Por Fernando D�Addario
Miguel Bonasso, que no es de esos escritores que mitigan con lecturas apropiadas la sed de vivencias que la vida no les proporcionó, siente que la llovizna persistente que lo tiene como testigo en el puerto de Gijón potencia su inexorable melancolía porteña. Y eso que está exultante, según reconoce en una comunicación telefónica con Página/12, poco después de haberse enterado de que obtuvo en esa ciudad, por segunda vez, el Premio Rodolfo Walsh a la mejor obra literaria de no ficción, con Don Alfredo, su libro sobre Alfredo Yabrán. En 1988 había sido distinguido con el mismo galardón, por Recuerdos de la muerte y doce años después, su nombre vuelve a inscribirse en el evento Semana Negra de Gijón, premiado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos. Por su parte, al colombiano Jorge Franco Ramos le otorgaron el Premio Hammett a la mejor obra de literatura de ficción, por Rosario Tijera.
La interminable gira por las sidrerías asturianas corona una jornada signada por las felicitaciones y la atención a la prensa. Un perramus a lo Humphrey Bogart recién estrenado, un paseo por la costanera gris junto a su mujer, Ana, forman parte del cóctel de sensaciones reales que dominan su presente, del mismo modo que sus investigaciones sobre la represión militar, sobre Cámpora y sobre Yabrán, se incorporaron, con distintos matices, a la percepción de su propio pasado. Para el futuro, en cambio, persigue la ilusión de entregarse a mundos imaginarios que, en forma de novela, alivien su estresante vínculo con la realidad. �Tengo ganas de divertirme con la literatura, de escribir sin pensar en los llamados a las cinco de la mañana, ni en las amenazas�, sostiene, ya descontracturado, pero sin poder concretar (y mucho menos ahora, con el flamante premio) que �el caso Yabrán� se repliegue de su rutina. Su próximo proyecto es La venganza del señor Conde, una novela de aventuras basada en El Conde de Montecristo, de Dumas, pero adaptada a la realidad argentina.
�¿Recuerdos... y Don Alfredo son trabajos aislados, o reconoce una conexión entre sus relatos sobre la impunidad represiva y sobre la corrupción en el poder?
�Hay una conexión, que creo fue lograda sin que me lo haya propuesto, y que salió casi de casualidad. En estos tres libros, porque yo agregaría El presidente que no fue, se están contando, de algún modo, los últimos treinta años de historia argentina. Don Alfredo es el corolario de situaciones que tienen que ver con la continuidad del poder del aparato represivo, que comienza con el botín de guerra, con el dinero de la guerra sucia, que tiene a Yabrán como uno de sus lavadores principales, que sigue con las ganancias obtenidas durante el gobierno de Alfonsín, y que llegó a su apogeo con el menemismo. Por eso, este último libro es algo así como un corte geológico de la trastienda del poder mafioso en Argentina, que conserva su vigencia hasta nuestros días. Hay diferencias entre aquel aparato represivo y esta estructura mafiosa, porque hoy no existe una persecución abierta como en aquella época, pero sí se da de hecho una situación criminal que tiene que ver con el costo social de este modelo. Y no tenemos que olvidarnos que en el medio de Don Alfredo sigue estando el asesinato de José Luis Cabezas, un compañero de nuestro gremio.
�Haber sido premiado en España, por una asociación internacional de escritores, ¿lo aleja de la sensación de haber escrito un libro con códigos y datos específicos de la realidad argentina?
�Sí, eso me alegra enormemente. Además, mi orgullo es que quienes me eligieron no fueron burócratas de la literatura, sino colegas míos. Yo no integro ningún grupo elitista de escritores. Soy, de alguna manera, un populista de la literatura, y me encanta que cada vez que sale un libro mío encabece la lista de best sellers, y esto no es una expresión mercantil, sino el reconocimiento de estar afuera de la capilla literaria. Me gusta que a Don Alfredo hayan llegado lectores que no habían leído Recuerdos... o que no sean habituales compradores de libros.
�El premio lleva el nombre de Rodolfo Walsh. ¿Cuánto hay de él en su manera de narrar, combinando el periodismo de investigación con las reglas literarias de la novela?
�Rodolfo fue un hombre al que admiré mucho, y a quien tuve el placer de conocer. Y que se le haya puesto su nombre a uno de los premios de la Semana Negra, cuando también se barajaron los nombres de, por ejemplo, Tom Wolfe y Truman Capote, fue un acto de justicia. Walsh se anticipó al non fiction y al Nuevo Periodismo. Escribió Operación Masacre en 1958, mucho antes de que se patentara universalmente el género con A sangre fría. Lo que pasa es que Rodolfo, aunque tenía apellido sajón, era argentino.
�El hecho de haber sido militante y periodista, como Walsh, ¿no lo condicionó a la hora de escribir investigaciones noveladas?
�Yo viví en una especie de tensión permanente. En Recuerdos..., por ejemplo, el militante que llevo adentro se resistía a contar determinadas miserias que encontré en mi investigación, e inclusive tuve discusiones con otros militantes, pero para entrar a la verdad de lo que pasó en el sótano del poder, necesitaba exponer esas miserias crudamente, aunque me dolieran. Pero el haber sido militante, también ayudó a mi condición de narrador. Conocí el horror. Y para alguien que quería decir algo y tenía los elementos para hacerlo, la militancia dejó nuestra conciencia en carne viva, modelando para siempre la manera de pararnos frente a la vida y frente a la escritura. Era muy difícil que cayera en el solipcismo, o en una postura cínica, inflada de vanidad. Por esta visión crítica de la vida y por una cuestión de humildad. El que vivió el dolor, vio la sangre derramada de sus compañeros y sufrió derrotas tiende a ser humilde. Así que, antes, sufrí la tensión entre el militante y el periodista, y con Don Alfredo se me presentó la lucha entre el narrador y el periodista.
�¿Por qué?
�Porque como escritor estaba ante la posibilidad de un thriller químicamente puro, sin tantos personajes secundarios ni datos que me condicionaran. Pero el periodista le decía al narrador: �tenés información de primera mano, que si no la das no se entera nadie�. Y, además, tenía la obligación social de darla. Por suerte, ahora, viendo a españoles que leían el libro y lo entendían, superé el temor de que esta historia quedara encerrada en la Argentina. Y esto tiene que ver con la estructura narrativa, y también con la realidad de este país.
�Argentina se parece a un folletín o, peor aún, a un policial negro...
�Sí, claro. Los españoles leían cosas de un tal Mingo Cavallo, que puede ser un personaje de folletín. Y ni qué hablar de Menem.
�Con su vocación novelística, y siendo argentino, ¿no se le cruzó la idea de un Yabrán vivo, como opción literaria más atrayente?
�Constantemente. Y la verdad es que me daban ganas de pensar que está vivo. No lo pude hacer, porque contrariaba el rigor de la investigación, pero potenció uno de mis proyectos de novela, en el que voy a modificar la realidad. Voy a escribir sobre David Graiver, que aparentemente se mató en un accidente de avión, pero en mi libro no se mata. Y también estoy escribiendo una novela de aventuras que se llama La venganza del señor Conde, inspirada en El Conde de Montecristo, pero adaptada a la Argentina.
�¿Cómo es eso?
�Es la historia de un multimillonario, al estilo Soros, o Benetton, que llega a la Argentina supuestamente para comprar tierras, shoppings, todo lo que pueda, pero que en realidad viene a cumplir una venganza. Respeta lo folletinesco de Dumas, es una novela de aventuras, que demuestra que el folletín del pasado permite contar lo que pasa ahora en nuestro país.
�Entre tantos proyectos de novelas, ¿piensa volver al non fiction?
�Sí, claro. Tengo pendiente la escritura de un libro sobre la historia de los Montoneros, algo que, creo yo, todavía no se ha hecho. Me gustaría clonarme, para poder escribir más. Los que se quejan son mis amigos, que no saben cómo van a hacer para soportarme. Ya es difícil aguantar a un Bonasso, imaginate a dos.
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