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EL GOBIERNO DIVIDIDO CON RELACION AL OPTIMISMO PRESIDENCIAL
Como en el teorema de Baglini

Los funcionarios más cercanos a De la Rúa creen que la mufa terminó. Los más alejados del entorno tienen muchas más dudas.

Por Fernando Cibeira
t.gif (862 bytes)  Como en el teorema de Baglini, la aparente distancia entre el malhumor de la gente con la marcha del Gobierno que marcaron las encuestas publicadas el fin de semana con respecto al repunte que marcan los indicadores económicos era evaluada con óptica diferente según la cercanía del funcionario consultado con el despacho de Fernando de la Rúa. De más está decir que el superávit record llevó jolgorio a la Casa Rosada, deseosa como está por transmitir buenas ondas. Tanto es así que el secretario de Comunicación, Darío Lopérfido, se mostró convencido de que si los sondeos se hicieran hoy la gente respondería de otra forma. En cambio, un poco más inmunes a los peligros de los microclimas, cerca del vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez sostenían que, si bien el superávit servía para desbaratar las hipótesis tremendistas sobre el destino de la economía, “las expectativas a nivel de la gente todavía no han cambiado”.
La discusión se había planteado como una deficiencia comunicacional. Si los números venían en subida, por qué la alegría no se desparramaba entonces hacia abajo. Un sondeo de la consultora Equis publicado el domingo por Página/12 reveló que un 55 por ciento de los encuestados evaluaba la actuación del Gobierno como peor que lo que había esperado. También eran mayoritarias las opiniones desfavorables sobre las políticas dirigidas a la reactivación económica y la generación de empleo.
“El Gobierno comunicó con franqueza las medidas que había tomado que incluían una suba de impuestos y una baja de sueldos: eso no puede dejar contento a nadie”, explicaba ayer Lopérfido, mientras calculaba un maxisuperávit de 900 millones, comparando con lo recaudado en junio del año pasado. “Pero eran las medidas que había que tomar para tener estos resultados”, agregaba.
En otro sector del oficialismo, el jefe del bloque de diputados, Darío Alessandro, admitía que, tal vez porque lo vivió con culpa, faltó hacer un poco de docencia cuando se hizo el ajuste, lo que pudo haber provocado fastidio en la gente. “No hubo una explicación clara, se vendió la reforma impositiva como un fin en sí mismo”, sostuvo.
Superada la etapa del ajuste, entonces, habría que esperar que el humor de la gente varíe. Algo que intentó hacer De la Rúa a su modo, obligando a sus funcionarios a cambiar las caras preocupadas y propagar sólo buenas nuevas. Pero lo que no queda claro es en qué medida tendría que alegrarse la gente porque el Gobierno haya mejorado sus balances. “La gente va a sentir la mejoría. Esta noticia servirá para aumentar la confianza, la confianza traerá inversiones, y las inversiones más empleos”, era la evaluación que hacía Lopérfido. Cerca de De la Rúa cada vez más les gusta comparar la gestión aliancista con la de Bill Clinton en Estados Unidos, que empezó mal y está terminando a toda orquesta. Sin embargo, un funcionario de la Rosada dejaba un espacio para el escepticismo. “Esto sirve para calmar las aguas, pero si creemos que con esto sólo los problemas de la gente se solucionan, estamos listos”, respondía.

 

Una voz de izquierda y una disidente
Jorge Altamira *
“Son cifras poco claras”


No creo que realmente haya superávit fiscal. Por lo general, las cuentas del Estado no son claras. Además, la actividad económica está en claro retroceso, no creo que la recaudación vaya a aumentar así nomás. La intención del Gobierno con este anuncio es incrementar más la presión fiscal porque se está implementando una reforma que crearía un IVA para las provincias, reforma que transformaría el tesoro nacional en una caja recaudadora”.
* Legislador porteño electo del Partido Obrero.
Enrique Martínez *
“No es tan alentador”


La versión oficial es que el superávit fiscal debería ser auspicioso para el país, porque permitirá pagar con más comodidad las obligaciones con los organismos internacionales sin mayor inversión pública.
* Diputado de la Alianza.

 
Opinan James Neilson y Luis Quevedo

Por James Neilson
Euforia a la vista

Lo bueno de la ciclotimia es que los bajones siempre son seguidos por períodos de alegría colectiva irreprimible en que todos concuerdan en que el futuro será maravilloso. Por ser la Argentina un país notoriamente ciclotímico, es razonable suponer que luego de un par de años signados por la depresión que ni siquiera una campaña electoral –una tristísima, como correspondía– pudo animar, estará por disfrutar de las delicias del optimismo. Síntomas de que algo está ocurriendo en las profundidades del ser nacional ya son visibles. Incluso los habitualmente lúgubres han comenzado a hablar del clima de desaliento que cubre el país como si se tratara de un fenómeno extraño e irracional. ¿Por qué estamos tan mal?, se preguntan. ¿Es que nos gusta? ¿No existe ningún motivo para sentir un poquitín de esperanza? Economistas célebres por su adustez afirman que una vez más los argentinos han ido demasiado lejos, que, mirándolo bien, la situación no es tan atroz. Las jeremiadas episcopales están provocando bromas. Ilustres visitantes extranjeros opinan que todos son locos. Los mercados están procurando sonreír. Y Fernando de la Rúa, asesorado por expertos en felicidad, ha ordenado a sus muchachos y muchachas transmitir buenas ondas.
¿Lograrán hacerlo? Todo depende del momento. El país y sus ritmos biológicos que los políticos no están en condiciones de manipular a su antojo porque ni ellos ni nadie los entienden muy bien. Al hundirse en la melancolía, no hay remedio que valga: aunque los países ricos decidieran otorgar a la Argentina un subsidio permanente para que los políticos pudieran emplear más ñoquis, la gente lo tomaría por una prueba, una más, de que el mundo es una porquería. Si se eliminara la desocupación, algunos empresarios se suicidarían por temor a la inflación.
En cambio, cuando el país está listo para entregarse a la euforia, virtualmente cualquier suceso, por poco promisorio que sea, servirá para inaugurar los festejos: el retorno de Perón, un golpe militar, una guerra, la plata dulce, la convertibilidad. Así, pues, es bien posible que el aumento de la recaudación fiscal que tanto ha entusiasmado al Ministerio de Economía, digamos, resulte suficiente como para modificar radicalmente la sensación térmica. Pero también lo es que el país tenga que esperar un tiempo más antes de achisparse nuevamente: de ser así, el Gobierno, que es tan austero y tan adicto a los ajustes, será considerado aún más culpable de la bronca resultante que el director técnico del seleccionado nacional.

Por Luis Alberto Quevedo *.
Humor y comunicación

La comunicación política depende siempre de la política, y muy en segundo término, de la comunicación. Cualquier estrategia comunicacional en el terreno de la política, dependerá siempre de las decisiones políticas que tome un gobierno. Pese a ello, tanto Alfonsín como Menem, que terminaron sus gobiernos con enormes problemas políticos, en su momento los diagnosticaron como “problemas de comunicación”. Hoy todos sabemos que no era así. En el fin de su gobierno, Alfonsín no pudo dominar al mercado y a las variables duras de la economía y Menem, después de 1995, perdió toda iniciativa y mostró el agotamiento del modelo neoliberal que impulsó desde 1990. Y estos no eran “problemas de comunicación”. Hoy la Alianza también cree que sus problemas son comunicacionales y, una vez más, son políticos.
La gente que votó a la Alianza lo hizo con enorme esperanza. Sobre todo tenía (y aún tiene) muchas expectativas en que se revirtieran las políticas del menemismo que nos llevaron al retiro del Estado de sus funciones básicas. Y, por supuesto, terminar con la corrupción generalizada. La sociedad demanda hoy respuestas concretas a los problemas estructurales, esto es, reclama políticas efectivas en los otros terrenos. Y la Alianza se equivoca si cree que el publicista Ramiro Agulla puede resolver esto.
Hoy la sociedad argentina vive una desesperanza porque no ve con claridad las políticas que nos saquen del modelo neoliberal y que encaren el crecimiento económico desde otra perspectiva. Además al gobierno de la Alianza le está faltando un Gran Relato, una épica, que le dé a su gestión algún rumbo que le renueve a la sociedad la confianza en el cambio, que ordene la gestión en los diferentes ámbitos y que nos devuelva la idea de que estamos en el buen camino.
El gobierno de la Alianza está mostrando su capacidad de gestionar al Estado sin los niveles de corrupción que tuvo el menemismo. Pero la honestidad no basta porque es percibida por la gente como un prerrequisito para comenzar a cambiar las políticas públicas y sociales, no como el punto de llegada. Las dificultades que ha encontrado este Gobierno en revertir la crisis que heredó de Menem más la falta de un rumbo claro y una épica que le dé sentido a toda la acción de gobierno, provoca buena parte del mal humor o el pesimismo que está presente hoy en la sociedad argentina. En el discurso político, la dimensión de la promesa es tan importante como las políticas concretas. Hoy tenemos, sin embargo, escasez de resultados concretos y penuria de sentido y éste es un problema eminentemente político, no comunicacional.

* Sociólogo. Secretario Académico de la FLACSO.

 

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