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JORDI BORJA, CONSULTOR DEL PLAN URBANO AMBIENTAL
�La política urbana no puede ir detrás del mercado�

Catalán, geógrafo, urbanista, viejo militante, fue uno de los responsables de la descentralización de Barcelona y asesora a gobiernos ciudadanos de París a Nueva York, pasando por San Pablo, Río de Janeiro, México y Santiago de Chile. En Argentina, asesora a la ciudad de Rosario y a las comisiones que preparan el Plan Urbano Ambiental y la descentralización de Buenos Aires.

Por Lila Pastoriza
t.gif (862 bytes)  –¿Cómo evalúa la marcha del Plan Urbano Ambiental?
–Creo que los lectores de Página/12 se merecen que uno diga lo que piensa sin cortapisas y así lo haré. Pienso que hay dos Buenos Aires, una que responde al gobierno de la ciudad y está entre los frentes de agua y la avenida General Paz, una Buenos Aires que con todos sus problemas -bolsas de pobreza, disfunciones de gestión, el desafío que representa el sur– es una gran ciudad, relativamente privilegiada por su calidad urbana, sus posibilidades, los recursos de que dispone, la infraestructura, la cultura, la calidad de recursos humanos. Y hay una segunda Buenos Aires donde no he tenido posibilidad de intervenir: es la provincia, el conurbano y allí se requieren actuaciones de urgencia muy estructurales. Me parece lamentable que no haya una política de conjunto entre ambas Buenos Aires, que no se cree un organismo concertado entre sus gobiernos y el nacional para actuar más conjuntamente. Ni tiene sentido que exista un plan urbano en la ciudad que no tenga incidencia en la provincia. Estamos ante una aglomeración de once, doce millones de habitantes y hay muchas cuestiones, entre ellas algunas estructurales –el Delta, la reconversión de los establecimientos militares, la Costanera, los ejes de transporte– que conviene encarar conjuntamente entre la ciudad, los partidos del conurbano y el gobierno de la provincia. El Plan no prevé este accionar conjunto, sólo indica su conveniencia.
–¿Qué cree que es lo más importante para que el plan avance?
–Muchas veces veo aquí una gran tendencia a perder el tiempo diciendo que hay que estudiar cosas. Los estudios se hacen cuando se sabe exactamente qué se quiere, para ver si es posible o cómo es posible. Las propuestas no salen de allí sino de la cabeza de la gente, de la historia de la ciudad, de los desafíos que plantea. Creo que en el plan hay mucho estudio y poca estructura propositiva, aunque sí hay propuestas. Primero definamos claramente qué queremos hacer, es muy fácil saberlo. En verdad, cualquier ciudadano de Buenos Aires medianamente informado sabe los grandes temas que hay que abordar. Que un desafío pendiente es el sur de la ciudad, que todo el ordenamiento costero está a medio terminar, que hay que recuperar los ejes ferroviarios, que el micro y macro centro están congestionados, que hay que sustituir el transporte que congestione y contamine, que deben prepararse áreas para la llamada nueva economía que se está desarrollando de una forma desordenada, que se requieren actuaciones de carácter social. Es fácil saberlo porque la historia de la ciudad lo da en bandeja, aquí como en todas partes. En Barcelona ya sabíamos: el frente de mar, la ronda, un plan integral para la ciudad antigua.
–¿Por qué un Plan Urbano? ¿Por dónde empezar?
–Se necesita un plan urbano para garantizar gobernabilidad y gestión de la ciudad, para asegurar su atractivo y eficiencia económica, y la calidad de vida de la gente. El plan es un instrumento: unas cuantas grandes acciones emblemáticas, coherencia entre ellas, asumir riesgos en las iniciativas que generen oposición. De un hipotético listado hay que seleccionar prioridades, tomar medidas, pasar normas que aseguren que se puedan hacer más adelante (reservas de suelo, por ejemplo). Y hay que buscar coherencia entre las acciones, entre el norte y el sur, entre la descentralización y los proyectos urbanos.
–¿Cuáles serían esas grandes acciones emblemáticas?
–Las que ya he dicho que la gente conoce: el tema del sur, el macrocentro (que incluye al microcentro y va desde la Boca a Palermo por lo menos) y en el que debe asegurarse una normativa que garantice equilibrio entre residencia y actividad; la cuestión de reforzar nuevascentralidades en los barrios; los ejes ferroviarios como estructurantes de la ciudad (en especial el eje Sarmiento, Caballito, Flores); la operación Retiro-Puerto Madero; el sistema aeroportuario, que implica tomar una decisión sobre el aeroparque y el eje hacia Ezeiza que podría ser un tren rápido paralelo al Riachuelo; el transporte guiado (metro, tranvía, tren) en lugar del transporte individual y colectivos; la tarea pendiente de la Costanera. Todo esto sale de la gente, está en los medios y en el plan. Sería tonto que yo pretendiera inventar un proyecto novedoso, pero hay que decirlo, jerarquizarlo, definir opciones.
–¿Cómo hacerlo?
–Me parece que, si no se tiene audacia, coraje para hacer propuestas concretas y luchar por ellas, no sirve de nada hacer un plan urbano. Será un conjunto de documentos de estudio. Y lo que hay que preguntarse es si existe esta voluntad política. A veces tengo dudas. Se ha hecho un trabajo técnico, discutible pero bien intencionado en el plan urbano. Pero hasta ahora no he visto que haya una voluntad política de llevarlo realmente adelante. Un plan urbano ambiental no es una suma de estudios ni de intenciones genéricas y un listado de propuestas más o menos concretas que, además, muchas veces no se asumen por miedo al riesgo. Por ejemplo: hay que decir claramente si se quiere o no al aeroparque en la ciudad. Yo personalmente no soy partidario de que esté aquí. Pero prefiero que se diga claramente que se va a mantener y que se reforzará la comunicación entre aeroparque y Ezeiza, en lugar de que el tema quede a medias.
–¿Qué propondría hacer con el aeroparque?
–Creo que sería bueno concentrar toda la ciudad aeroportuaria en Ezeiza. Haría una terminal adonde pudieran ir los viajeros –en Retiro o Constitución– y que allí se hicieran los trámites, que el viajero deje las valijas y pueda irse a Ezeiza en un tren rápido. Para la gente tomar un taxi a Constitución sería mucho más cómodo que ir a Ezeiza. Llega una hora antes, hace los trámites en menos de media hora, veinte minutos para llegar al aeropuerto y con estar allí veinte minutos antes del embarque, suficiente. A la zona del aeroparque, además del verde, habría que incorporarle actividades universitarias, culturales, públicas, oficinas, hoteles, un área de residencia. Y hay que recuperar los terrenos y los establecimientos militares para la ciudad. No creo que ustedes tengan ganas de tener áreas militares tan cerca.
–¿Esta falta de definición se da en otras cuestiones?
–Por ahora, sí. Otro ejemplo: el tema del transporte. Con el metro, por ejemplo, hay que darse un objetivo. Hay que decir cuántos kilómetros se quieren hacer en cinco o diez años, qué se busca con esto. Por ejemplo, que una de las líneas prioritarias sea la que llegue al sur. O pretender que en el 2005 o en el 2010 por lo menos un millón de personas de las que aquí viven no estén más de 10 o 15 minutos de una estación de metro. O la cuestión del espacio público, ¿de qué sirve decir “tendría que mejorarse el espacio público de las áreas centrales de la ciudad reduciendo la circulación mecánica de las avenidas”? Habría que decir por lo menos que ciertas avenidas (Corrientes, Santa Fe) deben transformarse en bulevares, paseos. Es absurdo lo que se está haciendo con Corrientes, una de las avenidas emblemáticas del mundo. Corrientes no tiene que tener seis carriles de circulación, cualquier persona sensata lo puede ver, con que hubiese tres o cuatro carriles de circulación sería suficiente y se ganarían por lo menos tres metros en cada vereda, logrando veredas anchas, por donde se pueda caminar. Si se empezara por ahí, en un tiempo se podría reducir Corrientes a un carril de ida y otro de vuelta. Así sí se lograría usar la ciudad como espacio público, ganar paseos y al mismo tiempo más áreas de circulación por otros medios, porque muchas avenidas se adaptan al tranvía. Y no sólo hay que reducir el numero de automóviles sino el de colectivos, que son ruidosos y contaminantes.
–Usted habló de asumir los riesgos...
–Sí y el de la calle Corrientes es un buen ejemplo del temor a los conflictos. Se pensaba hacer cambios, emplearla para la gente y no para los autos, pero bastó que un periódico dijera “quieren estrechar la calle Corrientes”, para que el gobierno desmintiera todo. Se hizo esto tan limitado de cambiar el pavimento, pero manteniendo el mismo diseño, las mismas veredas estrechas. Por supuesto, se trata de temas a veces muy complejos. Uno es el de las villas. No hay recetas mágicas. Yo soy partidario de no sacar a la gente y enviarla no se sabe dónde, de no erradicar sino mejorar el hábitat in situ o por lo menos en la misma área. Y lo que se haga, hay que hacerlo con quienes viven allí o al menos con la mayoría de ellos. Además, está el tema de la reacción del entorno. A veces es absolutamente clasista y hay que combatirla culturalmente. Pero puede tener una base muy legítima, de inseguridad ciudadana, y entonces al mismo tiempo hay que tomar acciones en lo social. Pero hay que entender que normalmente nadie tiene toda la razón y casi todo el mundo tiene una parte. Lo que hay que tener claro es que, si un plan urbano no genera reacciones contrarias, es un plan que no va, porque un plan urbano siempre afecta privilegios y entonces es normal que se generen reacciones en contra. Se discute, se negocia y, si hay una gran mayoría que lo asume, se sigue adelante. Pero aquí se teme al conflicto y esto paraliza.
–¿Cómo actuar frente a la contraposición Estado y mercado?
–En América latina y en Argentina en particular se ha pasado de una cultura pública estatista a una cultura pública privatizadora y ultraliberal. Dedicarse al urbanismo y ser ultraliberal es como jugar al fútbol con un pie enyesado, no tiene sentido. El urbanismo es una práctica pública que tiene que imponerse a los sectores privados, que debe ver qué conviene para el equilibrio y la cohesión social de la ciudad, lo que muchas veces supone ir delante de las dinámicas del sector privado. Se trata de ir delante, de abrir nuevos frentes de desarrollo, de establecer reglas y también elementos atractivos para que el sector privado actúe, desarrolle, ejecute proyectos. La dinámica del mercado nunca será ir a estructurar y desarrollar el sur de la ciudad. Hay que establecer reglas, condiciones para que el sector privado no cree nuevos desequilibrios, como por ejemplo entre espacio público y espacio construido. Esto es lo primero: tener claro el rol protagónico del sector público a la hora de promover un plan de desarrollo de la ciudad. En segundo término, creo que en Buenos Aires crecen mucho las actitudes corporativas y gremiales. Siempre hay que cuidarse de una entidad, de los propietarios, de los periódicos. Así no puede ser. Las fuerzas políticas y culturales deben tener una visión de intereses vinculado a lo general y no a los corporativos. Y no porque éstos no sean legítimos, lo no legítimo es que un sector político permita que se le subordinen los generales. Y una tercera cuestión vinculada: creo que es negativo que haya una Secretaría de Planeamiento y otra de Obras Públicas. Porque en un lugar hay poder real para hacer las obras y está el dinero, mientras en el otro hay el poder hipotético de tener ideas, propuestas y eventualmente promover algunas normativas. Si se quiere realmente controlar y promover el desarrollo de la ciudad, estas secretarías deben unificarse o por lo menos debe haber alguien por encima de ambas, que las coordine. Di el ejemplo de la calle Corrientes o de las famosas rejas de las plazas. En Planeamiento pensaban una cosa, pero quien tenía la capacidad de poner o no rejas o ampliar la calle era otra secretaría. La división es del estilo de que una es para los arquitectos y la otra, para los ingenieros; éstos hacen estudios y los otros hacen obras. Hay que salir de esta lógica, del reparto de áreas entre los partidos. En Barcelona se integraron en una macrosecretaría urbanismo, planeamiento, vivienda, obras públicas y funciona.
–¿Cuál ha sido su experiencia en la marcha del proceso de descentralización que se aborda desde el gobierno de la ciudad?
–Durante el último año he tenido una relación con la Secretaría de Descentralización que dirige Andrés Bortagaray. Me parece que han trabajado muy bien. En este caso me siento más correponsable de lo hecho que en Plan Urbano porque he tenido oportunidad de meterme más y porque se ha creado una relación de mucha complicidad entre el equipo y yo.
En cuanto a la tarea en sí, hay algo de lo dicho antes que también puede aplicarse aquí. Se llevan meses y meses discutiendo cuáles deben ser las divisiones territoriales, algo que se puede hacer en semanas. Porque la división de la ciudad en comunas muy probablemente sea parecida a los Centros de gestión y participación (CGP) actuales y la historia, el sentido común, la morfología ya dan las grandes indicaciones. Que las comunas sean 12, 14, 16 no cambia mucho, ya sabemos que debe haber una en Boca-Barracas, que Palermo es otra, que Caballito también. Es evidente que los límites siempre serán discutibles y discutidos, pero que la estructura de esta ciudad requiere una descentralización. Creo que se discute tanto porque se deja que manejen el debate los partidos políticos. En mi opinión, éstos no deben ni elaborar ni discutir la división de la ciudad en comunas aunque en su momento deberán aprobarla. Y es que tienen intereses demasiado parciales, demasiado estrechos. Pienso que un equipo técnico, el existente en la secretaría, debería poder presentar una propuesta directamente a la Legislatura en lugar de que se discuta a partir de propuestas e intereses electorales. Y no se puede distribuir el vino de un barril en botellas si no están las botellas.
–No se sabe aún cuándo tratará la Legislatura la Ley de Comunas. ¿Cómo ve esta posible postergación?
–Me parece que sería un error tan serio que se quisiera detener el proceso de descentralización como querer resolver todo con una ley de comunas hecha muy rápidamente y detallando todos los temas. La ley se puede hacer en el lapso de un año que fija la Constitución. Se podría dar un mandato al Ejecutivo para que en los próximos años descentralice para pequeños proyectos urbanos. Lo importante es empezar, no hay que tener miedo a empezar. Creo que el Ejecutivo debería curarse los miedos lógicos a perder el control. Se requiere un proceso controlado a lo largo de varios años (ir transfiriendo competencias, funciones y recursos a las comunas), pero hay que empezar. Si es muy problemático llamar a elecciones durante el primer año del nuevo gobierno, se podría hacer en el segundo y que se acuerde que la fuerza política mayoritaria en cada comuna según las últimas elecciones proponga alguien para el cargo. En Barcelona se hizo un reglamento de muy pocas páginas. Y se hizo cuando la descentralización estaba muy avanzada. Yo creo que se puede hacer un proceso gradual en los próximos tres años.
–¿Cuál es el saldo del proceso de descentralización de Barcelona?
–Allí se puso en marcha hace 20 años, desde la democracia. Creo que en primer lugar, se ha facilitado mucho la vida a la gente, más aun con la tecnología informática. Se ha hecho más directa la relación con la estructura política: en cada distrito hay dos políticos de alto nivel que integran el equipo de gobierno de la ciudad. El regidor es alguien que puede agarrar el teléfono y hablar con cualquier funcionario y eventualmente con el alcalde. Los problemas del distrito pesan mucho en la política del gobierno de la ciudad. Un problema aquí en Buenos Aires es que el marco legal establece una separación entre las comunas y el gobierno y la Legislatura, cuando es muy importante que haya articulación, que haya gente que esté con un pie en cada lugar. En tercer término, ocurre que en los distritos, los barrios, se hacen cosas que antes no se hacían. En los años 80 pusimos en marcha proyectos de espacio público y deequipamiento en los barrios que difícilmente se hubieran hecho de modo tan repartido, siempre se privilegiaban ciertas áreas.
–¿Cómo cree que se promueve y facilita la participación?
–Un elemento básico es que haya gestión de proximidad, de ahí la importancia de la descentralización. Si ahora un gobierno de la ciudad no refuerza la descentralización iniciada con los CGP, está negando su propia naturaleza de gobierno democrático. En una ciudad de tres millones de habitantes es lo que posibilita tomar decisiones cerca de la gente. Si hay proximidad, se crean múltiples canales de participación, comisiones, sociedades de fomento. Por último, algo básico: los grandes temas ciudadanos se pueden debatir si hay propuestas claras. Hoy no se puede debatir el plan urbano si esas propuestas no están.
–¿Cuáles son hoy las perspectivas del Plan Urbano Ambiental y de la transformación de la ciudad?
–El Plan Urbano Ambiental ha terminado una etapa. Es sólo un conjunto de estudios de los que, seguramente, se pueden sacar cosas interesantes. Todavía es una amalgama de propuestas que necesitan estructurarse, de propuestas y criterios llenos de buenas intenciones pero faltos de prioridades. Sobre todo hay que enfatizar más los cinco o seis grandes proyectos emblemáticos para los próximos años. Claro que esto va ahora a depender más de la voluntad política del equipo de gobierno que del Consejo del Plan Urbano Ambiental. Yo por ahora no tengo pruebas de que exista esta voluntad política. Cada vez que he estado en contacto con los responsables del gobierno he tenido la sensación, por supuesto subjetiva, de que había más una cortesía que un verdadero interés. Claro, también es cierto que al ser un plan poco estructurado no despierta el interés de un responsable político. Ahora hay dos o tres meses en los que se debería hacer una decantación para seleccionar los objetivos fuertes, y que sobre lo que resulte el gobierno de la ciudad debería decidir si compra o no, si lo asume o no. Entonces el Plan Urbano Ambiental podría convertirse en el horizonte de actuación urbana potente del gobierno para los próximos años.

 

¿POR QUE JORDI BORJA?

Por Lila Pastoriza

De la clandestinidad al urbanismo

En tiempos en que el mercado decide cómo es la vida de la gente y en países como el nuestro, donde grandes sectores de la población de las ciudades bordea la marginalidad, elaborar y aplicar con decisión un plan urbano no es una tarea simple. “Porque el plan urbano que adopta un equipo de gobierno expresa mucho más que un diseño territorial, responde a un proyecto político, a valores culturales, a objetivos de cambio social que deben explicitarse”, ha señalado reiteradamente Jordi Borja, que desde sus tiempos de militancia clandestina concibió al urbanismo como una práctica transformadora de la realidad.
Jordi Borja, es conocido principalmente por su protagonismo en la gestión pública en la ciudad de Barcelona, de la que fue teniente alcalde y donde actuó en la gestión pública entre 1983 y 1995. Trabajó en San Pablo, París, Nueva York, Santiago de Chile, México y Río de Janeiro, asesorando en tareas de descentralización. Militante comunista desde los 20 años en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), ocupócargos directivos y lo abandonó en los años 80. Autor de numerosos libros sobre urbanismo, referente importante en varios países de América latina, hoy continúa de otro modo aquella práctica iniciada clandestinamente en los movimientos populares urbanos de la Barcelona del último franquismo. “En realidad –señala– la política que a mí hoy más me interesa es la que se hace fuera de los partidos, a nivel de ciertos movimientos sociales. Me interesa más Seattle que lo que debate la Internacional Socialista, me interesan más iniciativas como el movimiento Attac por el impuesto a las transacciones financieras que los debates sobre la tercera vía. Estoy más bien en una izquierda más social y cultural que político-partidaria”.
Sobre nuestra capital, Borja dice que “Buenos Aires es una ciudad que ofrece un potencial transformador impresionante. Lo que hace falta es definir cinco o seis objetivos claros y mostrar la voluntad política de llegar a ellos”. El urbanista catalán asesoró en otras ocasiones a algunos gobiernos de la ciudad, participa en Rosario del trabajo que allí se desarrolla, es consultor del Consejo del Plan Urbano Ambiental de la ciudad de Buenos Aires y colabora con la Secretaría de Descentralización.

 

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