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El barrio

José C. Paz es el municipio más pobre del conurbano y tiene una peculiar tradición política que incluye balazos entre concejales. Los empleados contratados tuvieron que �donar� sus aguinaldos.

Por Laura Vales
t.gif (862 bytes)  José C. Paz es el municipio pobre del conurbano. Pobre en presupuesto, de apenas 28 millones de dólares. Más pobre en recaudación, que nunca superó los cuatro millones. Pobre en el nivel de vida de sus habitantes, el 60 por ciento con Necesidades Básicas Insatisfechas. Pero ricos en buena voluntad, habrá pensado el intendente Mario Ishii (PJ). Porque la semana pasada todos sus “empleados políticos” recibieron la misma invitación a donar el aguinaldo “como una muestra del apoyo incondicional” a su gestión. “Mejor donar el aguinaldo que perder el trabajo”, escucharon los que atinaron a patalear.
El argumento tiene su lógica impecable. Y puede rendir buenos frutos, porque en José C. Paz hay más de 700 personas con contratos temporarios de trabajo. A todos se los considera administrativamente como personal “político”: entran en esa categoría buena parte de los encargados de tránsito, las asistentes sociales, los administrativos y hasta algunos médicos. En realidad, de acuerdo con los datos del Sindicato de Empleados Municipales, de los 1250 sueldos que emite la intendencia sólo 380 son personal de planta o permanente. Y como el resto es considerado “político”, además de ser invitado a donar su aguinaldo, viene sufriendo desde el primer día un descuento del cinco por ciento, como aporte al PJ. El descuento se hizo sin consultar a nadie y aparece en los recibos bajo el código 550. A quien no le guste se le ofrece la alternativa de enviar una carta de reclamo, método que, como es comprensible, casi nadie se atreve a utilizar por temor a que no le renueven su contrato.
En José C. Paz pocos se sorprenden por estas cosas, porque han visto otras mucho peores. El intendente anterior, Rubén “Hueso” Glaría, terminó su mandato el año pasado cercado por una decena de denuncias penales por sobreprecios y boletas truchas. En los agitados años de su gestión, a la intendencia le cortaron la luz por falta de pago, pero el gabinete contrató a una asesora psicológica para cada sesión semanal. Al mismo tiempo, en el Concejo Deliberante se desató una feroz pelea entre dos bandos que empezó con inocentes baldazos de agua de oficialistas contra rebeldes, siguió con el copamiento del edificio, continuó a los ladrillazos y terminó elevando las estadísticas hospitalarias de atención a ediles baleados o contusos en medio de verdaderas batallas campales. El cuerpo pasó un año sin sesionar mientras dos concejales se arrogaban su presidencia. Uno de ellos era Ishii, el actual jefe comunal y sucesor de Glaría.
Como su nombre lo sugiere, Ishii es descendiente de japoneses. De cuerpo voluminoso y estilo frontal, entró a la arena política en 1995 como primer concejal de la lista del Hueso Glaría, pero se enfrentó con él en un dos por tres. Cuando asumió como edil del PJ, todavía era afiliado radical. El intendente, hay que decirlo, tiene una tendencia a exagerar. En medio de la última inundación, juró a los medios que había “más de cincuenta mil personas damnificadas y entre cinco y seis mil evacuados”. La afirmación conmovió a los conocedores de la región, porque en los peores temporales de que se tenga memoria, en todo el partido de General Sarmiento hubo 10 mil evacuados. Y José C. Paz, que según Ishii ya tenía “cinco o seis mil”, es apenas su tercera parte.
En realidad, como comprobó después el diario La Hoja –único medio independiente de la zona– fueron menos de mil las personas que debieron abandonar su casa corridas por el agua. Pero el recurso de abultar la cifra le facilitó las cosas al intendente para recibir ayuda desde la gobernación bonaerense. En José C. Paz, algunos se toman a risa estas salidas de Ishii. Entre ellos no está el concejal Carmelo Bisceglia, flamante representante del partido Pueblo en Comunión, a quienes, en otro rapto de picardía, los hombres del jefe comunal le “robaron” sus inundados. Bisceglia todavía se molesta cuando lo recuerda. “Habíamos armado un centro de evacuados y todos estaban terminando de comer cuando llegaron colectivos con orden de llevarse a la gente. Vaya a saber qué les ofrecieron, pero lograron hacerlos subir”. Bisceglia y otros fueron a curiosear el motivo de tanto interés por asistir a los inundados. Los encontraron a todos en El Porvenir, como parte de la escenografía humana en la que, en primer plano, el intendente posaba para las cámaras.
A Bisceglia y su par les dicen los monaguillos, porque llegaron al Concejo de la mano de un cura que estuvo a punto de competir contra Ishii por la intendencia, pero el obispado no lo dejó. Sus seguidores llegaron a juntar 42 mil firmas por la candidatura del padre Gustavo Manrique, pero finalmente se tuvieron que contentar con meter dos laicos en el Concejo. Además de los monaguillos, hay dos concejales del partido de Luis Abelardo Patti –bautizados previsiblemente como los patitos–, cinco de la Alianza y diez del PJ. En estos días, el Concejo estrenó edificio nuevo y los representantes del pueblo levantaron sus despachos con plata de su bolsillo. Pero, por lo que se ve, no perdieron las malas costumbres.
En la reciente sesión inaugural el bloque del PJ primerió a los opositores y sancionó de prepo una ordenanza por la que otorgó al Centro de Panaderos el poder de habilitar máquinas tragamonedas en el distrito. Los concejales de la Alianza, de Patti y de Pueblo en Comunión se enteraron de que el proyecto existía recién al leer la orden del día, y que había sido aprobado por el PJ en comisión y a escondidas. El principal motor de la iniciativa fue el edil Miguel Zalate (PJ), hasta hace muy poco presidente del Centro de Panaderos local y por añadidura primo de Ishii. Al margen de las monumentales ganancias que promete el negocio en cuestión, nadie logra explicar todavía qué tiene que ver el arte de hacer panes y facturas con el manejo del juego.
En el centro de José C. Paz, por lo pronto, no se ven demasiados locales con maquinitas. Los pocos supermercados grandes del distrito tienen custodia permanente desde los saqueos del ‘89. El centro consiste en unas diez cuadras sobre la ruta 197 –justo en el cruce con las vías del ferrocarril– en las que el tráfico está eternamente embotellado y hay una profusión de ciclistas. Se ven pocos estacionamientos para autos, pero en cada esquina hay uno para bicicletas. Las mayor parte de las calles laterales son de tierra, sobre las que se levantan casas de clase media con veredas de césped en las que toman sol viejos Citroën destartalados, Fititos y Dodge 1500.
Sobre la estación de trenes hay pancartas que alientan con patriotismo al jefe comunal: “Siga así, Mario Ishii, en el Día de la Bandera”. A un costado, un cartel de metal de enormes dimensiones recuerda a los viajantes: “Gobierno de Mario Ishii. Salud para las mascotas. Nuevo hospital veterinario. Hechos, no palabras”. El jefe comunal les ha dicho a los suyos que el dinero de los aguinaldos “donados” se destinará a la construcción de un hospital odontológico, que está en dificultades de ser terminado por la exigua recaudación del municipio. Con el fin de mejorar esas cuentas, también se adentró en otros caminos y subió un 70 por ciento los impuestos municipales.
Carlos Segovia y familia avanzan por la 197 tirando de su carro de tracción a sangre. Es un carro sorprendentemente prolijo: en su centro, los Segovia sólo apilan los cartones que juntan por la calle. De los costados del carro cuelgan en simetría bolsas de arpilleras: una para las latas, otra para el nylon, la tercera para las botellas. El hombre dice que tuvo recientemente una de las mejores noticias de los últimos tiempos y recibió a la vez un golpe devastador. Lo bueno es que el precio del kilo de cartón trepó a ocho centavos. “Y hasta el mes pasado”, aclara, “valía sólo dos”. Lo trágico es que se le enfermó el caballo, que encima es prestado. Un caballo nuevo, calcula, debe valer 300 pesos. Y ellos en un buen día de trabajo ganan diez. Con eso come toda la familia: él, su mujer y ocho hijos. Su esposa Patricia detalla la estrategia: “Un kilo de carnepicada me cuesta un peso, y con un poco de cebolla y unas papas se hace un buen guiso para el mediodía y la cena”. Cuando llueve, todos se suben al tren y viajan hasta la Capital para juntar latas: un día sin trabajar es un día sin comer.
Los Segovia se van empujando su carro y sobre la 197 ahora sólo queda un extenso tapial en el que alguien acaba de pintar: “Vote a Glaría. Concejal 2001”. El Hueso dejó la intendencia hace menos de diez meses, y hasta ahora la mayor consecuencia de las causas judiciales abiertas en su contra es un dictamen por el que en febrero el Tribunal de Cuentas bonaerense le impuso una multa de medio millón de dólares. Tal vez por eso, Glaría no pierde las esperanzas de volver al redil. Y lo cierto es que sobre estas cosas, en José C. Paz nunca se sabe.

 

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