Hogarres
nuevos
Por Sandra
Russo
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Si esta época
tiene alguna característica que la particularice, es precisamente
la proliferación de características opuestas. No hay tendencias,
sino pares de ellas, y todas son radicales, extremas, neuróticas.
Cualquier relleno trae aparejada la falla por la que el relleno desaparecerá,
provocando cierta clase de vacío que derivará en diversas
formas de protesta (o de esperanza, si hablamos de las dicotomías
que nos nublan). Protestas (o esperanzas) individuales, porque cada vez
más nos autopercibimos como Robinsons Crusoe, y los hay por millones.
Cada vez más creemos que aquello que nos pasa a todos nos está
pasando exclusivamente a cada uno de nosotros.
Entre los miles de pares de tendencias opuestas existentes, una, por ejemplo,
se ubica en las corrientes
migratorias que convierten a las nuevas ciudades en desiertos poblados
por millones de personas que arriban a ellas en forma de protesta por
el desamparo de sus lugares de origen, y en forma de esperanza: los ilusiona
conseguir un empleo, por ejemplo. Pero al mismo tiempo, la burguesía
abandona las ciudades y las cambia por countries, en forma de protesta
por la baja calidad de vida que ofrecen las grandes urbes, y en forma
de esperanza: la ilusiona volver a conectarse con macetas y palas y atardeceres
y grillos y bicicletas.
Los que van, los que vuelven, los que llegan, los que se van. Ir y volver
son dos verbos que concentran buena parte del sentido de las nuevas tendencias
contradictorias. En su libro El eros electrónico (Taurus), el sociólogo
español Román Gubern analiza soberbiamente los fenómenos
emocionales, afectivos y cotidianos que surgen de las nuevas tecnologías
mediáticas. En uno de los capítulos en los que Gubern se
concentra en el ámbito en el que esos fenómenos ocurren,
habla de la hogarótica, es decir, de los hogares de
hoy, distintos a los de ayer, en los que se entroniza una de las tendencias
más fuertes de los últimos tiempos: la claustrofilia, es
decir, el apego al claustro en el que el individuo autosuficiente de hoy
tiene todo lo que cree que necesita, desde calefacción o aire acondicionado
a Internet, desde freezer y microondas a televisión. La claustrofilia
se opone a la agorafilia, la tendencia a hallar en el afuera los estímulos
tribales que hoy los individuos obtienen apenas en los recitales, los
partidos de fútbol o las plazas públicas.
La semana pasada, en Buenos Aires, Philips presentó su nueva línea
de productos, una de cuyas estrellas son los televisores planos, que podrían
colgarse de una pared como cuadros. En su libro, Gubern desliza que aun
está por estudiarse el impacto de los televisores en los salones
burgueses, cuyas paredes han ido lentamente perdiendo sus cuadros como
señal de distinción y objetos mirables, para abandonarse
al goce del Home Cinema: hace unos años, los televisores se encondían.
Hoy las últimas tendencias en decoración sugieren dejarlos
a la vista, subrayar su status de altar pagano y dejar que la ubicación
de los sillones del living evidencien que la familia ya no se reúne
frente a la chimenea, sino frente a la pantalla.
Otro sociólogo, Tomás Maldonado, halló en la tendencia
de opuestos selva-fortín otro de las principales rasgos
de la época. La selva es el territorio de los otros, generalmente
desintegrados al sistema. El fortín es el hogar bien provisto de
barreras. Dos miedos dominan a los habitantes del fortín: el miedo
a la intrusión humana, en forma de ladrones o usurpadores, y el
miedo a la pérdida de la privacidad, en forma de micrófonos
o teleobjetivos. Una casa protegida, completamente opaca a los ojos de
los otros, situada en el extremo opuesto de esa otra casa que se montó
en Chile y ahora causa furor en España: la casa transparente, en
la que su única habitante se deja ver comiendo, durmiendo, bañándose,
haciendo sus necesidades o el amor, una casa catártica, obscena.
Mientras tienen lugar estas tendencias opuestas, un estudio del Instituto
Nacional de Estadísticas francés reveló que en los
últimos años las conversaciones directas entre las personas
y los comerciantes de sus barrios disminuyeron un 26 por ciento, las charlas
con amigos, un 17 por ciento, con los colegas del trabajo, un 12 por ciento,
y con los miembros de la propia familia, un 7 por ciento. Lo que no disminuyó,
sino aumentó, es el uso del teléfono. A la casa-fortín
el mundo entra por el enchufe.
REP
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