opinion
Por Mario Wainfeld
El canciller Adalberto Rodríguez Giavarini cambió, en nombre del país que representa, los modales con los que trata a los ingleses y a los kelpers. El ex canciller Guido Di Tella le recriminó el viraje... haciéndole un favor: nada gratifica más al actual gobierno que ostentar diferencias estilísticas con el que lo precedió. Ese debate entre colegas no debería ocluir un dato relevante: nada de fondo ha cambiado en el tema Malvinas. Ni cambiará. Una continuidad profunda barnizada de un tono distinto es el blasón y el orgullo de la �desde siempre� altiva, ineficaz y reaccionaria Cancillería Argentina. Características pétreas cuya modificación �o la de la relación de poder con Gran Bretaña� nunca integró la agenda del humorista Guido ni la de su ascético sucesor.
El Gobierno promovió un acuerdo de convivencia entre proveedores y supermercados. Un hipermercado, Carrefour, se le insubordinó. El día fijado para la firma y presentación del Código de buenas prácticas, el presidente Fernando de la Rúa convocó de apuro a su despacho al número dos de la empresa francesa para conseguir su firma al pie del acuerdo. Hablaron a solas. Y el Presidente fue desairado.
El ministro de Defensa Ricardo López Murphy carecía de todo saber y todo interés en el tema militar hasta cinco segundos antes de que se le ofreciera la cartera. Desde entonces, lo suyo ha sido recortar el presupuesto castrense y avalar en la interna gubernamental los recortes que emprende su colega José Luis Machinea. En todo lo demás que concierne a su ministerio da rienda suelta a su ideología y practica el laissez faire. Capitalizando el espacio que deja vacante López Murphy con esa curiosa forma de gestión, los militares han recuperado un protagonismo que les había sido vedado durante la administración Menem. Pronunciamientos públicos de los retirados contra el ex jefe de Ejército Martín Balza. Rezongos públicos de los en actividad contra los Juicios de la Verdad. Apoyo moral y logístico a colegas de armas presos por negarse a declarar ante la Justicia. Y, anteayer, un fallo de la Corte Suprema tratando de paralizar uno de los juicios de la Verdad, el que tramita en Bahía Blanca. Un pedido de los uniformados que la Corte menemista... perdón, el Poder Judicial independiente, concedió. Los militares ganarán poca plata pero vuelven a ser protagonistas en política, a imponer reglas de juego.
La actualidad, si se la mira con detenimiento, es pródiga en símbolos. Las tres noticias precedentes, que ocurrieron en esta semana, cifran de buen modo la (tímida) relación del Gobierno con el poder. No con la oposición política ni la sindical. Sí con las potencias extranjeras, los grandes capitales y los poderes oscuros de la Argentina de los cuales las Fuerzas Armadas son desde hace añares, por mérito propio, socias vitalicias.
Dale gas
El acuerdo sobre las nuevas tarifas de gas vira un poco más al gris que los datos anteriores, pero no los contradice. Para Economía, que llevó adelante una ardua negociación con las empresas del sector, hablar de aumento es, casi, casi, una injusticia. Se pautó un incremento menor al fijado en el contrato, explican. Y, añaden, se congeló la indexación por un par de años. Se modificaron en parte las condiciones originales, sin poner en riesgo la �seguridad jurídica�. Piensan que el Gobierno dio la pelea, obtuvo una mejora posible, diferenciándose de la pasividad cómplice del menemismo que jamás pulseó con las privatizadas, arribando a una salida reformista que sienta un buen precedente a futuro.
Lo cierto es que no hubo quietismo y que efectivamente se tiró y aflojó. Pero es arduo compartir el entusiasmo de los Machinea boys por el resultado: un aumento en tiempos de consumo (y frío) record, en un contexto de recesión, impuestazos y rebajas de salarios. El frío crece sise escuchan otras voces del propio gobierno que se oponían a la pertinencia de cualquier modificación de las tarifas. La más consistente fue la del ministro de Infraestructura, Nicolás Gallo, quien explicó que la indexación por la inflación norteamericana ha derivado en un enriquecimiento ilícito (a fuer de exorbitante) de los empresarios gasíferos. Pero la opinión más llamativa fue la del Presidente, que propuso mantener las tarifas sin cambios alegando que cambiarlas era una injusticia, habida cuenta que las empresas �ya ganaron mucho�.
¿Fue un reto elíptico al equipo Machinea por su blandura? ¿Quiso el Presidente ponerse a la cabeza del �ala dura� para presionar a las empresas? Todo indica que la respuesta es, en ambos casos, negativa. El Presidente �cuya omnipresencia y obsesividad son ya un dato ineludible para explicar la lentitud del Gobierno� no ignoraba que cuando él manifestaba su descontento, el acuerdo con las gasíferas era un hecho. �Habló con sinceridad, no sobreactuó�, explica un miembro del gabinete que lo quiere bien. �Dijo lo que pensaba, nada más.�
Sea que el Presidente haya bajado una consigna desacatada o que haya emitido una suerte de opinión, el Gobierno volvió a mostrar un abismo entre su discurso y sus actos. Entre lo que hace y lo que dice querer hacer. Reconocimiento ante los límites infranqueables de la realidad, dirán los más piadosos. Doble discurso, los más críticos. En cualquier caso, una licuación del poder de la palabra del Presidente cuya imagen viene bajando en los últimos meses y ya le mira la espalda a la del gobernador Carlos Ruckauf.
Un índice acusador
El protagonista de un cuento clásico de Edgar Allan Poe escondía una carta robada poniéndola a plena vista del detective, rodeada de otras cartas. El Gobierno eligió una variante de ese modus operandi para �esconder� el impacto del índice de desempleo que se conocerá el próximo jueves y que excederá el 15 por ciento: ir goteando el anuncio aquí y allá, diluir la reacción por vía del acostumbramiento. De todas maneras, en la Rosada, en Economía y en Trabajo esperan con un rictus amargo las tapas de los diarios del viernes. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH) revelará que, en un lapso que prácticamente coincide con el del actual gobierno, la desocupación aumentó. El oficialismo viene desplegando un kit de explicaciones que seguramente se enriquecerá en los próximos días. Entre ellas:
Todo el período medido estuvo signado por una brutal recesión que ya ha cesado.
Para colmo de males, la encuesta toma datos de mayo, el mes más infeliz para el Gobierno.
Las altísimas cotas de desocupación en el Gran Buenos Aires tienen que ver con un cambio de las políticas, en especial en el Conurbano, entre la gobernación de Eduardo Duhalde y la de Ruckauf. La pasión duhaldista por las obras públicas fue discontinuada por Ruckauf, en parte para evitar desequilibrios presupuestarios, y eso repercutió obviamente en la industria de la construcción.
La foto que suministrará la EPH patentiza un fracaso que excede al oficialismo y alude al modelo socio-económico vigente. En las bien pobladas huestes economicistas del Gabinete el problema admite una sola solución: más de lo mismo. La contención fiscal ayudará a los incipientes ciclos virtuosos de la economía internacional. El crecimiento en los años venideros, aseguran, será del orden del seis por ciento anual y no vendrá apareado con la destrucción de empleo. A diferencia de lo que pasó en buena parte de la década anterior, generará nuevos puestos de trabajo.Cuando De la Rúa termine su mandato, se entusiasman, el índice será menor a dos dígitos.
Aun para esta mirada �cuyo optimismo es difícil de compartir a la luz de la experiencia de añares� queda irresuelto un problema no menor: la existencia de millones de indigentes cuya falta de recursos condena a la perpetuación intergeneracional de la exclusión, un mal latinoamericano ignoto en la Argentina �del derroche populista y dirigista�. Pero que ahora �sea que estemos en el Primer Mundo (como sobreactuaba el menemismo) o en el Segundo (doctrina Rodríguez Giavarini)� acosa a millones de personas.
Aun dentro de la lógica conceptual y predictiva del Gobierno harían falta políticas compensatorias para ese diez por ciento �condenado� a perpetuar su situación en el próximo lustro. En eso, la Alianza parece carecer de voluntad o �como poco� de inventiva. En largos siete meses ha alumbrado acciones tan dispersas como escasas. Y, lo que es más grave, es cada día más posible que algo similar ocurra el año próximo. En el 2001, convertibilidad fiscal mediante, el déficit debe ser aún menor que este año. El exiguo presupuesto correspondiente debería entrar al Congreso en setiembre teniendo previstas las creaciones o asignaciones de partidas, una ingeniería económica y política no menor. Nada permite atisbar un plan más o menos abarcante tendiente a acortar la zanja que separa a los integrados de los excluidos.
En la semana que adviene, lo más cerca posible del momento en que el detective encuentre la carta robada, tal vez se haga pública alguna iniciativa para bajar temporalmente el desempleo (ver páginas
12 y 13), intento valioso pero que sólo es tangente con el drama de la exclusión.
Torneo de mezquindades
En ese país injusto y cruel, la �clase política� a menudo se entretiene en juegos tan baladíes y a veces peligrosos. El debate de una ley para garantizar la doble instancia judicial a los presos por el asalto al cuartel de La Tablada desencadenó un manejo patético del Gobierno y la principal oposición. Ambos compitieron denodadamente para que el antagonista pagara �los costos� de dictar la norma. Y jugaron contrarreloj con la integridad física de los presos.
�Todos somos mezquinos �reconoció a Página/12 un diputado peronista y precisó�, pero son ellos los que le tienen que poner el cuerpo a la iniciativa.� Y tenía razón en los dos términos de su frase. El Ejecutivo no impulsó el proyecto de ley. El bloque aliancista se dividió y no garantizó quórum. El Presidente se manifestó preocupado por los ayunantes pero ni por asomo dio una señal concreta a sus legisladores o le puso el gancho a un indulto. Por suerte, o por un rapto de lucidez de los huelguistas, el ayuno se suspendió y el drama se puso en el freezer hasta agosto.
Una situación límite se prolongó riesgosamente testimoniando, por si hacía falta, dos datos de principios de siglo. Un modo mezquino �frisando el límite mismo de la inhumanidad� de obrar la política. Y una creciente incapacidad gubernamental para asumir una vieja verdad político- gastronómica: para hacer una tortilla es imprescindible pagar el costo de romper algunos huevos.
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