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OPINION

 

Más guiso y poca carne

Por Luis Bruschtein

El miércoles Rodolfo Daer estuvo en la sede de la Unión Industrial Argentina y el jueves concurrió Hugo Moyano. Los industriales del “Grupo Productivo” plantearon entre otras cosas que se vuelvan a cobrar los aportes patronales a las empresas de servicios no transables, a los mismos niveles de 1993, y crear con ese dinero un fondo de empleo. Lo inusual fue que se trata de un planteo parecido, aunque menos ambicioso, al que impulsa la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) que dirige Víctor de Gennaro.
Cuando lo esencial es invisible a los ojos de los que no quieren ver, como diría un Principito con más calle, se producen estas situaciones discordantes donde un grupo de importantes empresarios lanza una propuesta que se emparienta con la de una central combativa de trabajadores. Entre los mismos empresarios se comenta que el fondo y la idea de cobrar las cargas sociales a las empresas privatizadas son en realidad propuestas de máxima en una negociación más compleja. Pero la iniciativa tiene la virtud de embestir contra una vaca sagrada de la economía de mercado que es que las cuentas solamente cierran con el aporte de los que tienen menos.
El fundamento de la propuesta es el alto índice de desempleo, que algunos ya estiman en el 16 por ciento, y la seguridad de que no va a disminuir en los próximos meses. Y más allá del carácter de propuesta de máxima para una negociación, es posible entrever, ya con matices de seriedad, la convicción de que la exclusión y el desempleo afectan la calidad de vida de toda la sociedad y no sólo a los excluidos. Son dos puntos de partida para pensar una construcción política distinta desde el Estado.
La idea del Grupo Productivo no pasó de la etapa de difusión y presentación. Pero el Gobierno tuvo en la semana una demostración más de cómo funcionan los sistemas de presión. Cuando quiso impedir el aumento del 6 por ciento en el precio del gas le llegó la advertencia automática de la calificadora de riesgo norteamericana Standard and Poor’s. La advertencia aludía a una posible intervención directa del Gobierno para “modificar un marco regulatorio establecido legalmente”.
En este caso, la situación es que si el Gobierno intenta recaudar por un lado, saltan las calificadoras de riesgo. Y si recauda con ajuste a los trabajadores estatales, la que reacciona es la Justicia. El ajuste sigue cosechando fallos en contra y por lo menos dos de ellos, de las dos CGT y otro de la CTA, ya han sido en segunda instancia. Aunque todavía falta que se expida la Corte, la pregunta impronunciable es quién tiene más poder, las calificadoras o la Justicia.
En la lógica del modelo, la pregunta es quién tiene menos poder. Porque es más fácil sacarle plata al que está en el borde, desesperado por no quedar afuera. Pero esta lógica no tiene salida. Una encuestadora privada acaba de informar que la venta de alimentos de primera necesidad subió el 5 por ciento en los supermercados en abril–mayo. Lo cual quiere decir que personas que antes consumían en un nivel superior, ahora están comprando arroz y fideos. Más guiso y poca carne.
Hay otros índices que se conocen en forma dispersa que tienen más la forma de un pedido de auxilio. Como que en Argentina hay más chicos de entre 15 y 24 años contagiados con sida que en Brasil, México o Paraguay; o que el país está atrás de México, Perú, Brasil y otros países latinoamericanos en el índice de vacunación infantil.
La gente común no reacciona por las encuestas, que no son más que la expresión de una realidad cotidiana. Cada número encierra una historia dramática personal o cercana. Las políticas neoliberales que inició Menem producen daños estructurales en la educación, en la salud, en la seguridad, en una calidad de vida cada vez más deteriorada.
El Gobierno se apresta a lanzar una campaña de reactivación de la producción que movilizará siete mil millones de dólares. La propuesta de la CTA de un seguro de empleo para cada trabajador cabeza de familia, de 380 pesos mensuales, más 60 pesos por cada hijo a cada trabajador, requiere 6500 millones de pesos anuales. La central obrera que encabeza De Gennaro lanzará una marcha por el trabajo el 26 de julio desde Rosario para arribar el 9 de agosto al Congreso donde entregarán el millón de firmas que se necesitan para que la propuesta se discuta en el recinto.
La crisis social llegó a un punto que no acepta demagogia ni maquillaje y las propuestas para encararla han comenzado a rodar con fuerza entre organizaciones obreras y empresarias, lo cual expresa el apoyo de una amplia base social que se da pocas veces en los procesos políticos.
En el horizonte del Gobierno ya comienzan a aparecer las elecciones del 2001 con el cielo tormentoso y frío de julio. Y llegaron de la voz del ex presidente Raúl Alfonsín: “Pueden llegar a convertirse en las mías de 1987 –reflexionó– cuando perdimos las legislativas y un poco me quedé pedaleando”. Es uno de los sumos sacerdotes de esta religión. Los chamanes peruanos leen el futuro en las vísceras de una llama sacrificada. Los augurios de Alfonsín parecen provenir más de las vísceras de los electores sacrificados.
Entre chamanes y truchimanes se escuchó la voz del ex presidente Carlos Menem, que advirtió sobre el “riesgo de estallidos de violencia por el profundo desaliento colectivo”. Menem no aclaró que el desaliento proviene de la dificultad para cambiar las condiciones que él generó. Y luego la voz de Luis Patti en el mismo sentido. “No es serio que advierta sobre estallidos sociales un especialista en reprimirlos”, le respondió el vicegobernador bonaerense Felipe Solá.
Por ahora el Gobierno no piensa en el 2001 y festeja el record de recaudación fiscal del mes de junio. Entre impuestazo y ajuste logró superar las marcas establecidas con el FMI. Es el trofeo más preciado del presidente Fernando de la Rúa, pero puede convertirse en el símbolo de una victoria pírrica porque la sensación térmica comienza a estar por abajo del cero.
El jueves realizó un paro la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) enrolada en la CTA, y el viernes lo hizo el Frente de Gremios Estatales, agrupados en las dos CGT. Los gremios, en general, aparecen más dispuestos que en los últimos diez años a la movilización y el reclamo y no sólo por una cuestión de especulación política, sino también porque se abrió un espacio que se lo permite. Priorizar las cuentas macro sobre el conflicto social desgastó al Gobierno y permitió fisuras en áreas donde la Alianza también aparece fracturada a poco más de seis meses de asumir. El impuestazo apenas tuvo disidencias, pero el ajuste provocó abstenciones y votos en contra entre los legisladores de la Alianza, y el jueves cuando se discutió un proyecto de ley por la situación de los presos de La Tablada, las opiniones aparecieron enfrentadas prácticamente entre Frepaso y UCR.
Es cierto que la Alianza está conformada por dos fuerzas que tienen concepciones distintas en muchos aspectos, pero la forma en que comienzan a jugar las diferencias, al igual que la actitud de los gremios, constituye un termómetro del clima social. Se producen así porque se ensancha la brecha entre el Gobierno y las expectativas de la población, el famoso “desaliento” que mencionó el gurú criollo del neoliberalismo.

 

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