Por Fernando D�Addario
Pasaron veinte años desde su muerte, y treinta desde aquella mítica grabación en La Fusa (junto a Toquinho y María Creuza), dos momentos aparentemente irreconciliables (la muerte y un disco en vivo) que abonaron, sin embargo, la misma leyenda. El susurro emotivo, y reproducido por mil voces, que acompañó el lunes en el Coliseo cada canción de Vinicius de Moraes, recuperó lo tangible y superador de la indulgencia que suele rodear a lo legendario: su obra imperecedera.
Carlos Lyra, Miúcha Buarque de Hollanda, Sebastiao Tapajós y Georgiana de Moraes, intermediarios entre el recuerdo y esa realidad palpable (las canciones), cumplieron su cometido con devoción (un sentimiento que compartieron con el público) y profesionalismo, lo que convirtió a Viviendo Vinicius en un homenaje digno, despojado de golpes bajos y nostalgia gratuita. Puede alegarse cierto desnivel interpretativo, que en todo caso quedó eclipsado por una sucesión �que en algún momento pareció que sería interminable� de temas inolvidables. Fueron veinticinco en total, todos ellos imprescindibles, y cuando el concierto terminaba, subían de la platea, como una letanía, pedidos de canciones que no figuraban en la lista y que también merecían estar, como �Ojalá�, �Se todos fossem iguais a voce� o �Lamento no morro�, tan prolífico y talentoso era (es) Vinicius.
Los fans, maduros y atrapados por esa melomanía culta que se despertó en un sector de la clase media progre en la década del 60, se deleitaron con la reinterpretación de clásicos que escucharon y cantaron miles de veces: �A felicidade�, �Garota de Ipanema�, �Chega de Saudade�, �Coisa mais linda� y �Eu sei que vou te amar�, entre otras. La notable técnica del guitarrista Tapajós, que desbordó las estructuras armónicas del samba y la bossa nova, enriqueció el repertorio sin distorsionarlo. Carlos Lyra, que por culpa de Tom Jobin ocupa un respetable segundo plano en el podio de los grandes músicos brasileños, propició, más allá de su versatilidad artística (es el creador de, entre otras, �Minha enamorada� y �Coisa mais linda�) y de su voz austera y prolija, un divertido ida y vuelta con el público. Al igual que las canciones, las anécdotas giraron en torno de Vinicius quien, según contó el músico, dijo alguna vez que el whisky, al ser el mejor amigo del hombre, es, entonces, algo así como �un perro embotellado�. La hija del poeta, Georgiana, cuyos atributos artísticos no superan el peso de su cédula de identidad, manifestó mayor idoneidad en el rescate de historias. La suya, también relacionada con la bebida, dio cuenta de un diálogo de Vinicius con una periodista: �Si nacieras de nuevo, ¿qué animal te gustaría ser?� �Una jirafa �contestó�, para que el whisky baje bien despacio...� Muchos años después, otra periodista le preguntó: �¿Le tiene miedo a la muerte?� �No, no le tengo miedo. Lo que tengo es saudade de la vida.�
Esa saudade, que en la poesía de Vinicius se ve acompañada por una vitalidad obsesiva, apareció en el homenaje sólo de a ratos. El �Soneto de Neruda para Vinicius� (aquel que dice �No dejaste tarea sin cumplir/ (...) tu tarea de amor fue la primera�) fue uno de los momentos más emotivos, y preparó el camino para el envión final del concierto, que terminó como debía: con �Samba de Bencao� (cantada por Lyra, Georgiana y la carismática Miúcha), donde los sucesivos y generosos �Saravá� (gracias) que alargaban indefinidamente la canción tenían, en síntesis, un único destinatario: Vinicius de Moraes.
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