Por Fernando D�Addario
Quizás por su naturaleza poco propicia al vértigo festivalero, la música cuyana ha quedado relegada en el mapeo genérico del folklore argentino. Ese olvido �o su recuerdo parcial y/o tergiversado� incluye a quien, paradójicamente, más trabajó por su rescate y su identidad. Alberto Rodríguez murió hace tres años casi en silencio, pero su nacimiento en 1900 provoca hoy, en concordancia con otros centenarios más transitados mediáticamente, un repaso de su figura y de su obra. Hoy a las 18.30 se realizará en el Salón Azul del Congreso de la Nación un homenaje a este investigador, compositor e intérprete mendocino, con la participación de Juanita Vera, Jorge Viñas, Liliana Herrero y el conjunto Antigal, entre otros. La entrada será libre y gratuita.
�No soy un científico, no fui a universidades ni a laboratorios. Yo abrevé en el pueblo. Esa fue mi escuela. La universidad del pueblo me enseñó lo más valioso del arte popular�, dijo alguna vez Rodríguez, un hombre que allá por los años 20 dirigió una ascendente orquesta típica de tango (con la que giró por Chile, Bolivia y Perú interpretando obras de De Caro, Cobián y Maffia, entre otros), y que un día abandonó todo y se internó en los parajes más inhóspitos de la región cuyana, obsesionado con un mandato que lo acompañaría el resto de su vida: recuperar las tonadas líricas del siglo XIX, escondidas en la memoria de la gente, pero hasta entonces ajenas a cualquier método de codificación y ordenamiento musical. En la década del 30, el folklore cuyano alcanzó cierta presencia a través de �nativistas� (una acepción también utilizada por los musicólogos y antropólogos para referirse a aquellos que, según una definición purista, no hacen folklore) como Buenaventura Luna e Hilario Cuadros, entre otros, y posteriormente Antonio Tormo vendió millones de discos interpretando valsecitos y tonadas populares. No obstante, fue Rodríguez el que, con menos ruido, rastreó durante diez años, andando a caballo, a lomo de mula, a pie, melodías lejanas que luego transcribía al piano.
Los baqueanos cantores, los curas de pueblitos perdidos en la cordillera, ancianos descendientes de soldados que formaron parte de la campaña libertadora del general San Martín, fueron sus aliados anónimos, y él, con su libretita de apuntes como todo adelanto tecnológico (no existían los grabadores, claro), recogió canciones como �Quien te amaba ya se va�, �Dichoso de aquel que vive� y �Adiós prenda idolatrada�, entre muchísimas otras. �Mi labor de investigación se remonta a 1922, cuando a mi provincia no habían llegado ni la radio ni otros medios masivos de comunicación�, subrayó en 1995, cuando presidió el XVII Congreso Internacional de Estudiosos del Folklore en Mendoza.
Mucho tiempo después de haber sistematizado su trabajo con la rigurosidad que lo caracterizaba, distintas instituciones oficiales requirieron sus conocimientos. En 1949 fue jurado del Primer Congreso Nacional de Folklore, y dirigió la Primera Orquesta Sinfónica de Música Nativa, integrada por músicos, bailarines y coreógrafos del Teatro Colón. Fue autor de más de diez libros sobre folklore musical y folklore cuyano (entre ellos Cancionero cuyano, Voces de mi tierra y Danzas cuyanas del siglo XIX) e integró distintas delegaciones argentinas que divulgaron la cultura autóctona en España. Esos viajes fueron, con el tiempo, activadores de polémicas con otros investigadores, que discutían su teoría respecto del origen español de la tonada.
Según estudios comparativos realizados por Rodríguez, este género tiene raíces andaluzas, una conexión que puede verificarse (más allá de detalles para musicólogos y más allá, también, de las diferencias de temperamento entre ambos pueblos) en apuntes accesorios, como el cántico permanente a la mujer amada, los �ayes� de lamento torturado, los estímulos al cantor para que comience o continúe su canto, y la omniprescencia del vino como coronación del hecho artístico y cultural. El �cogollo�, un agregado que se le hace a las canciones, adaptándoles la letra según la persona que se pretende agasajar, forma parte del costado ceremonial de la tonada, con generosos convites de vino al cantor y rondas que se repiten indefinidamente.
Como género, fue históricamente olvidado por el folklore oficial, que atento a diversas circunstancias históricas y artísticas, privilegió a la zamba, a la chacarera y a la música del altiplano. Un dato de la realidad parece desmentir la lógica de este relegamiento: el Festival Nacional de la Tonada, que se lleva a cabo todos los años en la localidad de Tunuyán, convoca a más gente que su similar de Cosquín, pero su riqueza artística y sus anécdotas a la vera del río quedan encerradas dentro de las fronteras regionales. El antropólogo Luis Esteban Amaya, que hablará en la apertura del homenaje, ha dicho también que �el nacionalismo en el 2000, herido como proyecto económico, social y político, busca encontrar una compensación simbólica: un conjunto de nociones y valores resignificados: emergencia del �folklore joven�, fusiones de figuras del rock entonando canciones patrias junto a músicos folklóricos�. Rodríguez sostenía que �el folklore para mí es sinónimo de soberanía� (sin que haya podido desprenderse de su trabajo y de su vida el menor síntoma de patrioterismo) y que �el regionalismo es la base de todo federalismo�. Sus palabras, todavía hoy, suenan utópicas.
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