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Los Piojos y la gente siguen ganando y gustando

En el primero de sus seis recitales en Obras, la banda de El Palomar ofreció un contundente espectáculo de rock argentino, renovando su romance con un público fiel que también se luce. 

Andrés Ciro, al frente de un ritual de celebración colectiva.


Por Esteban Pintos

t.gif (862 bytes) Es noche profunda de viernes hiperhúmedo en Buenos Aires y Andrés Ciro les habla a 5000 personas que sobreviven a los 40 y tantos grados de temperatura que abochornan (¿hasta cuando así, en Obras?), sólo por verlo a él y a los demás Piojos, a propósito de nada: o sea, no hay aquí disco para �presentar�, ni �despedida� hacia alguna gira por Latinoamérica ni nada de eso. Esto es... por juntarse. �Si no hubiera sido por los Globbetrotters, seguíamos no sé cuántos fines de semana más...�, dispara el cantante y la ovación se vuelve un rumor continuo de un minuto. Músicos y público celebran estar juntos, ser tantos. Con ese ambiente festivo, Los Piojos (y la gente) iniciaron su impresionante �para estos tiempos de crisis, aún más� serie de shows en el escenario porteño más importante del rock argentino, a pleno este y el próximo fin de semana con unas 35.000 personas en total. Todo un fenómeno. 
La misma alegría de colectividad sucederá un rato después, ya sobre el final del recital, cuando Ciro y el bajista Miki Rodríguez hacen de locutores de carnaval mencionando una tras otra todas las banderas que se agitan y sirven como símbolo de pertenencia e identidad barrial. A todos les agradecen. Todos les agradecen a ellos. Se conocen bien. Sucedió el viernes, por ejemplo: a los aplausos que acompañaron el estreno de una canción (�María y José�) que formará parte del nuevo disco �pronto a grabarse�, se sucedió una pausa. Tímido primero y no tan tímido después, los pibes arrancaron con el �Olé, olé...� y lo que sigue (Diego, Diego). No sabían (¿o sí?) que el orden preestablecido indicaba que sí, que ahí venía la canción de Maradona. El recitado inicial y la pausa que antecede a la explosión de la canción prepararon el clima para el estallido de la multitud en pogo (como si fuera en trance). Todo aquello, con la banda lanzada en velocidad mientras se sucedían alucinantes imágenes de proezas futbolísticas del héroe homenajeado, creaba un efecto único. Entre el humo, el sonido atronador y las manos en alto, se lo veía a Maradona en dos pantallas, en una sucesión anfetamínica de tacos, caños, tiros libres, gambetas, sombreros, rabonas y demás. La novedad visual no fue, por otra parte, propiedad de esta canción. A lo largo del show se sucedieron: las ilustraciones animadas del piojo emblemático y sus diversas mutaciones (otro símbolo de pertenencia), la proyección de una película animada cubana antiimperialista (junto con el �Reggae rojo y negro�, con dedicatoria incluida), imágenes del futbolista José �Turu� Flores (en �Anda ganas�) y también de un fragmento del cortometraje con el que Enrique Santos Discépolo y Carlos Gardel presentan �Yira Yira�, este último como introducción a la versión punk-rock-stone-barrial del tango. Pero además de eso y de toda la liturgia propia de un show de rock and roll argentino, nacional y popular �tal como debe entenderse aquí y ahora, año 2000, hasta con una mención a Rodrigo�, sucedió una contundente demostración de música rock ejecutada por una banda en plena expansión sonora, proceso que no parece haberse detenido luego de la sentida separación del baterista histórico, Daniel Buira. Lo de expansión anticipa, frente a un nuevo disco por venir, que todo lo que vendrá será (aún) mejor. 

 

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