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"En la senda de Menahem Begin y Yitzhak Rabin". "Firmaremos la paz de los valientes". Pero horas antes de estas declaraciones el premier israelí estaba solo en el Knesset (Parlamento), rogando que no prosperara la moción de censura impulsada por el partido derechista Likud. Y en efecto, no prosperó: la oposición no alcanzó los 61 votos necesarios para quitarle la confianza al gobierno y reclamar elecciones anticipadas. A partir de hoy, en la residencia presidencial norteamericana de Camp David, donde el premier israelí Menahem Begin y el presidente egipcio Anwar el-Sadat firmaron la paz en 1978, Barak tendrá otra prueba de fuego cuando se encuentre con el líder palestino Yasser Arafat y con el presidente norteamericano Bill Clinton para repetir la hazaña. Las expectativas son pocas y Barak, quizás como cábala, se había reunido por la mañana con un presidente egipcio, esta vez fue Hosni Mubarak. Si de cábalas se trata, tampoco faltó una menos auspiciosa: justo ayer renunció el presidente israelí Ezer Weizman por un caso de corrupción que estalló el año pasado. Las condiciones en que Bill Clinton convocó a Barak y a Arafat parecen condenar de antemano a la cumbre al fracaso. Desde el lado palestino, la irresolución prolongada de puntos clave sobre el estatuto final de lo que sería un Estado palestino se hace intolerable. A tal punto que la semana pasada el mismo Arafat anunció que el 13 de setiembre declarará la independencia del Estado palestino con o sin el acuerdo de Israel. Barak le respondió que en ese caso Israel se anexaría automáticamente todos los territorios en su poder que algún día serían del Estado palestino. En el medio de la tensión, la Casa Blanca anunció la cumbre de Camp David. Para ese entonces, y mientras se ponía duro frente a la Autoridad Palestina, Barak tenía que vérselas con el frágil equilibrio de su propio gobierno, tal como ocurre en Israel en los últimos diez años. El premier israelí "falló" a favor del partido ultrarreligioso Shas frente al izquierdista Meretz en una de las cíclicas crisis gubernamentales y zafó de la situación. Pero la cumbre de Camp David le presentó otro escollo que, ahora sí, fue insalvable. El Shas, el Partido Nacional Religioso y el partido de los inmigrantes rusos Israel Be Aliya abandonaron la coalición este fin de semana y, a sólo horas de tomar el avión hacia Estados Unidos, Barak debió enfrentar una moción de censura contra su gobierno. "El primer ministro ya no tiene mayoría, no tiene gobierno y tampoco el apoyo del pueblo. De hecho, está solo", resumió el "halcón" Ariel Sharon, jefe del Likud. Por lo pronto, Barak pasó de tener una mayoría parlamentaria de 68 a 42 votos y tiene vacantes nueve de los 23 ministerios de gobierno. "No estoy para nada solo. A mi lado están dos millones de personas que nos llevaron al poder, los ciudadanos que quieren la paz, que quieren darle su oportunidad a la esperanza", clamó Barak al partir desde el aeropuerto, en referencia a su victoria electoral de mayo del año pasado. Los tres partidos que abandonaron la coalición estimaron que Barak parecía inclinado a realizar demasiadas concesiones a Arafat. Pero el premier israelí había enumerado cuatro puntos innegociables con los palestinos: Jerusalén no será dividida, los refugiados palestinos no podrán volver a Israel, no podrá ser militarizada la parte palestina del valle de Jordán y las colonias judías en Cisjordania no pasarán a manos palestinas. De hecho, antes de subir al avión, Barak midió sus palabras como para mostrar firmeza y flexibilidad al mismo tiempo. "Si hay un acuerdo al término de esta cumbre, sólo podrá tener lugar si los palestinos aceptan hacer compromisos dolorosos y ponen fin a sus acusaciones y amenazas. Israel no quiere mantener bajo su poder al pueblo palestino", dijo. Pero remató: "Hoy voy a partir de Jerusalén unificada, la capital eterna de Israel, hacia Camp David, para culminar la obra de paz iniciada por Menahem Begin e Yitzhak Rabin".
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