento sostienen que dicho nivel es alto.
El Gobierno gana un poco de aire en lo que siempre fue el fuerte de la Alianza: la lucha contra la corrupción. El 49 por ciento de los porteños consultados y el 48,3 por ciento de los residentes en el GBA creen que ha mejorado ese combate; el 35,9 y el 24,8 por ciento dicen que se mantiene igual; y el 11,2 y el 20,4 por ciento sostienen que empeoró. Aquí se nota una marcada diferencia entre la apreciación de quienes viven a un lado y otro de la General Paz. En cuanto a la lucha contra la evasión, la administración De la Rúa vuelve a ganar, ya que son muchos más (44,2 por ciento en Capital y 38,9 por ciento en GBA) quienes dicen que ha mejorado. En tanto, apenas el 19,6 por ciento y el 24,7 por ciento en cada área creen que ha empeorado. Los que piensan que todo sigue igual en este asunto son un 33,1 por ciento de los porteños, cifra alta en comparación al 13,1 por ciento opinado en el Conurbano.
En el aspecto que más le interesa a la gente, el Gobierno sale perdiendo nuevamente. Un 50,8 por ciento en Capital y un abrumador 66,4 por ciento en GBA piensan que la generación de empleo con la Alianza ha empeorado, 38,4 y 24,5 por ciento, en cada caso, creen que se mantiene igual, y sólo un 4,7 y un 7,8 por ciento dicen que ha mejorado. Con guarismos un poco menores, algo similar ocurre en lo referido a la acción del Gobierno para reactivar la economía.
Estos datos connotan lo que la gente piensa de su situación económica personal: el 57,9 por ciento de los porteños, y el 42,3 por ciento debonaerenses del Conurbano dicen que se mantiene igual; 42,1 y 49,8 por ciento sostienen que empeoró; y de los que sienten que todo está mejor para ellos, no hay datos en Capital y son 5,1 por ciento en GBA.
Pero los datos que cierran el trabajo de Equis son alentadores para la administración aliancista: la gente �los consultados� guarda esperanzas de que las cosas mejorarán durante la gestión de este Gobierno. Y ello se expresa de la siguiente manera: preguntados sobre cómo creen que será su situación económica personal al finalizar el mandato de Fernando de la Rúa, el 57,7 por ciento en Capital y el 50,3 por ciento en GBA dicen que habrá mejorado; 23,9 y 37,1 por ciento no supieron o no quisieron contestar; apenas 8,3 y 9,9 por ciento dicen que estarán peor, y 10,1 y 2,7 por ciento �marcando gran diferencia entre porteños y bonaerenses� dicen que nada cambiará en su economía.
opinion
Por Roberto �Tito� Cossa* |
Razones del malhumor argentino
Se ha puesto de moda hablar del malhumor de los argentinos, como si de pronto los treinta y cinco millones de compatriotas fuéramos víctima de una peste que nos tiene a todos irritados. Los argentinos, ¿andamos todos de mal talante?
En realidad el tema lo instaló el presidente De la Rúa cuando conminó a los empleados públicos a deponer sus gestos desconsiderados y obligó a sus ministros a enfrentar la vida con buena cara, especialmente a la hora de plantarse ante las cámaras de la televisión.
La ofensiva del Presidente no carece de cierta lógica. La acción de gobernar es, en sí misma, un acto de fe. ¿Cómo se puede conducir un país si los empleados del Estado están con cara de bronca y los ministros deambulan por los pasillos de la Casa de Gobierno con el ceño fruncido y maltratando a los granaderos?
Lo que seguramente el jefe de Estado no previó es que a dos meses de implantar el buen humor entre los empleados públicos se vio obligado a rebajarles el sueldo.
El caso de los ministros es diferente, es un tema de personalidad. Otro sería el cantar si De la Rúa tuviera como colaboradores cercanos a Corach en vez de Storani y a Di Tella en lugar de Rodríguez Giavarini.
De todas maneras, los empleados públicos y los ministros conforman una minoría. No alcanza para explicar un fenómeno que al parecer contagia a toda la población.
En un intento por explicarme el origen de este malhumor colectivo realicé un trabajo de investigación. Recordé que a fines del mes pasado se realizó un debate entre expertos de la Unesco acerca de la calidad de vida de los pueblos subdesarrollados. Se tocó el tema de la infelicidad de nuestras gentes y el principal argumento fue el económico. Al momento de hablar de nuestro país se dijo que en la Argentina una familia tipo necesita 1500 dólares mensuales para poder vivir dignamente y el ingreso promedio es de 600. He aquí un posible motivo del malhumor. Uno de los participantes destruyó este argumento cuando recordó el caso de Brasil, donde el promedio de los salarios es inferior al argentino y, sin embargo, el pueblo es alegre. Además, en la Argentina, un veinte por ciento de la población supera el límite de los 1500 dólares. Bastaría que uno de cada cinco compatriotas cambiara de talante para que desapareciera esa sensación de irritabilidad generalizada.
Revisando mi archivo encontré el ejemplar de una revista especializada donde se reprodujo un debate entre psicoanalistas destinado a desmenuzar el carácter de nuestros compatriotas. Un grupo desarrolló la teoría según la cual los argentinos no hemos superado todavía el trauma de nuestros antepasados inmigrantes. Y el inmigrante, se argumentó, es en sí mismo un hombre infeliz. Pero otro grupo desarmó esta explicación. Es cierto, se dijo, que conservamos los genes de nuestros abuelos, el inmigrante es un hombre triste, pero no necesariamente malhumorado.
Tampoco me sirvieron las varias charlas que mantuve con mis amigos escritores, intelectuales y periodistas. Muchos les echaron la culpa a los noticieros de la televisión y a los diarios que ponen el acento en las malas noticias. Pero tampoco se justifica este fenómeno en un país donde sólo una parte de la población se preocupa por informarse de lo que sucede.
Andaba yo cavilando sobre el tema cuando me crucé en el bar Tortoni con mi viejo amigo Vicente (el apellido me lo reservo por razones obvias). Vicente es, lo que se dice, un tipo de suerte. Anda por los sesenta años pero aparenta no tener más de 40, con su estampa atlética y su aire juvenil. Cuando era muy joven heredó una fortuna en billetes contantes que le permitió vivir de rentas a cuerpo de rey. A los 30 formó una familia ejemplar. Se casó con una mujer excepcional que le dio dos hijos; el varón es jefe de los equipos de científicos de la NASA y la nena administra una cadena de hoteles en Miami. Además, Vicente ha tenido aventuras con lasmujeres más bellas del jet set argentino e internacional. Sin embargo, Vicente es un hombre de carácter irritable. Pocas veces lo vi sonreír en tantos años de amistad.
Vicente es un hincha fanático de Boca y el encuentro se produjo al día siguiente de la final del Morumbí. Lo primero que hice fue felicitarlo por la hazaña, pero me respondió con un gesto de fastidio. Intenté mejorarle el ánimo y lo invité a comer a casa el fin de semana.
�No puedo. Mañana salgo en un crucero de un mes por el Mediterráneo.
�¿Vas con tu mujer? �le pregunté.
�Con una modelo negra que conocí la semana pasada �me respondió secamente.
Fue en ese momento que el mozo nos sirvió el pedido. Vicente palpó la tacita y furioso se la devolvió porque el café no estaba bien caliente.
No pude contenerme y exploté.
�¿Se puede saber por qué carajo estás siempre de mal humor?
Vicente me miró. Sus ojos claros se humedecieron y en voz apenas audible me confesó:
�Soy un constipado crónico.
¿No será que los argentinos estamos cagando mal?
* Dramaturgo |
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