Por Fernando Cibeira
Como en el teorema de Baglini, la aparente distancia entre el malhumor
de la gente con la marcha del Gobierno que marcaron las encuestas publicadas
el fin de semana con respecto al repunte que marcan los indicadores económicos
era evaluada con óptica diferente según la cercanía
del funcionario consultado con el despacho de Fernando de la Rúa.
De más está decir que el superávit record llevó
jolgorio a la Casa Rosada, deseosa como está por transmitir buenas
ondas. Tanto es así que el secretario de Comunicación, Darío
Lopérfido, se mostró convencido de que si los sondeos se hicieran
hoy la gente respondería de otra forma. En cambio, un poco más
inmunes a los peligros de los microclimas, cerca del vicepresidente Carlos
Chacho Alvarez sostenían que, si bien el superávit
servía para desbaratar las hipótesis tremendistas sobre el
destino de la economía, las expectativas a nivel de la gente
todavía no han cambiado.
La discusión se había planteado como una deficiencia comunicacional.
Si los números venían en subida, por qué la alegría
no se desparramaba entonces hacia abajo. Un sondeo de la consultora Equis
publicado el domingo por Página/12 reveló que un 55 por ciento
de los encuestados evaluaba la actuación del Gobierno como peor que
lo que había esperado. También eran mayoritarias las opiniones
desfavorables sobre las políticas dirigidas a la reactivación
económica y la generación de empleo.
El Gobierno comunicó con franqueza las medidas que había
tomado que incluían una suba de impuestos y una baja de sueldos:
eso no puede dejar contento a nadie, explicaba ayer Lopérfido,
mientras calculaba un maxisuperávit de 900 millones, comparando con
lo recaudado en junio del año pasado. Pero eran las medidas
que había que tomar para tener estos resultados, agregaba.
En otro sector del oficialismo, el jefe del bloque de diputados, Darío
Alessandro, admitía que, tal vez porque lo vivió con culpa,
faltó hacer un poco de docencia cuando se hizo el ajuste, lo que
pudo haber provocado fastidio en la gente. No hubo una explicación
clara, se vendió la reforma impositiva como un fin en sí mismo,
sostuvo.
Superada la etapa del ajuste, entonces, habría que esperar que el
humor de la gente varíe. Algo que intentó hacer De la Rúa
a su modo, obligando a sus funcionarios a cambiar las caras preocupadas
y propagar sólo buenas nuevas. Pero lo que no queda claro es en qué
medida tendría que alegrarse la gente porque el Gobierno haya mejorado
sus balances. La gente va a sentir la mejoría. Esta noticia
servirá para aumentar la confianza, la confianza traerá inversiones,
y las inversiones más empleos, era la evaluación que
hacía Lopérfido. Cerca de De la Rúa cada vez más
les gusta comparar la gestión aliancista con la de Bill Clinton en
Estados Unidos, que empezó mal y está terminando a toda orquesta.
Sin embargo, un funcionario de la Rosada dejaba un espacio para el escepticismo.
Esto sirve para calmar las aguas, pero si creemos que con esto sólo
los problemas de la gente se solucionan, estamos listos, respondía.
Una
voz de izquierda y una disidente
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Jorge Altamira *
Son cifras poco claras
No creo
que realmente haya superávit fiscal. Por lo general, las cuentas
del Estado no son claras. Además, la actividad económica
está en claro retroceso, no creo que la recaudación
vaya a aumentar así nomás. La intención del Gobierno
con este anuncio es incrementar más la presión fiscal
porque se está implementando una reforma que crearía
un IVA para las provincias, reforma que transformaría el tesoro
nacional en una caja recaudadora.
* Legislador porteño electo del Partido Obrero. |
Enrique Martínez *
No es tan alentador
La versión
oficial es que el superávit fiscal debería ser auspicioso
para el país, porque permitirá pagar con más
comodidad las obligaciones con los organismos internacionales sin
mayor inversión pública.
* Diputado de la Alianza. |
Opinan
James Neilson y Luis Quevedo
|
Por
James Neilson
Euforia a la vista
Lo
bueno de la ciclotimia es que los bajones siempre son seguidos por
períodos de alegría colectiva irreprimible en que
todos concuerdan en que el futuro será maravilloso. Por ser
la Argentina un país notoriamente ciclotímico, es
razonable suponer que luego de un par de años signados por
la depresión que ni siquiera una campaña electoral
una tristísima, como correspondía pudo
animar, estará por disfrutar de las delicias del optimismo.
Síntomas de que algo está ocurriendo en las profundidades
del ser nacional ya son visibles. Incluso los habitualmente lúgubres
han comenzado a hablar del clima de desaliento que cubre el país
como si se tratara de un fenómeno extraño e irracional.
¿Por qué estamos tan mal?, se preguntan. ¿Es
que nos gusta? ¿No existe ningún motivo para sentir
un poquitín de esperanza? Economistas célebres por
su adustez afirman que una vez más los argentinos han ido
demasiado lejos, que, mirándolo bien, la situación
no es tan atroz. Las jeremiadas episcopales están provocando
bromas. Ilustres visitantes extranjeros opinan que todos son locos.
Los mercados están procurando sonreír. Y Fernando
de la Rúa, asesorado por expertos en felicidad, ha ordenado
a sus muchachos y muchachas transmitir buenas ondas.
¿Lograrán hacerlo? Todo depende del momento. El país
y sus ritmos biológicos que los políticos no están
en condiciones de manipular a su antojo porque ni ellos ni nadie
los entienden muy bien. Al hundirse en la melancolía, no
hay remedio que valga: aunque los países ricos decidieran
otorgar a la Argentina un subsidio permanente para que los políticos
pudieran emplear más ñoquis, la gente lo tomaría
por una prueba, una más, de que el mundo es una porquería.
Si se eliminara la desocupación, algunos empresarios se suicidarían
por temor a la inflación.
En cambio, cuando el país está listo para entregarse
a la euforia, virtualmente cualquier suceso, por poco promisorio
que sea, servirá para inaugurar los festejos: el retorno
de Perón, un golpe militar, una guerra, la plata dulce, la
convertibilidad. Así, pues, es bien posible que el aumento
de la recaudación fiscal que tanto ha entusiasmado al Ministerio
de Economía, digamos, resulte suficiente como para modificar
radicalmente la sensación térmica. Pero también
lo es que el país tenga que esperar un tiempo más
antes de achisparse nuevamente: de ser así, el Gobierno,
que es tan austero y tan adicto a los ajustes, será considerado
aún más culpable de la bronca resultante que el director
técnico del seleccionado nacional.
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Por
Luis Alberto Quevedo *.
Humor y comunicación
La
comunicación política depende siempre de la política,
y muy en segundo término, de la comunicación. Cualquier
estrategia comunicacional en el terreno de la política, dependerá
siempre de las decisiones políticas que tome un gobierno.
Pese a ello, tanto Alfonsín como Menem, que terminaron sus
gobiernos con enormes problemas políticos, en su momento
los diagnosticaron como problemas de comunicación.
Hoy todos sabemos que no era así. En el fin de su gobierno,
Alfonsín no pudo dominar al mercado y a las variables duras
de la economía y Menem, después de 1995, perdió
toda iniciativa y mostró el agotamiento del modelo neoliberal
que impulsó desde 1990. Y estos no eran problemas de
comunicación. Hoy la Alianza también cree que
sus problemas son comunicacionales y, una vez más, son políticos.
La gente que votó a la Alianza lo hizo con enorme esperanza.
Sobre todo tenía (y aún tiene) muchas expectativas
en que se revirtieran las políticas del menemismo que nos
llevaron al retiro del Estado de sus funciones básicas. Y,
por supuesto, terminar con la corrupción generalizada. La
sociedad demanda hoy respuestas concretas a los problemas estructurales,
esto es, reclama políticas efectivas en los otros terrenos.
Y la Alianza se equivoca si cree que el publicista Ramiro Agulla
puede resolver esto.
Hoy la sociedad argentina vive una desesperanza porque no ve con
claridad las políticas que nos saquen del modelo neoliberal
y que encaren el crecimiento económico desde otra perspectiva.
Además al gobierno de la Alianza le está faltando
un Gran Relato, una épica, que le dé a su gestión
algún rumbo que le renueve a la sociedad la confianza en
el cambio, que ordene la gestión en los diferentes ámbitos
y que nos devuelva la idea de que estamos en el buen camino.
El gobierno de la Alianza está mostrando su capacidad de
gestionar al Estado sin los niveles de corrupción que tuvo
el menemismo. Pero la honestidad no basta porque es percibida por
la gente como un prerrequisito para comenzar a cambiar las políticas
públicas y sociales, no como el punto de llegada. Las dificultades
que ha encontrado este Gobierno en revertir la crisis que heredó
de Menem más la falta de un rumbo claro y una épica
que le dé sentido a toda la acción de gobierno, provoca
buena parte del mal humor o el pesimismo que está presente
hoy en la sociedad argentina. En el discurso político, la
dimensión de la promesa es tan importante como las políticas
concretas. Hoy tenemos, sin embargo, escasez de resultados concretos
y penuria de sentido y éste es un problema eminentemente
político, no comunicacional.
* Sociólogo. Secretario Académico de la FLACSO.
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