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La ética de la cámara oculta

Un entrevistado que no sabe que está siendo entrevistado por un periodista disfrazado de otra cosa..., ¿está bien disimular la identidad y la profesión para conseguir una nota? Un debate entre periodistas, especialistas y gente de televisión.


t.gif (862 bytes) El debate comenzó hace dos semanas, con la primera y sonora nota que le costó, hasta ahora y hasta que se pronuncie la Justicia, la carrera a un sindicalista encumbrado. El segundo episodio descubrió un prostíbulo con aires de impunidad excesiva. El viejo recurso de la cámara oculta, reciclado con alta tecnología y gran producción está dando que hablar y generando apoyos y cuestionamientos. En estas páginas, tres periodistas, un especialista en medios y dos veteranos de la televisión discuten la ética de ocultar la profesión y disfrazarse para conseguir la verdad.
Para Gillespi, actor y músico, el problema es �la falta de garantías de la Justicia, que no se encarga de muchos temas.� Esto hace que �el periodismo haya tomado un lugar de fiscal. Mediante las cámaras ocultas muchas veces ejercen una presión ante la Justicia poniendo en evidencia algo que después no queda otra alternativa que investigar. Pero si eso se utiliza como una estrategia comercial y los jueces y fiscales tienen que esperar a que salga por �Telenoche Investiga� para enterarse, me parece un poco especulativo. Si los periodistas tienen las pruebas y antes de ponerlas al aire hacen la denuncia correspondiente, me parece más ético. He hablado con un fiscal de Comodoro Py, muchas veces tiene que estar de guardia para ver qué van a pasar por la televisión para él después iniciar el procesamiento�.
�¿Hasta qué punto es ético que un periodista, usando un nombre falso y engañando, consiga una primicia? Si se equivoca y hay algún problema, se tendrá que hacer cargo. Yo lo que voy a priorizar es el fin, si el fin es que determinado tipo de gente �delincuentes� sean juzgados, me parece que es salvable el medio. Más que nada por la coyuntura de que la Justicia no funciona bien.�
Para otro veterano televisivo, el actor y humorista Mex Urtizberea, la actitud correcta es de mayor desconfianza. �Hay que ponerles cámaras ocultas a los que hacen los programas de cámaras ocultas para ver cuándo y cómo deciden a quién darle y a quién no darle. No tenemos que tener la ingenuidad, viniendo de un holding, de pensar que ellos hacen justicia para todos por igual. La televisión no es el llanero solitario, que en forma anárquica lucha contra el mal. El llanero el único interés que tenía era hacer la serie. Quienes hacen la cámara oculta tienen intereses políticos y financieros. Eligen a quién ponerle la cámara oculta.�
Para el periodista Joaquín Morales Solá, la objeción es una de responsabilidad. �La cámara oculta no puede ser tomada como una prueba cabal y definitiva sobre la culpabilidad de una persona. Si la tomamos como última instancia de verdad, tiramos abajo la estructura legal que protege a las personas y les proporciona la posibilidad de un juicio justo. Hay que debatir cuáles deben ser nuestros límites, porque los que existían se están borrando. Hay una situación nueva que involucra la ética de nuestro trabajo. Yo nunca he hecho cámara oculta porque prefiero investigar de otra manera, pero las acepto como un elemento más de la investigación. En ese caso, es buena. Si hay una investigación con otros elementos y una cámara oculta confirma los datos, es muy útil. Pero si es el único recurso, me parece un poco sesgado.� 
Morales Solá afirma que �no estoy en contra�, pero sigue sin estar convencido de que todo está resuelto. �El periodismo tiene códigos propios y los límites de la ética profesional son aplicables a todas las disciplinas.�


Por Sandra Russo*.
¿El mal justifica el mal menor? 

El hombre (o la mujer) no titubea, no niega, no duda en afirmar lo que en cualquier otra circunstancia negaría. Está relajado (o relajada) porque la charla transcurre en su oficina, o en su bar, o en su negocio, porque juega de local y quien tiene enfrente no es un periodista sino un narcotraficante, o un traficante de blancas, o un empresario que aspira a pagar una coima para que lo dejen hacer sus dineros. El hombre o la mujer en cuestión son victimarios de otros, de personas con nombre y apellido, o de la sociedad en general. Son policías que combaten el tráfico de drogas, pero venden cocaína, o funcionarios municipales que cobran peaje para habilitar locales, o dueños de prostíbulos que se jactan de esclavizar a mujeres inmigrantes, o dirigentes sindicales que se quejan de que su tropa es inútil y no sirve �ni para robar�. En general, se jactan de lo que hacen frente a ese o a esa que es periodista, pero finge ser otra cosa, alguien de la misma estatura delictual que ellos. Y lo que hacen es siempre abominable. 
Sin embargo, esa escena que el público ve torcida y escucha mal porque es captada desde abajo o desde un costado por la cámara oculta, en esa práctica periodística cuyas imágenes imperfectas forman parte de su propio lenguaje, no deja de convertir al victimario en víctima. Víctima de su falta de información sobre lo que realmente está pasando en ese instante en el que ofrece, jactándose, las pruebas de su culpabilidad. Víctima de una ingenuidad que lo conduce irremisiblemente a la propia fosa moral y a lo mejor a la cárcel. Como espectador, es imposible no sentir cierta vaga vergüenza ajena al ver a cualquiera de esos miserables exponer su miseria con la guardia tan baja. Acaso sea porque el periodismo se trata de información, que es imposible no sentir esa leve piedad por quien no sabe que está acostándose en una cama que le han hecho. 
Si las cámaras ocultas son una herramienta legítima o no para que el pecador confiese sus pecados, es un asunto que no puede pensarse en el aire ni in vitro, sino en el marco de diferentes contextos en los que existen o no otras alternativas para que los culpables paguen sus deudas. No es lo mismo evaluar la práctica de las cámaras ocultas en países en los que el sistema judicial funciona y es confiable, que en otros en los que el periodismo carga sobre sus espaldas un peso justiciero que necesariamente le queda grande, porque ser periodista tampoco garantiza ni honor ni buen tino, pero sería caer en un purismo miope no admitir que en los últimos años fue en buena parte por investigaciones periodísticas que la Justicia argentina salió, cuando salió, de su letargo. 
Se trata, entonces, de una cuestión de umbrales peligrosos. El periodista que falsea la propia identidad y el verdadero móvil de una conversación que parece privada y termina siendo pública, se embarca en un mal menor, que no deja de ser un mal. Y terminamos, siempre, en el dilema que desde Maquiavelo no nos deja tranquilos. Porque abrirle la puerta a un fin que justifique un medio es abrir una caja de Pandora, y de las cajas de Pandoras, ya lo sabemos, pueden salir tempestades. 

* Periodista.

Por Nicolás Casullo.*
La cámara que oculta

Más allá del impacto informativo y de la retórica reality show que produce, el periodismo de la cámara oculta, el periodismo sabueso y de atmósfera parapolicial, es parte indeleble de una cultura de época. Lo importante en todo caso es describir sobre qué valores, horizontes y �éxito� está parado un periodismo que desde hace algunos años ha reducido el campo del mal al del delito judicial, el campo de la culpa histórica a políticos corruptos, el campo de lo diario y estelarmente acusable a un anecdotario sin fin de cosas censurable, según lo que establece, fronteras adentro, el propio poder ideológico del capitalismo. 
Este periodismo es hijo de un proceso que ha lobotomizado la injusticia, lo cuestionable, lo reprobable, lo condenable, a la medida del alma de una vieja tía solterona alterada por cómo andan las cosas. Esto es, ha reducido el campo de lo publicitariamemnte acusable a las clásicas coordenadas de invisibilidad que plantea el andamiaje del sistema. Delictivo para esa cámara es un determinado desvío de la ley, la prueba irrefutable, el infraganti, las manos en la masas, los datos a la vista, la emboscada, el operativo, la confesión. Un mundo de acontecimientos acotados, donde lo que horada la realidad es rutina (generalmente uniformada en otros casos), es técnica massmediática (que la sociedad massmediática genera, legitima y premia) contra pésimos ciudadanos desde todo punto de vista.
El universo de la cámara oculta asegura básicamente una cosa: pasar muy lejos, infinitamente distante, jamás tener la necesidad de enunciar los dispositivos magnos expoliadores, dominantes, concentrados, monopólicos, ordenadores y estructuradores de la realidad nacional. La cámara oculta nace paralelamente con la muerte de la crítica a los sectores, a los nombres y apellidos, intereses, actuaciones y pasos de los dueños económicos del país de adentro y de afuera. La cámara oculta es un juego que ya nos está anticipando a qué pequeñas historias ganzas quedó reducido el mal y el bien en la historia, y cuáles son los límites infranqueables para el periodismo, fijados por la gobernabilidad sin tapujos de lo empresarial y lo patrocinante: el mercado.
Si el periodismo de izquierda en los 60 y 70 procuraba distanciarse de la anécdota, de la �historia desorientadora� de la verdadera historia, para calar en el corazón de los dueños del país en cada campo de injusticia e irracionalidad (incluyendo en primer término el campo informativo propio), el periodismo del 2000 pareciera instalar con el artefacto cámara oculta el distanciamiento definitivo con la radiografía de las cosas que realmente nos destinan. Que no son básicamente un burócrata sindical marplatense, un regenteador de prostitutas, un secretario de intendente ni un colgadito del PAMI, sino todo el mal que -en nombre de estos cuatro minidelincuentes� queda decididamente ya no querellado. Es decir, los que fabrican el país diariamente más allá de toda cámara oculta sobre �los malos argentinos�: el gran empresariado, los dueños de las privatizaciones de todo tipo, los protagonistas de arreglos y contraarreglos mayores, los tenedores de divisas que entran y salen de los ministerios, el capitalismo salvaje de aquí y acullá, los inversores sin riesgo, los fugadores de capital, los consorcistas de los grandes negocios. Estos últimos pagan las cámaras ocultas para que puedan realizarse los programas.

* Novelista, profesor universitario.

Por Alfredo Leuco*. 
Me saco el sombrero

�¿En este momento, hay libertad de prensa?�. Invariablemente, más temprano que tarde, esta pregunta aparece en cualquier mesa redonda o conferencia de las que suelo participar. La dispara algún incisivo estudiante de periodismo o un ciudadano de a pie que mira la vida desde la sospecha popular prolongada. Yo miro mi reloj subrayando el gesto y respondo seriamente: �A esta hora, sí�. 
El chiste malo me ayuda a explicar que la libertad de prensa fue, es y será una lucha eterna entre el poder que todo lo quiere en-cubrir y el periodismo que todo lo quiere des-cubrir. El resultado de esa tensión permanente es la calidad de libertad de prensa que tiene un país. De un lado el poder político y económico en todas sus variantes, tamaños y raíces partidarias oculta lo máximo que puede y apela a todas sus armas disponibles: documentos clasificados, fondos reservados, secretos de Estado, comunicaciones encriptadas, leyes mordaza, desacatos, amenazas de cancelación de publicidad, bicicleteo del pago, inspecciones de todo tipo, ninguneo de las fuentes y miles de recursos más además de los de acción directa como la apretada telefónica, la paliza en patota y hasta el asesinato liso y llano. 
Del otro lado la prensa que en todas sus vertientes, soportes tecnológicos y matices tiene su razón de ser, el motivo de su existencia en revelar, develar, mostrar, evidenciar, desnudar, aclarar, informar apelando a todas sus armas disponibles y parado en una actitud siempre crítica para no caer en la propaganda o en la operación política. 
Como siempre el único límite es la ley: el Código Penal. Mientras los periodistas no cometan delitos en su tozuda y minuciosa investigación siempre habrá que celebrar, actitudes y colegas como los de �Telenoche Investiga, el programa�. Utilizar una cámara oculta no es delito. Cobrar coimas para mirar para otro lado cuando los albañiles se mueren como moscas, sí. Disfrazarse para destrabar una fuente informativa no es delito. Comprar seres humanos por 300 pesos y someternos a la esclavitud y la prostitución, sí. Y pagarle ricas coimas a los intendentes o funcionarios de la zona, también. 
La cámara oculta, el disfraz, fotocopiar un documento que un empleado de la DGI enojado nos pasó bajo cuerda, recurrir al peor enemigo de determinada persona para que nos oriente por los caminos más oscuros de esa persona son recursos periodísticos. Instrumentos límites que se pueden y se deben usar sin abusar. En lo posible deben ser el último recurso. Pero no hay que dudar en utilizarlos si sirven para cerrar y confirmar una información de gran interés público y que por lo general también involucra a funcionarios públicos. 
Los repugnantes compañeros de Gerardo Martínez no eran sindicalistas. Estaban disfrazados de tal hasta que los deschavó la cámara oculta. Hacían que eran gremialistas que defendían a sus compañeros de la voracidad patronal y en realidad eran todo lo contrario. Cobraban por su muerte. Eran sus enterradores. Sólo actuaban de sindicalistas honestos.
Los repugnantes vividores de mujeres humildes no eran empresarios decentes que tenían un café concert o una posada. Estaban disfrazados de tal hasta que los deschavó el excelente trabajo de un equipo de periodistas y el coraje de Miriam Lewin. Unos disfrazan y ocultan sus delitos. Otros disfrazan y ocultan sus virtudes. 
Ningún argentino informado ignoraba que entre los jerarcas sindicales de la Uocra corría la coima o que entre la noche más noche corría la prostitución mas humillante. Sin embargo ni los gobiernos nacionales o provinciales, ni los policías federales o provinciales, ni los jueces, ni los gendarmes pudieron des-cubrir estos dos temas brutales de la Argentina que nos indigna. 
Me saco el sombrero ante el periodismo de investigación que es la contracara del periodismo basura que tanto ensucia a todo nuestro gremio.Me pongo de pie orgulloso cuando veo que el periodismo todavía tiene en claro que su tarea es ser fiscal del poder y abogado del hombre común. 

* Periodista.

 

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