Por Cristian Alarcón
Las caras de la tarde de ayer en la Terminal de Omnibus ya comenzaban a tener ese rictus que imponen el sueño, el cansancio, el hambre y el hastío. Se cumplían de sobra las 30 horas de espera para centenares de pasajeros que quedaron varados en Retiro con los bolsillos vacíos y sin más explicaciones que las frases hechas de un altoparlante explicando que la salida de micros estaba �bloqueada� por un paro general de choferes, en todo el país. El miércoles a las 18, la Unión Tranviarios Automotor (UTA) había decretado una medida de fuerza ante la falta de pago de los sueldos y despidos de unos 400 trabajadores de la línea La Internacional. Con conflictos gremiales en otras empresas de transporte, y como muestra de una crisis generalizada del sector, el paro general para el transporte de larga distancia se extendió hasta último hora de ayer, alargando la pesadilla para los pasajeros. Casi a medianoche, el Ministerio de Trabajo selló un acuerdo con el gremio: La Internacional quedó con su licencia caduca y será absorbida por otra empresa, que deberá reincorporar a los despedidos y abonar los salarios adeudados. El paro fue levantado en los últimos minutos de ayer.
Hacia la noche la convivencia entre los choferes en paro y los pasajeros afectados había llegado a un equilibrio. Durante la mañana la bronca de varios de los que habían dormido en los fríos pasillos de la Terminal explotó en insultos a los trabajadores, ubicados en los últimos andenes. �¡Queremos viajar!�, gritaron y golpeaban las palmas y algunos objetos contra las ventanas. �¡Vos parás y yo que tengo que llegar con medicamentos para mi vieja me jodo!�, discutía un hombre con un delegado. �Y mi familia no morfa�, retrucaba el chofer. Hacia las cinco los entredichos terminaron en una protesta única: de uno a otro extremo corrió la convocatoria a un corte de calle protagonizado por pasajeros. Cada grupo mandó a un enviado al frío de la Avenida Antártida Argentina mientras otro cuidaba el equipaje. �También entendemos que hace cuatro meses que no cobran�, le dijo a Página/12, frente a la policía que apostaba sus carros, Ramón Romero, el hombre cuya madre espera medicación oncológica en un campo de Esquina, en Corrientes.
Cuando a las nueve de la noche del miércoles, Olga, una mujer cordobesa de 47 años, y su hija Marina, de 19, llegaron arrastrando sus bolsos llenos de mercadería para regresar a San Francisco, se encontraron con el caos. La acumulación de bultos y personas ya hacía difícil agenciarse un rincón propio. A la metálica voz que cada tanto informaba sobre �un sorpresivo conflicto� se le sumaban los llantos de los bebés, las primeras discusiones de parejas desbordadas por el imprevisto y el batir de palmas de los grupos que intentaban reubicar con sus padres a los niños perdidos en el tumulto. Olga y Marina casi no durmieron. Desgreñadas, con un pudor de mujeres de clase media le escapan a las fotos. �Prácticamente no hemos comido �cuentan�. Los comercios de acá no venden, asaltan.�
Como si se tratara de un aeropuerto, casi al mismo nivel que La Biela, los bares de la Terminal tienen unos precios europeos. Ayer caminar esos trescientos metros de gente en esa arquitectura preparada para el paso fugaz, conversar con ellos, era escuchar protestas de todo tipo. �Han aumentado las cosas cuando vieron que podían sacar una ganancia los abusadores�, se quejó una mujer entre sus bártulos. �Sí, hermano, este termo (con agua caliente) me lo cobraron primero 1 peso �denunció el santiagueño Carlos Medina�. Esta mañana ya lo pagué 1,50.� Los viajeros fueron aprendiendo a esquivar el abuso y encontrar lo más barato en los alrededores.
A media tarde comenzó a avisarse por altoparlante que dos asistentes sociales recorrían la Terminal. Y que ambulancias del PAMI esperaban en el tercer puente. Las trabajadoras sociales resultaron ser también de la obra social. Defensa Civil y la Secretaría de Promoción Social del Gobierno porteño estaban desde las diez en el mismo lugar pero prefirieron no anunciar por altavoz a los casi mil pasajeros que ante la presentación de un pasaje entregan una vianda con comida. �Desde temprano recorrimos sigilosamente, sin hacer bandera, y asistimos primero a embarazadas, niñosy mujeres �explicó Cristian Gribaudo, coordinador de voluntarios de DC�. También conseguimos medicamentos y trasladamos a las mujeres con chicos enfermos.�
Yolanda de Statkevich, soñando con volver a Tucumán de unas frías vacaciones en Lanús, mece a su beba. La nena tiene un tedio encima que no para de llorar y ni a su abuela, doña Yolanda Sosa, le da calce para los mimos. Lleva 20 horas pasando de los brazos de una mujer a otra. �Quiere una cama �dice Yolanda hija subrayando el reclamo de la nena�. Nosotros no hemos tenido suerte.� Hay empresas que abrieron los colectivos y la gente se acomodó adentro. A bordo de un micro con destino a Resistencia y Formosa, la vida de unos cuarenta pasajeros parece un picnic en stand by. El televisor repite una de las comedias norteamericanas que ya vieron anoche, pero la conciliación obligatoria ordenada por el Ministerio de Trabajo �que desde las dos de la tarde corre como rumor que para ellos no termina de confirmarse� los tiene de buen talante. Es cierto que haber pagado un pasaje más caro les da el privilegio de cenar, desayunar, almorzar. Casi todos regresan. Osvaldo Peña, y María Esther Pérez, en cambio, son porteños y están en los primeros asientos con la ansiedad controlada. Lo suyo son vacaciones. Podrían volver a casa tomando un subte, pero esperan. �Al comienzo dijeron que eran dos horas. Además no querríamos perder el pasaje. Se supone que apenas levantan el paro salimos�, dice él y la besa, optimista como pocos.
Con sólo bajar del micro se vuelve a sentir la desazón masiva. Sobre el final de los andenes siguen parados los hombres de camperas azules, de paro. En el micro que corta la salida de los demás dicen que sigue Juan Manuel Palacios, el titular de la UTA, esperando lo suyo. En un rincón Olga Farías, una abuela sola en la Terminal, desespera: �Se llevaron mis dos bolsos llenos, era un tipo canoso. Búsquelo�, le dice a un policía. El la ignora. Al rato ella piensa en voz alta: �Menos mal que el pasaje lo tengo en el bolsillo�.
El rescate de Alejandra
María Alejandra Sosa llegó a la terminal de Retiro con su beba de ocho meses en brazos. Abigail estaba durmiendo, despúes de que los médicos de Hospital Sor María Ludovica de La Plata verificaran la evolución de la operación a corazón abierto a la que había sido sometida cuatro meses atrás. Pero la desesperación de la madre al encontrarse cara a cara con los choferes cruzados de brazos frente a sus micros hizo que la nena se despertara y comenzara a llorar. Sentada en un banco helado, pasó la mayor parte de la noche, sin saber qué hacer. Hasta que se atrevió y habló con otro pasajero, también varado, que llamó al 103 y contó el caso. Así logró una vía de escape: Defensa Civil la llevó a su sede y le consiguió una camioneta para volver a su hogar. �No la trasladamos en avión porque los médicos no lo aconsejan�, explicó a Página/12 el titular de Defensa Civil, Víctor Capilouto.
Después de la noche más fría de su vida, María Alejandra pudo sonreír ante una taza de café con leche que el personal de la Dirección de Defensa Civil le ofreció en su sede. Pero no dejó de contener la respiración hasta que los médicos a las 10 de la mañana de ayer �despúes de 14 horas de espera� le dijeron que su hija estaba en perfecto estado a pesar de la noche pasada.
La historia empezó hace cuatro meses, cuando la nena debió ser internada y sometida a una operación de corazón en La Plata. Su madre la traía todos los meses desde Santa Fe �con un pasaje que le proveía Acción Social de esa provincia� para controlar la evolución de la operación. Pero el miércoles a la noche el paro sorpresivo de micros la dejó sin palabras. La noche fue larga hasta que se animó a pedir ayuda. |
Un concierto de protesta
La mujer y los cuatro chicos que llevaban 20 horas contra la misma pared de la terminal, convertidos en ocasionales homless, se alegraron cuando escucharon los aplausos. Creían que se festejaba el fin del paro, que la gente aplaudía el regreso a casa. Hasta que distinguieron de fondo una música inexplicable, proveniente de varios andenes más allá. A esa hora, las once de la mañana, todavía no se habían hecho famosos los diez adolescentes de la Sinfónica Juvenil del Conservatorio de San Miguel. Rumbo a Posadas, donde deberían estar participando del Cuarto Encuentro de Orquestas Juveniles del Mercosur, los músicos protestaron ejecutando su repertorio frente a las oficinas de La Internacional. Aunque no tocaron la ideológica melodía de nombre similar. |
La espera en los micros
Zunilda Cañiza fue una de las mujeres que más sufrieron la espera. Su hija Ayelén padece una enfermedad congénita que la obliga a ser atendida en el Hospital Garrahan y con ella en brazos, controlándole la fiebre, resiste desde las 19 del miércoles. Tuvo suerte: le tocó una empresa que abrió los micros y ha podido recostarse, comer y ver televisión. Pero nada de eso entiende Ayelén. Ni los otros 11 hijos que la esperan en Resistencia. �Hasta ahora me he arreglado porque algo de leche tenía, pero se me terminó y no sé a quién pedir, acá somos tantos... �dice�. Mi marido es albañil y por eso entiendo a los que paran, pero creo que nadie piensa en el riesgo que corren los chicos�. |
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