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razones para aprovechar un festejo
Escuchar a Satchmo

El centenario de Louis Armstrong, aunque con fechas truchas, es una oportunidad de redescubrir su rol fundador en el jazz y al hombre duro que se escondía detrás de la máscara sonriente del showman inofensivo.

�Nadie había escuchado algo así en ningún lugar, y nadie lo volvió a escuchar�, fue la definición de Duke Ellington.


Por Sergio Kiernan

t.gif (862 bytes) Como tantas cosas en la vida de Louis Armstrong, su centenario no es lo que parece. La fecha del 4 de julio de 1900 que él siempre dio como su nacimiento fue un invento, mitad publicitario y mitad patriótico, para apropiarse de la fecha nacional estadounidense y el comienzo del siglo. Ya se sabe que nació oficialmente el 4 de agosto de 1901, o sea 396 días después de lo que el mito marca. Los que organizaron el festejo salomónicamente le dieron el gusto tanto al homenajeado como a la historia. El centenario comenzó esta semana y durará 13 meses, hasta el cuarto día de agosto del 2001, y probablemente creará una gran saturación de homenajes, reestrenos y reediciones. Para los que no lo conocen, y más para los que creen conocerlo, es la gran oportunidad de descubrir un músico definitorio del siglo. El centenario, entonces, puede servir:
Para entender a los que dicen que Louis Armstrong creó el jazz. Históricamente, no fue el primero aunque estuvo entre los primeros. La diferencia de edad con los fundadores era la suficiente como para que tuviera maestros, como King Oliver. Artísticamente, fue el primerísimo: hasta Armstrong, el jazz es un artefacto arqueológico, un antecedente de su obra, un cimiento para que él se elevara. Sus contemporáneos, como Bix Beiderbecke, casi sirven más como metro para compararlo que como iguales o rivales. Los que eran más famosos que el joven Louis y lo contrataban, como Fletcher Henderson, suenan hoy totalmente datados: sus grabaciones brillan sólo cuando el trompetista hace lo suyo. Armstrong marca la salida del jazz de la cultura negra al gran arte, del folklore de un grupo al lenguaje universal. 
Para volver a escuchar su fundación del jazz. Por ejemplo, en los CDs que reúnen sus grabaciones de los Hot Five y Hot Seven, el grupo que armaba y desarmaba para las sesiones grabadas entre noviembre de 1925 y marzo de 1929. Liberado de todo formato de banda u orquesta bailable, Armstrong canta, experimenta, se divierte. En estos viejos discos aparece su voz �de asfalto�, a un universo de distancia de los engolados cantantes de la época; también despunta su gusto por los cuentos y los diálogos como prefacio o contrapunto a la música. El nivel de experimentación es notable �se usan flautas de cristal, kazoos y toda clase de percusión� y Armstrong arma su técnica de notas abundantes, altas y largas, mezclado con escamoteos: faltan notas o aparecen en el lugar inesperado, como fuera de octava. Nada es como se espera, y el oyente tiene que poner lo que falta. A los 24 años de edad, Armstrong hace sonar al jazz como si siempre hubiera existido, como si fuera lo más fácil y natural del mundo.
Para ver cómo fue un talento que se forjó solo, sin educación, partiendo de la villa más miserable de Nueva Orleans hasta una sutileza artística de inmensa influencia y fama. Pobrísimo, apenas alfabetizado, el pequeño Louis se ganó la vida como vendedor de carbón, lustrabotas y obrerito en el violento barrio negro, hogar de putas, fiolos y ladrones. El año que pasó en un reformatorio local �arrestado por tirar al aire en una fiesta� fue su remanso de tranquilidad, �la única época en que pude dejar de trabajar y aprender a tocar la corneta�. Además de cumplir su más grande logro, �evitar que me maten en alguna pelea o terminar yo también de cafisho, la mejor profesión disponible�, Armstrong se creó como artista, arreglador, cantante, actor y hasta escritor: su autobiografía es uno de los mejores libros sobre el jazz y su nacimiento.
Para entender por qué un gran creador siempre se definió como un showman y repudió la etiqueta de artista. Detrás del �Tío Tom con trompeta� de las películas de Hollywood, de la eterna sonrisa del humorista negro �a la antigua�, del personaje sumiso repudiado por el Black Power, hay un hombre tremendamente complejo. Amigo de Ralph Ellison, el escritor negro que le dio voz a su raza con �El hombre invisible� �un texto sobre el racismo, no una novela de ciencia ficción�, Armstrong le creó el peor papelón posible al gobierno de Estados Unidos, nada menos que en 1952, cuando el movimiento de los derechos civiles apenas despuntaba y el Klan corría suelto. Satchmo vio en televisión las imágenes de la Guardia Nacional de Arkansas impidiendo a chicos negros entrar en una escuela en Little Rock, justo antes de salir en una gira como �embajador musical� de su gobierno, una de las armas culturales de la Guerra Fría. Armstrong hizo algo que nadie en el show business hacía: dijo en un reportaje que el presidente Eisenhower era �un cobarde� y que los negros �no tienen una patria�. Suspendió la gira y agregó que �prefiero tocar en la URSS y no en Arkansas�. Nadie lo podía creer y Armstrong tuvo que aguantarse un boicot e infinitos repudios en la prensa. Finalmente, cuando Eisenhower mandó la 101 División Aerotransportada a disgregar por la fuerza las escuelas de Arkansas, Satchmo le mandó un telegrama diciendo: �Si decide entrar a las escuelas con los chicos negros, voy con usted, Papi. Dios lo bendiga�. El FBI le abrió un legajo como sospechoso subversivo. Armstrong no volvió a su sur natal por casi veinte años.
Para enterarse, si es que el panegírico lo permite, que Armstrong fue un rastafari antes de su época: vivió fumado casi 50 años, iniciando en la marihuana a generaciones enteras de músicos. Su otra pasión era �química�: los purgantes.

 

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