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Marlene Dietrich: postales
de una diva del siglo XX

Una retrospectiva de sus primeras películas, algunas de ellas nunca vistas antes en la Argentina, y una exposición de retratos en la fotogalería del Teatro San Martín intentarán un acercamiento más preciso a la actriz alemana, una �femme fatale� tan inaccesible como legendaria.

Marlene Dietrich elegía cuidadosamente sus papeles en el cine.
Su sensualidad provocó no pocas controversias en su época.


t.gif (862 bytes) Amada hasta el paroxismo fuera de Alemania, figura controvertida en su propio país, Marlene Dietrich es hoy la imagen de la diva por antonomasia. Ninguna otra actriz cultivó su carrera con tanta obstinación; nadie se dedicó de manera tan profesional a esmerilar su vida y su obra como el inmaculado viaje hacia el glamour sin fisuras. Ya en sus primeros films, aquellos que prefirió olvidar, elegía cuidadosamente sus papeles. Durante los rápidos meses que precedieron al rodaje de El ángel azul (1930) y de su partida a Hollywood, Marlene dio muestras de una firme inserción en la próspera industria del cine en Alemania. Una exposición de retratos en la fotogalería del Teatro San Martín y una retrospectiva de sus films tempranos, algunos nunca antes vistos en la Argentina (en copias nuevas enviadas especialmente por la Stiftung Deutsche Kinemathek de Berlín), quieren dar cuenta de la meticulosidad de quien se erigió por profesión y derecho adquirido en �la� diva del siglo XX.
Este programa conjunto del TSM, la Cinemateca Argentina y el Goethe-Institut empezó con Beso su mano, madame (Alemania, 1928-1929), de Robert Land, con Marlene interpretando a una desalmada parisiense, temperamental, apasionada y cínica, que utiliza a los hombres y los desprecia. Es sin duda el embrión de la célebre Lola-Lola de El ángel azul, que humilla a su enamorado. Dice su biógrafo, Charles Higham: �Marlene sobresale a lo largo de toda la película, ya sea empolvándose con deleite la nariz, en un enorme primer plano, o alisándose la falda sobre los muslos, mientras su amante se le aproxima, excitándolo conscientemente�. También se vio La mujer que uno desea (Alemania, 1929), de Kurt Bernhardt, un melodrama trágico en el que Marlene nuevamente hace de femme fatale, una mujer sofisticada, amante del asesino de su marido, que se enamora de un tercero y halla la muerte en un ajuste de cuentas. Para hoy está programada Peligros del noviazgo (Alemania, 1928-1929), de Fred Sauer, otro melodrama estructurado alrededor de la figura de Marlene, que ya entonces acaparó la atención de la crítica, como Lotte Eisner, que luego sería la más importante historiadora del cine alemán. Escribía Eisner: �Dietrich aparece sugestiva en esa típica conjunción de misteriosa acción y ambigua pasividad que la caracteriza. Asombra una cara tan bella cuando se llena de tristeza�.
Mañana será la oportunidad de rever El ángel azul (Alemania, 1930), apoteosis de Marlene como la legendaria Lola-Lola, una vampiresa que �cantando �Estoy hecha para el amor, de la cabeza a los pies�� era capaz de arrastrar a la ruina y la humillación a un prestigioso y severo profesor (Emil Jannings). Clásico de los clásicos, que le valió a la Dietrich un pasaje de ida a Hollywood, acompañada siempre por su demiurgo Von Sternberg. El ciclo continúa pasado mañana con Cafe Elektric (1927), de Gustav Ucicky, toda una curiosidad, una producción austríaca, rodada durante la temporada en que Marlene representaban en Viena el musical Broadway. Forst ya era una estrella y Marlene aún no, por lo cual el actor la impuso en el elenco, como la bailarina de la cual se enamora el protagonista. Dice Charles Higham: �El pelo negro, los labios muy pintados, según el estilo de la época y los vestidos de satén negro le dieron un aspecto más sensual que nunca�. El jueves va La Venus rubia (EE.UU., 1932), quinto largometraje de Marlene para Von Sternberg y uno de los más audaces, particularmente en sus números musicales, como el famoso �Hot Vodoo!�, en el que aparece disfrazada de gorila y canta: �Durante la noche/no distingo lo bueno de lo malo�. 
El viernes sigue Capricho imperial (EE.UU.,1934), también de Von Sternberg, una deslumbrante orgía visual sólo comparable con la imponente presencia de Marlene, que en uno de los momentos más memorables sube las escaleras del Palacio de Invierno montada en un caballo blanco. Finalmente, sábado, domingo y lunes próximo llega Marlene (Alemania/Francia, 1983), un extraordinario documental de MaximilianSchell, que accedió al refugio de la diva en la Avenue Montaigne de París, allá por 1982 y sobre los ecos de su voz, sobre sus murmullos en inglés o sus gruñidos en alemán, construyó una imagen de Marlene que no difiere en mucho de la que ella mismo supo fomentar a lo largo de cincuenta años de carrera y más de 35 films: la de una mujer displicente, inaccesible, mítica, eterna.

 

 

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