|
Por
Horacio Cecchi ¡Acá es, acá es!". El bombero voluntario y coordinador de Defensa Civil de Quilmes, Norberto Barnabá, señaló con su mano hacia la calle Yoldi, levantada como un muro de contención que retiene las aguas del Río de la Plata cada vez que superan la barrera natural de la costanera, y les impide que se escurran de regreso. Hacia uno y otro costado de la chata de los evacuados, el agua se extiende en un enorme e ilimitado estero, sólo interrumpido por casas que, vaya a saber cómo, sobreviven. Algunas, semihundidas. Otras, asomando como islotes. Todas, con sus paredes de madera, material o lata, pintadas en diferentes tonalidades. Basta acercarse un poco para descubrir que cada tonalidad es una marca del nivel alcanzado por el agua. Las líneas húmedas avanzan desde los 20 centímetros hasta los dos metros. En la ribera de Quilmes, sudestada es sinónimo de dos ideas antagónicas: evacuar con lo puesto, o quedarse flotando en la casa para que no se roben nada. "Yo no me quedé a cuidar mi casa porque con el agua que llega hasta el pecho nadie puede entrar. Y, ¿qué me iba a quedar a cuidar si el río se lo llevó todo?". Además de categórico, Luis Antonio es vecino de la zona de Quilmes conocida como la Ribera. Allí, la tierra no terminó de drenar las inundaciones del mes de mayo y ya recibió una nueva y literal oleada. Luis Antonio es uno de los 110 evacuados quilmeños que permanecen desde el sábado en el Club Don Bosco. El, junto a su mujer, Alejandra, y sus dos hijos --Gustavo, de un año y ocho meses, y Lucas, de ocho meses-- el sábado a la madrugada treparon a la chata de la Subdelegación Municipal Quilmes Este, para abandonar lo suyo hasta que el río baje. A Lucas lo dejaron con la abuela, en Corrientes. "Se enferma fácil, la humedad y el frío le iban a hacer mal", dice Alejandra. Ellos tres permanecen desde entonces en el centro de evacuados, reunidos alrededor de una mesa, junto a los colchones provistos y un bolso con lo poco que pudieron rescatar. En Quilmes Este, una chata no es una barcaza de carga como las que circulan por el Paraná, pero bien podría serlo. Llaman así al acoplado que arrastran los tractores de la Subdelegación. "Piti", "Calá", Héctor, Víctor, "El Caballo", todos trabajadores municipales, recorren con los tractores las calles anegadas de su propio barrio, para cargar de a 25 vecinos inundados y trasladarlos hasta el continente. A pocos metros de la chata, donde el agua o el barro hacen imposible la llegada de otros vehículos, una casilla rodeada por el agua aún retiene a sus dueños. Allí, Marco Antonio, Marcos y Leonardo, hacen vela para custodiar las escasas pertenencias familiares: un caballo, un perro cojo --Sultán, que tiembla de frío--, y algo de ropa. "Si no nos quedamos vienen un par y se nos llevan todo", dice Leonardo. Están desde el sábado, cuando arreció la sudestada. Tienen las camas a dos metros de altura. Barnabá explica el método de las evacuaciones. "Cuando empieza a subir el agua en San Clemente, nos avisan por radio. El segundo aviso es en la boya de Oyarbide, a la altura de Madariaga. El tercero, es el puerto de La Plata. Tenemos unas seis horas de tiempo desde el primer aviso", dice Barnabá. Cuando comienza el alerta, se hace sonar una sirena, mientras la chata comienza a recorrer las calles, y desde un megáfono se incita a los vecinos a abandonar sus viviendas. "Todos prefieren quedarse hasta último momento. Tenemos que pasar una y otra vez a recoger a alguno que se quedó por si el agua bajaba." Por más tecnicismos que fuera, la medida del alerta la da el ojo y la costumbre. "Ahora el río deja sin tapar dos escalones del balneario", asegura Barnabá a las 17.30 de ayer. "Cuando queda uno solo, un poco de viento te mete el río en las casas, en cuestión de minutos." Además del agua, otro problema al que se enfrentan vecinos y voluntarios es, paradójicamente, el fuego. "Es tanto el frío que encienden carbón dentro de las casas, para calentarse." El sábado, en el pico de la inundación, dos unidades de bomberos llegaron a unos 400 metros de una casilla de madera que se incendiaba. Más no pudieron avanzar. "Para bombear el agua hasta la casa, tuvimos que tirar cuatro cuadras de líneas de manguera bajo un metro y medio de agua." Además de los 110 evacuados de Quilmes, otros 48 de Ensenada y 10 de Berazategui, aguardan que el agua baje o que no se cumplan los pronósticos para las próximas horas: regresa la sudestada.
|