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Por Hilda Cabrera ![]() Gastar chanzas sobre la farándula y los políticos no es sinónimo de rebeldía, pero sí lo es en cambio la inspirada intención de sacudir el felpudo apelando a un humor reflexivo, vital, en la relación de estos actores con un público que quiera ser algo más que gente socialmente integrada a la que en lugar del conocimiento le interesa la imagen. Quizá por eso, lo mejor de las dos horas de este show son los momentos en que caracterizan a personajes que revelan un doble siniestro. El ejemplo más acabado es la muñeca Josefa, compuesta por Gasalla. Duchos en el arte del show, los dos actores imprimen a su trabajo un ritmo sostenido y brillante, mostrándose sensibles a la reacción del auditorio. Es así que cuando advierten que la devolución ![]() En este cuadro, trajeados de manera estrambótica, le cantan a la amistad, cambiando en parte la letra original y recordando que entonces se dijo de ellos que eran desmitificadores, pero también vomitadores, y que todavía hoy algunos les ponen cara de ojete. No vacilan en agredirse amistosamente (A veces la mierda se te va a la cabeza) y en burlarse de los clisés. Los turistas creen que la concha es el tango, opinan, refiriéndose al tango bailado con revoleo de piernas: Al final, la mujer queda cabeza abajo, con una pata para arriba y la concha en la cara del turista, que dice beautiful tangou. Como para dejar en claro que son egresados del Conservatorio Nacional de Arte Dramático, repasan en clave de humor fragmentos de El rosal de las ruinas, Romeo y Julieta y Bodas de sangre. Convertido en Carlos I, Perciavalle se suelta en una de sus especialidades, el diálogo telefónico, donde, entre otros asuntos, comenta con la Reina Elizabeth el desfile de caballos en el sepelio de Lady Di: Ni un caballo cagó durante todo el desfile. Está bien, los adoctrinaron, pero vos no sabés como quedó acá la Avenida de Mayo, después del desfile del 25. Y eso que no pasaron caballos, la gente del Frepaso, nada más. Las pullas sobre los políticos acaparan todas las risas. Está el que cuando se brota le sale algo de loca, el que parece una estampita de comunión y la que siendo en un comienzo una tía buena de Villa Luro que hacía scones se convirtió en la madrastra de Cenicienta. En la chanza caen también el Presidente y su familia. Lo llamé, y se pegó un cagazo cuando dije que hablaba Carlos. Pero le aclaré que era otro, el rubio, alto de ojos claros, parecido a Arnaldo André, cuenta entusiasmado Perciavalle. Las acotaciones de Gasalla son en este punto bastante más mordaces: Si el Presidente no logra que los hijos se enganchen bien, el que se tendría que sacrificar es él. El Presidente tiene que resolver todos los problemas. Es como el capitán de un barco, que si se hunde se tiene que hundir él también. Metidos en una comicidad que se debilita cuando se centra en los defectos físicos o se regodea en los chismes, uno y otro saben cómo despegarse del propio pasado. Admiten que la gente quiere saber, pero no se internan mansamente en el túnel del tiempo. Prefieren decir que se pelearon antes que los hermanos Sofovich, que la Süller y Soldán, Susana Giménez y Roviralta. Y contentan a todos proclamando que un buen amigo nos dice la gran verdad sin maldad, que aquello que los ha reunido no es sino una grandiosa humildad, y que son, en definitiva, tal para cual.
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