Por Hilda Cabrera
Este es un año de aniversarios para la actriz y directora Alejandra Boero, cuyo debut en las tablas aconteció en 1941, luego de un aprendizaje artístico integral en danza, literatura, música e idiomas. En 2000 se cumplen cincuenta años de la fundación del legendario Nuevo Teatro (junto a Pedro Asquini, otro apasionado creador de salas, que ahora proyecta montar una pieza sobre el hambre); también los diez años de Andamio 90, liderado por Boero, y los cincuenta de su amistad con María Rosa Gallo. De ahí que, a modo de festejo, estrenará junto a ella El cerco de Leningrado, del valenciano José Sanchís Sinisterra, dirigidas por Agustín Alezzo. �Estamos trabajando despacito, porque las dos tuvimos algunos bajones de salud�, confía Boero en diálogo con Página/12.
Lo asombroso en esta artista de tenaces 80 años es siempre la contundencia de sus planteos. �Vamos a tener que volver al Congreso�, dice, pensando en una ley que reglamente la materia teatro en las escuelas para que haya mayor conciencia de su valor social. Refiriéndose a Nuevo Teatro, destaca el trabajo en cooperativa, modalidad aún hoy cultivada, sólo que entonces, cuando les iba bien, el dinero quedaba en casa: �No se repartía. Todos votaban por seguir con las obras�, cuenta. �Por eso pudimos construir salas como Planeta y comprar otra en la avenida Corrientes (donde hoy está el cine teatro Lorange). El país tiene una deuda con los independientes, y no sólo con Nuevo Teatro, porque gracias a esas renuncias y a las fundaciones impedimos la muerte del teatro.�
�¿Y cómo es hoy?
�Ahora sucede algo parecido. Son muchos los que levantan teatros: Cacho Bidonde, Emilia Mazer, Lorenzo Quinteros, Roberto Castro, Cristina Banegas... Algunos trabajan en televisión porque con eso comen y además les permite juntar unos pesitos y abrir salas para dar vida a sus sueños.
�¿No se perdió empuje?
�Pasamos por épocas muy sórdidas, sin embargo muchos seguimos conservando ideales. Quienes nos dedicamos al teatro siempre estamos pensando en ir más allá del entretenimiento. Nos gusta razonar con el público. Sarmiento decía que el teatro es importante, no sólo por los espectáculos que presenta, sino también por los valores que concurren a formarlo. Sé que hoy no es lo mismo que en la época de Nuevo Teatro. Hace cincuenta años creíamos que íbamos a apresurar los cambios. En este momento estamos un poco desanimados, pero igual asumimos riesgos.
�¿Cómo se sostiene una sala?
�Ese es el gran problema. Construir un teatro es hoy relativamente más fácil que sostenerlo. Andamio 90 (que ahora tiene un espacio en Radio Cultura, FM 97.9, los sábados de 16 a 17) nos exigió muchos sacrificios. Todavía estamos saldando deudas. Nos ayudamos con las clases, que se dictan a través de talleres libres o en el programa de la Escuela. Al cabo de cuatro años los alumnos obtienen un título habilitante, revalidado por el Ministerio de Educación. Cuando digo que peleamos por la inclusión de la materia en las escuelas es porque creo que es de una gran ayuda en la enseñanza de otras materias. Esto lo comprobamos en Andamio: preparamos una dramatización de las Invasiones Inglesas y los chicos se entusiasmaron tanto investigando en la historia que terminaron asombrando a todos. Esto es muy importante, sobre todo en el interior, en el Chaco por ejemplo, donde algunos grupos trabajan sobre la historia y los mitos propios.
�¿Cómo es la relación del Estado con los independientes?
�No nos tienen en cuenta, como siempre, por eso sorprende la facilidad con la que funcionarios y políticos se llenan la boca sobre nuestro buen nivel cuando algún grupo sale del país y vuelve con premios. A veces se les escapa lo que realmente piensan, como cuando llaman viajes de turismo a los pasajes que antes daba Cancillería a algunos grupos invitados a festivales internacionales importantísimos, como Berlín y Avignon.
�¿Cuál era la extracción social de los integrantes de Nuevo Teatro?
�El teatro independiente �y no me refiero sólo a Nuevo Teatro� daba por sí solo elementos para poder crecer. En Nuevo Teatro había gente como Carlos Gandolfo, que traía su cultura personal, y otros como Héctor Alterio, que era un obrero. Muchos de los artistas que hoy ocupan un lugar importante en la cultura salieron de los teatros independientes. Enrique Pinti estuvo con nosotros desde los 17 años. Agustín Alezzo, Francisco Javier, Augusto Fernandes... En Andamio 90 tratamos de que sea así: una verdadera democracia. Claro que algunos tienen más talento, dedicación y claridad de ideas. Ponerse a estudiar una obra y ahondar en sus motivaciones es una actitud de crecimiento en los estudiantes. En Andamio aprovechamos también la visita de artistas extranjeros o de argentinos que trabajan en el exterior. Tuvimos en la escuela a una actriz del equipo de Ariane Mnouchkine y a algunos integrantes de la Comedia Dramática de Calabria. Esto permite una mayor apertura mental en los alumnos. Pueden comprobar, por ejemplo, que los otros tienen problemas parecidos y que la diferencia está en la manera de enfrentarlos. Protestan más, se hacen oír.
�¿Cuál sería el origen de esa diferencia?
�Ellos tienen detrás una historia que, a diferencia de nosotros, saben cuidar. Además están convencidos de su derecho a expresarse y ocupar un espacio. Les puede ir bien o mal, eso es otro tema. Nosotros, en cambio, recién estamos aprendiendo a hacernos oír, y de la peor manera, porque nuestros antecedentes de movilización son muy cuestionables.
�¿Los del teatro?
�Me refiero a las movilizaciones políticas, a las del peronismo, a los apoyos a la dictadura y a las protestas de los sindicatos. Tenemos una historia de movilizaciones que en vez de aclarar alguna situación la vuelve confusa. Por eso creo que lo único que nos puede ayudar a salir de esa confusión es la movilización cultural basada en el pensamiento crítico. Y, dentro de ésta, creo que el teatro es el medio más directo y rápido para hacer trabajar la inteligencia, por ser ante todo una actividad comunitaria. Esto es importante en un país como la Argentina, enfrentado por antinomias de todo tipo. Somos siempre la mitad contra la otra mitad. En cambio, en el teatro todos tiran para el mismo lado.
�No siempre es así...
�Se sabe que hay gente convencida de que teatro es sólo lo que ella hace, pero cuando hablo de teatro me refiero a su estado puro. En ese sentido es sencillamente un conjunto de personas que se unen para producir un hecho artístico. Si no hay unidad de pensamiento y acción no hay obra, y por lo tanto nada para comunicar al público ni nada que recibir de éste. Ese es el prodigio del teatro. Si trasladamos esta mecánica a nivel del país, nos damos cuenta de que este intercambio nos beneficiaría a todos, incluidos los sectores populares, que tienen una cultura subyacente, como la música cuartetera o el fenómeno de las bailantas, que más allá de su explotación comercial es expresión musical de las clases más sumergidas. Que las clases dirigentes �descubran� este fenómeno, como dicen algunos, y lo utilicen en provecho propio es otra cosa.
�¿Qué lugares ocupó Nuevo Teatro y por qué se disolvió?
�Primero estuvimos en Maipú 28, donde habíamos trabajado con el grupo La Máscara (uno de los maestros de Boero fue Ricardo Passano, padre, y directores italianos como Adolfo Celli y Fulvio Tulluy). Después pasamos a Corrientes y Junín. Tuvimos algunos éxitos. El primero fue El alquimista (en 1950), después Medea de Anouilh, Heredarás el viento... De ahí pasamos a una galería de Suipacha al 900, donde construimos la sala Planeta y estrenamos Raíces, de Arnold Wesker. Luego nos mudamos a la avenida Corrientes, donde había funcionado el viejo Teatro Apolo (se lo llamó Nuevo Apolo, hoy Lorange), y seguimos con Wesker, pero todo se acabó en el �70 (Pedro Asquini ya se había separado del grupo en 1966, quedando Boero a cargo de la dirección). Ahí hubiéramos tenido que cambiar de mentalidad: ninguno de nosotros tenía idea de cómo manejarse comercialmente. En los 70, ya sin Nuevo Teatro, todos sufrimos a los militares. Pude trabajar en el San Martín, aunque estaba en una lista negra.
�¿Por algo puntual?
�No. Nunca estuve afiliada a ningún partido. Uno tiene ideas, las dice y no se las guarda, pero no tuve militancia. Claro que bajo las dictaduras los que pensamos distinto somos todos enemigos. En esa época podíamos manifestarnos artísticamente. Hicimos La casa de Bernarda Alba con el criterio con el que la escribió García Lorca. Sé que soy una sobreviviente del teatro. Empecé en 1941, en la época del fraude, de los alzamientos militares. El país no nos ahorró sustos, pero yo no dejé de trabajar un solo día y como pude. En aquellos años hice obras como Esperando al Zurdo, de Clifford Odets, en el Sindicato de la Alimentación, también en el de los bancarios, y en época de protestas. (La obra, referida a una huelga de taxis neoyorkinos, está construida según los principios del Teatro de Agitación.) Recuerdo que entonces entró la policía y clausuró la sala. Momentos así siempre hubo. Lo importante es ser coherente con uno mismo.
�Un propósito difícil de cumplir...
�No es tan difícil cuando uno se dedica al arte. Siempre se puede encontrar algún camino. En cambio, si lo que a uno le importa es hacer política, entonces sí. Para nuestra desgracia, los políticos sólo cuidan sus intereses o lo que les piden que cuiden, y en esa tarea no les importa perder la libertad para decidir ni traicionar a la propia conciencia.
opinion
Por Eduardo Pavlovsky |
La dignidad sin narcisismo
Apenas recibido de médico, fui al Nuevo Teatro de Asquini y Boero para aprender el oficio de actor. Recuerdo la extrañeza de Pedro cuando le dije que era psicoanalista... y que en realidad el teatro que más me interesaba eran las expresiones de vanguardia de Samuel Beckett.
Muchas de las enseñanzas de Asquini siguen teniendo enorme vigencia en mis actuaciones. Sobre todo lo que aprendí en relación con el cuerpo y su nivel expresivo en el espacio. También Conrado Ramonet hizo lo suyo y algunos contactos que tuve con Alejandra fueron fundamentales para mi entrenamiento.
Nuestro grupo Yenesi, fundado por Julio Tahier y yo, concurría a formarse como actores tres veces por semana al nuevo teatro. Ensayábamos las obras de vanguardia en las clases (Beckett-Pinter-Ionesco-Adamov-Gambaro y alguna obra mía), luego les alquilábamos los lunes la sala para nuestros espectáculos.
Pero lo más importante que me dejó el contacto con las enseñanzas del nuevo teatro fue el espíritu grupal del trabajo �la mística y un perseverante ánimo de utopía�, de ética y de dignidad desprovista de todo narcicismo. Un grupo humano que luchaba resistentemente por mantener sus ideales. Eso se emanaba. Hoy cuando estoy en el escenario tengo todavía ese sabor a mística, utopía, resistencia y ética que aprendí de ellos y que después terminé de saborear en el Payró con Felisa y Jaime Kogan.
Soy también hoy lo que me enseñaron con su ejemplo esos grandes maestros de teatro argentino. Quiero expresarles mi profundo agradecimiento por esa gran lección de vida y de coherencia. |
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